Herida RAFAEL ARGULLOL
Con frecuencia, la escritura literaria me acerca a escenarios simb¨®licos que, en apariencia, poco tienen que ver con ella. Entre tales escenarios, mis favoritos son la medicina y la geograf¨ªa, y de una manera todav¨ªa m¨¢s expl¨ªcita, la cirug¨ªa y la cartograf¨ªa. No s¨¦ con exactitud de d¨®nde proceden estas asociaciones. Tal vez, en el primer caso, de una vocaci¨®n abandonada, y en el segundo, de la afici¨®n propia del viajero. El hecho es que, al pensar en la escritura, me he acostumbrado a recurrir m¨¢s a met¨¢foras inspiradas en el uso de los mapas y del bistur¨ª que a conclusiones extra¨ªdas de un ¨¢mbito supuestamente m¨¢s adecuado, como el de la teor¨ªa literaria. Aunque no puedo sostener que esos recursos sean acertados, s¨ª, en cambio, encuentro razones para justificarlas. Veo al escritor bajo el ropaje del cirujano como Baudelaire lo ve¨ªa bajo las siluetas del pugilista o del cazador. El pugilista pelea en solitario, golpeado mientras golpea, en su combate con el lenguaje. El cazador est¨¢ al acecho de las palabras y las ideas intentando cobrarse una pieza que siempre amenaza con escapar. En ambos casos, la victoria o derrota finales, siendo lo decisivo, pesan menos que la tensa incertidumbre del trayecto. Algo similar ocurre con el cirujano. Si bien quiere culminar con ¨¦xito su labor, este deseo es s¨®lo una sombra que apenas debe conmoverlo en cada uno de los instantes del minucioso proceso al que se halla abocado. El cirujano del lenguaje separa la piel de las palabras, hurga en las entra?as de su significado, tratando de alcanzar aquellas capas profundas en las que se alojan las v¨ªsceras de la existencia. El escritor entendido como cirujano se sumerge en los subsuelos del mundo y en tal descenso debe ser meticuloso, incisivo y, en cierto sentido, despiadado. Paralelamente, sin embargo, el escritor necesita desarrollar un gusto peculiar para las vastas perspectivas y, de la misma manera en que se adiestra para trabajar en los espacios interiores, tiene que aprender a considerar los escenarios de la vida como si estuviera en condiciones de contemplarlos con una mirada panor¨¢mica. Esto le acerca, en alguna medida, al punto de vista del cart¨®grafo; alguien acostumbrado, por su experiencia, a orientarse en amplios territorios mediante la multiplicaci¨®n de las sucesivas escalas. El escritor asume el talante del cart¨®grafo cuando es capaz de cifrar en las p¨¢ginas que escribe la geograf¨ªa viva de un mundo aparentemente inabarcable. En esta doble met¨¢fora de la cartograf¨ªa y de la cirug¨ªa se hace evidente, desde luego, que la escritura se despliega siempre en el interior de una tensi¨®n provocada, de un lado, por el ¨¢nimo de introspecci¨®n y, de otro, por la exigencia de universalidad. Pero la doble met¨¢fora act¨²a tambi¨¦n en la direcci¨®n opuesta: en los mapas se lee el esp¨ªritu de las ciudades y pa¨ªses, del mismo modo en que las heridas nos adentran en el alfabeto secreto de los hombres. A este alfabeto, sutil y sinuoso, se remite el libro del doctor Crist¨®bal Pera El cuerpo herido. Un diccionario filos¨®fico de la cirug¨ªa (Edicions Universitat de Barcelona), una obra de envergadura sobresaliente en la que se pone de relieve la intimidad entre la cirug¨ªa y el lenguaje. Junto a la figura, antes evocada, del escritor como cirujano, Crist¨®bal Pera coloca la del cirujano como escritor. Uno a uno van desgran¨¢ndose los grandes t¨¦rminos de la cirug¨ªa, diseccionados filol¨®gica y filos¨®ficamente hasta liberar su sentido profundo, m¨¢s all¨¢ de lo instrumental e incluso de lo hist¨®rico. El balance es un apasionante itinerario por las heridas del cuerpo, concebidas como interrogaci¨®n de los enigmas, aunque no en menor medida como escenograf¨ªa ante la que se representa la exuberante capacidad humana para sobrevivir. Si la literatura y la filosof¨ªa pueden recurrir a la argumentaci¨®n quir¨²rgica -recu¨¦rdese, entre otros muchos, a Epicuro, Shakespeareo Montaigne-, el doctor Crist¨®bal Pera muestra con agudeza y erudici¨®n los argumentos filos¨®ficos y literarios de la cirug¨ªa. Una vez asumido el alfabeto secreto del cuerpo resulta inevitable fantasear con la imagen del cirujano que se inclina sobre la anatom¨ªa de nuestro tiempo. M¨¢s all¨¢ de la epidermis encontrar¨¢ sangre, nervios, m¨²sculos, partes sanas y tambi¨¦n podredumbre. Entre herida y herida, mientras responde a lo m¨¢s acuciante, se sentir¨¢ empujado a preguntarse sobre lo que se desconoce. Pensar no es, tal vez, sino llevar la cirug¨ªa a sus ¨²ltimas consecuencias.
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