La seducci¨®n del hombre blanco
Nelson Mandela realiz¨® un largo viaje ideol¨®gico desde el activismo radical a la idea de construcci¨®n de un pa¨ªs unido
El d¨ªa en el que Nelson Mandela sali¨® de la c¨¢rcel, al Gobierno surafricano le preocupaba lo que los funcionarios denominaban, en conversaciones privadas, el factor ayatol¨¢. Varios miembros del Gobierno hab¨ªan mantenido conversaciones secretas con Mandela durante cuatro a?os y cre¨ªan tenerle calado. Pero ?y si le hab¨ªan interpretado mal? ?Y si les hab¨ªa enga?ado? ?Era posible que hubiera estado fingiendo ser un pacificador y que, en realidad, su intenci¨®n fuera exhortar a las masas negras a alzarse contra sus opresores, contra los mismos que le hab¨ªan tenido 27 a?os encerrado en prisi¨®n? ?Y qu¨¦ ocurrir¨ªa si las masas eran incapaces de contener sus emociones, sus a?os de ira contenida, y la liberaci¨®n de su l¨ªder acababa transform¨¢ndose en el catalizador de una org¨ªa de venganza? Un documento de los servicios de informaci¨®n del Gobierno, recogido por las autoridades penitenciarias y reproducido en la biograf¨ªa autorizada de Mandela, reci¨¦n publicada por Anthony Sampson, enumeraba en tono admirativo los rasgos del dirigente. Pragm¨¢tico, filos¨®fico, idealista, disciplinado. Pero los autores del documento a?ad¨ªan una nota de cautela: "No existen indicios visibles de rencor contra los blancos, aunque quiz¨¢ se trate de una farsa espl¨¦ndidamente interpretada por su parte".
Niel Barnard, jefe del Servicio Nacional de Informaci¨®n de Sur¨¢frica entre 1980 y 1992, mantuvo m¨¢s de 60 reuniones secretas con Mandela antes de que ¨¦ste saliera en libertad. Su cabeza le dec¨ªa que Mandela no estaba fingiendo. Pero el hombre al que denominaban el superesp¨ªa del apartheid albergaba en su coraz¨®n el temor a que las cosas se descontrolaran y la pesadilla producida por la conciencia culpable de la Sur¨¢frica blanca se hiciera finalmente realidad. "Lo que nos angustiaba era saber si iba a ser posible superar las 24, 48, 72 horas siguientes sin que hubiera un gran levantamiento popular -explicaba Barnard en una reciente entrevista-. ?Recorrer¨ªa el pa¨ªs a la manera del ayatol¨¢? ?Saldr¨ªan cientos de miles de personas dispuestos a arrasarlo todo?
Por motivos que no se explicaron en su d¨ªa, el hecho es que Mandela sali¨® de la c¨¢rcel, el 11 de febrero de 1990, con m¨¢s de dos horas de retraso sobre el horario previsto, con el consiguiente aumento del suspense general (aunque el entonces ministro de Justicia, Kobie Coetsee, declar¨® posteriormente que se qued¨® m¨¢s tranquilo cuando las autoridades de la prisi¨®n le explicaron que el motivo del retraso era que Winnie Mandela hab¨ªa ido a la peluquer¨ªa). Tambi¨¦n se retrasaron las primeras palabras en p¨²blico de Mandela, porque en el lugar del acto, una gran plaza de Ciudad del Cabo, hab¨ªa una muchedumbre tan ca¨®tica que el coche del l¨ªder negro no pod¨ªa llegar hasta all¨ª. De forma que le llevaron a un tranquilo barrio a las afueras de la ciudad a esperar que se restaurase la calma. En ese barrio viv¨ªa una joven pareja blanca con sus dos hijos, unos gemelos de un a?o. Como millones de personas perplejas en todo el mundo, los padres estaban siguiendo el espect¨¢culo por televisi¨®n.
Richard Woolf, que trabajaba de m¨¦dico en la zona, y su mujer, Vanessa, oyeron que alguien llamaba a la puerta. Era un vecino para decirles que Mandela estaba sentado en un Mercedes Benz aparcado delante de su casa. "Al principio no le cre¨ªmos, pero all¨ª estaba, era Nelson Mandela", recuerda el doctor Woolf. "Nos levantamos y le miramos asombrados. Todo el mundo ten¨ªa la atenci¨®n puesta en ¨¦l, y ¨¦l estaba delante de nuestra casa. Nos quedamos contempl¨¢ndole, hasta que baj¨® la ventanilla y nos hizo una se?a para que nos acerc¨¢ramos, mientras dec¨ªa: "Vengan aqu¨ª". Me aproxim¨¦ con Simon, uno de nuestros hijos. Enseguida percib¨ª que ten¨ªa una presencia asombrosa. Pero, al mismo tiempo, era muy cordial, muy animado. Nos pregunt¨® si pod¨ªa coger a Simon. As¨ª que se lo pas¨¦, lo cogi¨® por la ventana y lo columpi¨® en su rodilla. Daba la impresi¨®n de que estaba encantado de tener un ni?o en brazos".
La ¨²ltima vez que aquel ayatol¨¢ bondadoso hab¨ªa tenido a un ni?o en brazos hab¨ªa sido nueve a?os antes, gracias a la amabilidad de sus guardianes en la c¨¢rcel.
Winnie Mandela hab¨ªa ido a visitarle con su primer nieto, de apenas tres meses, envuelto en una manta. Hab¨ªa dos guardianes de servicio. Mandela, que normalmente s¨®lo ten¨ªa contacto con su mujer a trav¨¦s de una gruesa ventana de cristal, pidi¨® a los guardianes que le dejaran coger al ni?o, algo que no hab¨ªa hecho desde hac¨ªa 20 a?os. Los guardianes, ambos blancos, intercambiaron miradas nerviosas. Pero no pudieron resistirse a la petici¨®n de Mandela. "Cog¨ª al ni?o por la puerta posterior", recuerda uno de ellos, llamado Christo Brand, "y llamamos a Mandela". "Le pusimos al ni?o en brazos sin previo aviso y le dijimos que ten¨ªa que mantenerlo en secreto. Pod¨ªamos perder nuestros puestos. Respondi¨®: "Oh", cogi¨® al ni?o y lo bes¨®. Hab¨ªa l¨¢grimas en sus ojos". "Nadie supo jam¨¢s que Mandela hab¨ªa visto al ni?o".
?Qu¨¦ ten¨ªa Mandela para que los guardianes estuvieran tan dispuestos a complacerle, a confiar en ¨¦l, incluso poniendo en peligro el trabajo que les daba de comer? ?Por qu¨¦ Niel Barnard, el impasible jefe de los servicios de informaci¨®n del apartheid, se fiaba de ¨¦l lo bastante como para recomendar al presidente F.W. de Klerk que le dejara en libertad y empezara a negociar los t¨¦rminos de la transici¨®n a la democracia? Son muchas las razones por las que Mandela ha conseguido tranquilizar, seducir y ganarse a la Sur¨¢frica blanca. Pero, en esencia, esas cualidades que vio la familia Woolf, la combinaci¨®n de una "presencia asombrosa" y un toque de c¨¢lidad humanidad, son las que convencieron, primero, a sus guardianes en la prisi¨®n, luego a sus interlocutores secretos de la Administraci¨®n, despu¨¦s al Gobierno del presidente De Klerk y, por ¨²ltimo, a la poblaci¨®n blanca del pa¨ªs en su conjunto, de que era un dirigente de quien todos los surafricanos podr¨ªan sentirse orgullosos.
Incluso De Klerk, que quiz¨¢ haya sido el ¨²ltimo presidente blanco de Sur¨¢frica, reconoce el papel indispensable que Mandela ha desempe?ado a la hora de hacer que el pa¨ªs se alejara del precipicio de una confrontaci¨®n sangrienta y alcanzara, como es el caso en la actualidad, un grado de estabilidad pol¨ªtica que no se hab¨ªa visto desde que llegaron los primeros colonos blancos, en 1652.
"Si el presidente Mandela fuera m¨¢s joven y estuviera dispuesto a continuar otro mandato en su cargo, y si la Constituci¨®n previera dos votaciones distintas -una para la Presidencia y otra por un partido pol¨ªtico-, estoy absolutamente convencido de que el presidente Mandela obtendr¨ªa un porcentaje de los votos totales muy superior al que conseguir¨ªa el CNA como partido", afirmaba De Klerk en una entrevista este mismo a?o; un comentario significativo si se tiene en cuenta que las previsiones dicen que el Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Mandela, obtuvo el 66, 35% de los votos en estas elecciones generales."En mi opini¨®n, es muy respetado por la inmensa mayor¨ªa de los surafricanos", prosegu¨ªa De Klerk. "Admiran y valoran la moderaci¨®n que ha aportado a todo el proceso, su compromiso con la construcci¨®n del pa¨ªs y su comprensi¨®n de los temores y las aspiraciones de nuestra gran diversidad cultural".
No siempre fue as¨ª. En los a?os cuarenta, cuando Mandela era un joven activista, se opon¨ªa de forma visceral al destacado papel que varios dirigentes indios y algunos comunistas blancos hab¨ªan asumido dentro del movimiento de liberaci¨®n. La poblaci¨®n india estaba bien representada en Sur¨¢frica y hab¨ªa heredado de Gandhi -cuyo primer contacto con las injusticias pol¨ªticas se produjo durante su estancia en Sur¨¢frica, a principios de siglo- una tradici¨®n de protestas pac¨ªficas. Sin embargo, Mandela, lleno de orgullo juvenil, cre¨ªa que los africanos s¨®lo deb¨ªan ser dirigidos por africanos.
Llevaba sus objeciones a aut¨¦nticos extremos. Cuando ve¨ªa a alg¨²n comunista blanco que conoc¨ªa caminando por la calle en direcci¨®n a ¨¦l, cruzaba al otro lado. En una ocasi¨®n, durante una reuni¨®n pol¨ªtica, recurri¨® a la violencia. "Mandela atac¨® a los comunistas y a los indios", recuerda Wolfie Kodesh, un comunista blanco del que m¨¢s tarde se hizo amigo. "Agarr¨® a Yussuf Cachalia encima de una plataforma y le arroj¨® fuera de ella como si fuera un perro". Cachalia tambi¨¦n lleg¨® a ser amigo suyo m¨¢s adelante, cuando Mandela comprendi¨® que, frente a la represi¨®n creciente del apartheid, el CNA no pod¨ªa permitirse el lujo de desde?ar a aliados de ning¨²n tipo. Pero incluso despu¨¦s de adoptar sin reservas la filosof¨ªa esencial del CNA del no racismo, Mandela sigui¨® siendo, a ojos de sus camaradas, un agitador. Siempre el primero de los l¨ªderes del CNA en ofrecerse voluntario para ser detenido desafiando leyes injustas, fue asimismo la primera figura de la organizaci¨®n que defendi¨®, en una decisi¨®n muy controvertida, el abandono de la resistencia no violenta, el m¨¦todo de lucha escogido por el CNA desde su fundaci¨®n, en 1912. Habl¨® con pasi¨®n en favor de empu?ar las armas. Y venci¨®. Cuando se fund¨® Umkhonto we Sizwe (La lanza de la naci¨®n), en 1961, Mandela fue designado su jefe.
"Muchos le ve¨ªamos como una especie de Garibaldi", recuerda Joe Matthews, entonces un camarada muy allegado en el CNA y viceministro en el Gobierno de Mandela. "No como un pensador. Sino como un guerrero, el tipo valiente que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que entra?ara peligro. Era un hombre que no conoc¨ªa el miedo, que quiz¨¢ no ten¨ªa todos los elementos en cuenta".
Cuando el soldado fue a la c¨¢rcel, despu¨¦s de que le condenaran a cadena perpetua en 1964, empez¨® a revisar todas sus ideas. Con la casi totalidad de la direcci¨®n del CNA -no s¨®lo ¨¦l- en prisi¨®n, empez¨® a meditar en la soledad de su celda diminuta sobre los l¨ªmites de lo que era pol¨ªticamente posible. Maharaj, miembro de su Gabinete, lleg¨® a la c¨¢rcel de m¨¢xima seguridad de Robben Island en 1965, y permaneci¨® muy cerca de Mandela durante 12 a?os. "La c¨¢rcel le hizo m¨¢s comedido", afirma Maharaj. "La prisi¨®n te da la posibilidad de relajarte y decir: "Muy bien, no hay ning¨²n momento culminante, ning¨²n plazo", y te permite el lujo de analizar, punto por punto, la forma de obtener las cosas".?Qu¨¦ cosas quer¨ªa obtener Mandela? ?Para qu¨¦ utiliz¨® la oportunidad de planificar sus pasos y aprovechar la nueva autodisciplina a la que obligaba la c¨¢rcel? Sus objetivos eran dos: cambiar por completo la relaci¨®n con las autoridades de la prisi¨®n y humanizar Robben Island, que consideraba un microcosmos de la Sur¨¢frica del apartheid. Y prepararse para el d¨ªa en el que el Gobierno blanco se viera obligado a negociar con la oposici¨®n negra.
Estas dos ambiciones parec¨ªan muy improbables a mitad de los a?os sesenta. El sistema penitenciario era brutal. Trabajos forzados; obligaci¨®n casi constante de silencio; una carta cada seis meses; ropa y comida que ofrec¨ªan escaso alivio ante las inclemencias del invierno en el Atl¨¢ntico meridional.
En cuanto a la pol¨ªtica, fuera de la c¨¢rcel, la resistencia negra hab¨ªa quedado aplastada. Parec¨ªa que el apartheid, como el comunismo en el bloque sovi¨¦tico, iba a perdurar eternamente. Sin embargo, Mandela no perdi¨® nunca su visi¨®n optimista. Como escribi¨® a una amiga desde la c¨¢rcel: "La cosecha ha quedado simplemente aplazada, no destruida".
Mandela sembr¨® las semillas de la liberaci¨®n en sus tratos con los guardianes de la prisi¨®n, un grupo muy representativo de la sociedad caracterizada por el racismo m¨¢s impenitente del mundo. "Conoce a tu enemigo" era un principio cuyo uso pod¨ªa resultar muy ¨²til en prisi¨®n y, un d¨ªa, con el propio Gobierno. Se propuso enseguida aprender el idioma de los guardianes, afrikaans ("la lengua de los opresores") y su historia. Despu¨¦s empez¨® a estudiar el proceso que segu¨ªan sus mentes, con el fin de influir en ellas para sus prop¨®sitos.
"Un d¨ªa, ¨ªbamos a trabajar",recuerda Maharaj, "y nos estaban empujando para que aceler¨¢semos el paso. De repente, aparece Mandela en primera fila y nos susurra a todos: "No ced¨¢is ante las amenazas. Seguid andando a vuestro paso normal". No hab¨ªa ninguna discusi¨®n con los guardianes. Ning¨²n desaf¨ªo patente. Era una forma callada de conservar en nuestro interior una parte que el guardi¨¢n se ve¨ªa impotente para dominar".
Esta actitud, seg¨²n Walter Sisulu, empez¨® a alterar la correlaci¨®n de fuerzas. Por primera vez, las autoridades penitenciarias se vieron forzadas a dialogar con los presos. "Porque, cuando no consegu¨ªan que nos movi¨¦ramos, ten¨ªan que preguntarse qu¨¦ pod¨ªan hacer", explica Sisulu, que pas¨® 25 a?os en la c¨¢rcel con Mandela. "Entonces decidieron reconocer a nuestra direcci¨®n. ?se fue un momento muy importante".
Era una guerra de nervios, como dec¨ªa otro preso, una guerra de desgaste. Pero, al mismo tiempo, Mandela hac¨ªa hincapi¨¦ en la necesidad de convencer a los guardianes para que dejaran de tratarles, en palabras de Maharaj, "como a monos en el zoo". Mandela opinaba que no eran los presos quienes necesitaban rehabilitaci¨®n -que era la postura oficial-, sino los guardianes. "Descubrimos formas de comunicarnos con ellos, charlar con ellos y, por m¨¢s groseros que fueran, echar abajo su groser¨ªa", explica Maharaj para describir otro elemento del m¨¦todo de Mandela. El fruto fue inmediato. Los guardianes empezaron a mostrar la inferioridad que sent¨ªan respecto a nosotros, debido a nuestra preparaci¨®n y nuestro comportamiento. Hasta el punto de que empezaron a pedirnos que les ayud¨¢ramos en sus estudios y a acudir a nosotros en busca de consejo cuando ten¨ªan conflictos con sus superiores". Paso a paso Mandela iba imponiendo su voluntad a los guardianes. Eso es lo que descubri¨® George Bizos, su abogado durante casi cuatro decenios, durante una visita a la isla.
"Hab¨ªa con ¨¦l ocho guardianes", recuerda. Los presos no suelen marcar la pauta a sus vigilantes, pero era evidente que, en su caso, es lo que hac¨ªa. Me dijo "hola" y le devolv¨ª el saludo. De pronto se apart¨® y me dijo: "Perdona, George, no te he presentado a mi guardia de honor". Y me present¨® a cada uno de los guardianes por su nombre. Estaban absolutamente asombrados, pero se comportaron como si verdaderamente fueran una guardia de honor. Me dieron la mano con todo respeto".
Si los guardianes eran, en su mayor parte, hombres sencillos, afrik¨¢ners procedentes del medio rural, en Niel Barnard iba a encontrar Mandela, muchos a?os despu¨¦s, a un adversario al que numerosos observadores pol¨ªticos surafricanos consideraban el Maquiavelo del presidente P.W. Botha en los a?os ochenta. Sin embargo, una vez m¨¢s, la mezcla de majestuosidad y cortes¨ªa de Mandela consigui¨® -tal como reconoce Barnard en la actualidad- desarmar sus defensas y logr¨® su objetivo de aplacar las sospechas y los temores que corr¨ªan por la sangre afrik¨¢ner del funcionario.
Barnard conoci¨® a Mandela, sobre todo, durante la ¨²ltima etapa de los cuatro a?os de conversaciones secretas en la prisi¨®n. Durante el ¨²ltimo a?o de encarcelamiento de Mandela, el lugar de encuentro era una casa en el recinto de la prisi¨®n Victor Verster, cerca de Ciudad del Cabo. Le trasladaron a la casa, -con piscina y cocinero a su disposici¨®n-, un a?o antes de su puesta en libertad, cuando el Gobierno pens¨® que aquel hombre era el futuro presidente de Sur¨¢frica y que le conven¨ªa tratarle bien.
En una entrevista, Barnard recordaba con asombro y afecto, las extraordinarias maneras de las que hac¨ªa gala Mandela cada vez que le visitaba. "Cuando entraba en la casa de Victor Verster, me cog¨ªa la chaqueta con gran educaci¨®n y me dec¨ªa: "Doctor Barnard, deje que le ponga aqu¨ª la chaqueta". Y yo le dec¨ªa -por cierto, yo siempre le hablaba en afrikaans y ¨¦l me respond¨ªa en ingl¨¦s-, le dec¨ªa: "Hombre, se?or Mandela, verdaderamente no hace falta. Sigo siendo joven. Deje que lo haga yo". El viejo -me gusta llamarle "viejo", cari?osamente- era siempre el hombre m¨¢s educado que pueda usted imaginar".
El Servicio Nacional de Informaci¨®n de Barnard fue, dentro del Gobierno del apartheid, la primera instituci¨®n que lleg¨® a la conclusi¨®n de que un acuerdo pol¨ªtico era la ¨²nica soluci¨®n para los problemas de Sur¨¢frica. A mitad de los a?os ochenta, el Gobierno surafricano estaba aislado en el extranjero y asediado en el interior por un movimiento negro de protesta lleno de ira pero bien organizado. Muchos sectores de la Administraci¨®n, empezando por el presidente Botha, estaban en desacuerdo con la idea de hablar con la oposici¨®n negra. Botha, antiguo ministro de Defensa, cre¨ªa que la mejor respuesta era -en palabras de Barnard- "luchar hasta el final".
Las fuerzas de seguridad de Botha hac¨ªan incursiones en los Estados africanos vecinos, asesinaban y torturaban a activistas del CNA, fomentaban de forma clandestina conflictos mortales entre facciones negras rivales. Con el tiempo, al ver que las presiones nacionales e internacionales sobre su Gobierno no hac¨ªan sino aumentar, Botha empez¨® a comprender que se estaba cavando su propia tumba. O, como dice su antiguo ministro de Justicia, Kobie Coetsee: "Nos hab¨ªamos acorralado nosotros mismos en un rinc¨®n". Se acercaba a gran velocidad el momento de cruzar el abismo pol¨ªtico que separaba a blancos de negros. Nunca hasta entonces se hab¨ªa dignado ning¨²n miembro del Gobierno reunirse con un l¨ªder del CNA. Hab¨ªa llegado, por fin, el instante para el que se hab¨ªa preparado Mandela durante m¨¢s de 20 a?os. Botha, no sin algunas dudas, autoriz¨® a Coetsee a entablar un contacto inicial con ¨¦l. A finales de 1985, Mandela fue ingresado en un hospital "s¨®lo para blancos" de Ciudad del Cabo para operarse de pr¨®stata. Coetsee le visit¨® como por casualidad.
"Era un genio. Me di cuenta desde el momento en el que le conoc¨ª", recuerda Coetsee, que fue ministro de Justicia entre 1980 y 1994. "Era un dirigente nato. Se mostr¨® cordial. Estaba sentado en una silla, con la bata del hospital, pero hasta esa ropa la llevaba con dignidad". Al volver a la c¨¢rcel, Mandela fue enviado a una celda de aislamiento. En su soledad, tom¨® una decisi¨®n hist¨®rica. Escribi¨® a Coetsee para proponerle conversaciones. Pero el Gobierno de Botha segu¨ªa dividido entre la necesidad de negociaciones y el impulso de guerra. Pas¨® un a?o hasta que una noche, de repente, lleg¨® un coche a recogerle y llevarle a la residencia oficial de Coetsee en Ciudad del Cabo, vestido con un traje que le proporcionaron las autoridades de la prisi¨®n.
Tanto Coetsee como Mandela -en su autobiograf¨ªa- han explicado que el objetivo de ambos era crear una atm¨®sfera de normalidad, como si fueran dos se?ores que se tomaban tranquilamente juntos un jerez. Nada pod¨ªa estar m¨¢s lejos de la verdad, puesto que Mandela era, literalmente, prisionero del ministro de Justicia del apartheid. No s¨®lo eso, el simple hecho de que Coetsee formara parte del Gabinete quer¨ªa decir que apoyaba la brutalidad a la que se enfrentaban los camaradas de Mandela en la calle. Pero el dirigente negro, que se hab¨ªa preparado para este momento a trav¨¦s de sus tratos con el salvajismo inicial de sus guardianes, ten¨ªa muy en cuenta su objetivo estrat¨¦gico global. Deshizo a Coetsee con su amabilidad.
Coetsee se dej¨® arrastrar de tal forma a la farsa de normalidad, se olvid¨® hasta tal punto de s¨ª mismo, que empez¨® a sentirse sobrecogido ante Mandela, un hombre del que hoy le gusta destacar que posee las cl¨¢sicas virtudes romanas de honestas, gravitas y dignitas. Coetsee estaba tan embelesado que lleg¨® a confesar a Mandela que sus conversaciones eran objeto de escuchas. Mandela utiliz¨® este dato con resultados eficaces.
El objetivo de Mandela era asegurar la puesta en libertad de todos los presos pol¨ªticos, restaurar la legalidad del CNA e iniciar un proceso sobre la forma de realizar la transici¨®n hacia el Gobierno de la mayor¨ªa. "Al fin -explica Coetsee-, las escuchas sirvieron para que los que las realizaban pudieran comprender mejor a aquel hombre, siempre lleno de sinceridad y dignidad. Y, en mi opini¨®n, fue su sinceridad sobre el futuro lo que result¨® muy convincente".
Mandela necesitaba pruebas visibles de que el Gobierno pensaba seriamente en el cambio pol¨ªtico. Y las obtuvo. Primero, en forma de una reuni¨®n muy anunciada con P.W. Botha, una invitaci¨®n muy cordial a tomar el t¨¦ en la que Mandela le sedujo con sus conocimientos sobre la guerra que los "luchadores de la libertad" afrik¨¢ners hab¨ªan librado contra los brit¨¢nicos a principios de siglo.
Luego, en octubre de 1989, despu¨¦s de que P.W. Botha se viera forzado a dimitir tras haber sufrido un derrame cerebral, el presidente De Klerk puso en libertad a Walter Sisulu y a otros presos de edad avanzada. El 2 de febrero de 1990, De Klerk anunci¨® el levantamiento de la prohibici¨®n que afectaba al CNA y otros peque?os movimientos de resistencia de la poblaci¨®n negra. La ¨²ltima pieza del rompecabezas que hab¨ªa estado componiendo Mandela mediante su labor meticulosa encaj¨® en su sitio con su propia liberaci¨®n, nueve d¨ªas m¨¢s tarde, que prepar¨® el camino para las negociaciones formales cuyo resultado ser¨ªan las elecciones de abril de 1994, las elecciones que convertir¨ªan a Mandela en el primer Presidente negro de Sur¨¢frica.
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