Mandela Superstar
El l¨ªder surafricano se revel¨® desde un principio como un mago de la im¨¢gen
A principios de 1994, Nelson Mandela particip¨® en una reuni¨®n del comit¨¦ ejecutivo nacional del Congreso Nacional Africano (CNA). En abril iban a celebrarse las primeras elecciones democr¨¢ticas de Sur¨¢frica, el CNA iba a ganar sin ninguna duda y la delicada cuesti¨®n que estaba sobre la mesa era decidir la postura del nuevo Gobierno sobre el himno nacional del pa¨ªs. El viejo himno oficial era claramente inaceptable. Die stem, una l¨²gubre melod¨ªa militar, celebraba el triunfo de los exploradores afrik¨¢ner que hab¨ªan recorrido Sur¨¢frica hacia el norte en el siglo XIX, aplastando toda resistencia que encontraban por parte de los ind¨ªgenas. El himno extraoficial de la Sur¨¢frica negra, Nkosi Sikelele (Dios bendiga a ?frica), era la c¨¢lida y conmovedora expresi¨®n de un pueblo que hab¨ªa sufrido durante mucho y so?aba con ser libre.
Acababa de empezar la reuni¨®n del comit¨¦ ejecutivo cuando entr¨® un ayudante para notificar a Mandela que ten¨ªa una llamada de un jefe de Estado. Mandela sali¨® de la habitaci¨®n y la reuni¨®n sigui¨® adelante. Hab¨ªa un consenso abrumador a favor de abolir Die stem y sustituirlo por Nkosi Sikelele. Tokyo Sexwale, una figura importante en el CNA, que estuvo con Mandela en la c¨¢rcel, recuerda vivamente la atm¨®sfera de la reuni¨®n durante la ausencia del l¨ªder negro. "Est¨¢bamos muy contentos. Se acab¨® esa canci¨®n de Die stem, dec¨ªamos. Ya basta. En este pa¨ªs cantamos Nkosi Sikelele y no hay m¨¢s que hablar. Nos lo est¨¢bamos pasando muy bien".
De pronto entr¨® Mandela. "Nos sentimos como alumnos de primaria", recuerda Sexwale. "Cuando se enter¨® de lo que hab¨ªamos decidido dijo: "Pues lo siento. No quiero ser grosero... -Dios m¨ªo, todos quer¨ªamos escondernos en alg¨²n sitio-. Esta canci¨®n que despach¨¢is con tanta facilidad contiene las emociones de mucha gente a la que todav¨ªa no represent¨¢is; sin embargo, de un plumazo, est¨¢is dispuestos a tomar una decisi¨®n que destruir¨ªa la base, la ¨²nica base, sobre la que podemos construir el pa¨ªs: la reconciliaci¨®n". Los hombres y mujeres de la ejecutiva nacional del CNA, muchos de ellos, en la actualidad, ministros del Gobierno o responsables de las provincias, se mor¨ªan de verg¨¹enza. "Tras las palabras de Mandela", prosigue Sexwale, "Jacob Zuma, que presid¨ªa aquel d¨ªa la reuni¨®n, dijo: "Bueno..., me... me parece que la cosa est¨¢ clara, camaradas. Me parece que la cosa est¨¢ clara". Nadie levant¨® un dedo para oponerse". En la actualidad, tal como ha quedado establecido desde que Mandela se convirti¨® en presidente, despu¨¦s de la aplastante victoria del CNA en las elecciones de 1994, Sur¨¢frica posee dos himnos, que siempre se tocan, uno tras otro, en las ceremonias oficiales: Die stem y Nkosi Sikelele. El comit¨¦ ejecutivo nacional capitul¨® por completo ante la ira de Mandela porque sus miembros entendieron inmediatamente que su af¨¢n vengativo respecto al himno blanco hab¨ªa sido infantil y que la verdadera respuesta de futuro ante el dilema que estaban discutiendo era la soluci¨®n madura y generosa que hab¨ªa propuesto Mandela. Pero, adem¨¢s, cedieron ante la opini¨®n de este ¨²ltimo porque hab¨ªan aceptado, desde hac¨ªa mucho tiempo, que el viejo estaba mucho m¨¢s dotado que cualquiera de ellos para el arte contempor¨¢neo del simbolismo pol¨ªtico. El problema del himno consist¨ªa, en definitiva, en la creaci¨®n de un clima nacional, la capacidad de llegar a las emociones de la gente para convencer pol¨ªticamente. Una faceta del Mandela pol¨ªtico que con frecuencia queda oscurecida por el mito de Mandela y la sagrada veneraci¨®n que despierta es que es un aut¨¦ntico maestro de la imagen. Su talento para el teatro pol¨ªtico es tan refinado como el de Bill Clinton o, en su d¨ªa, el de Ronald Reagan.
El principio de la carrera pol¨ªtica de Mandela puede fijarse exactamente en una reuni¨®n que tuvo en 1941 con Walter Sisulu, el hombre que lo "descubri¨®". Mandela acababa de llegar a Johanesburgo procedente del Transkei rural, donde se hab¨ªa formado para ser un jefe tribal. Hab¨ªa huido a la ciudad, como tantos j¨®venes, en busca de fortuna; y para escapar de un matrimonio al que le obligaban los ancianos de la tribu xhosa. Deseaba ser abogado.
Sisulu y Mandela eran dos casos opuestos por antonomasia. Sisulu hab¨ªa sido minero, por aquel entonces era agente de la propiedad, y se mov¨ªa con comodidad en el caos competitivo de la gran ciudad. Mandela era un ingenuo que hab¨ªa repartido su vida entre el internado, donde hab¨ªa disfrutado -para lo que entonces era normal entre los negros- de una educaci¨®n privilegiada, y la ordenada vida rural de la tribu. Sisulu era un organizador pol¨ªtico de gran futuro en el CNA. Las ideas pol¨ªticas de Mandela no iban mucho m¨¢s all¨¢ de plantearse los derechos de pastoreo para las vacas. Sisulu era menudo y pensativo. Mandela era alto y extravagante. Sisulu hab¨ªa nacido para el anonimato. Mandela ten¨ªa un porte majestuoso.
"En aquella ¨¦poca, nosotros busc¨¢bamos a personas que pudieran ejercer verdadera influencia sobre la situaci¨®n en el pa¨ªs", relataba Sisulu en una entrevista concedida el a?o pasado. "Un joven como Nelson, con un car¨¢cter como el suyo, era un regalo del cielo para m¨ª. Pens¨¦ que har¨ªa un papel magn¨ªfico si se le preparaba, que ¨ªbamos a intentar ayudarle a alcanzar puestos de responsabilidad. Necesitaba a mi alrededor a gente de su calibre. Sab¨ªa que el movimiento avanzar¨ªa much¨ªsimo con personas como ¨¦l. Y, por supuesto, cre¨ªa que una persona as¨ª deb¨ªa estar en primer plano".
Varios colaboradores han equiparado a Sisulu con el agente de un campe¨®n de boxeo. Tampoco ser¨ªa inapropiada, quiz¨¢, la similitud con aquel coronel del profundo sur de Estados Unidos que vio por primera vez a Elvis Presley y ayud¨® a convertirle en el prototipo indiscutible de lo que ha significado ser una estrella famosa en el siglo XX.
En cualquier caso, aquella primera entrevista con Sisulu fue decisiva. Adem¨¢s de proporcionar a Mandela los contactos necesarios para alcanzar su sue?o de ser abogado, le situ¨® en la inexorable trayectoria pol¨ªtica de la que -con la tozudez propia de los grandes triunfadores- nunca se ha desviado. Hoy, a Mandela le gusta decir en broma que, si no hubiera sido por el anciano Sisulu, seis a?os mayor que ¨¦l, su vida habr¨ªa sido mucho menos complicada. Muy poco tiempo despu¨¦s de descubrir a aquel joven talento reci¨¦n llegado, Sisulu ya hab¨ªa logrado empujarle -tal como se hab¨ªa propuesto- al centro del escenario pol¨ªtico.
La pol¨ªtica de resistencia pac¨ªfica de los a?os cuarenta y cincuenta necesitaba, por su propia naturaleza, un talento teatral como el que pose¨ªa Gandhi. Era preciso montar actos p¨²blicos que despertaran la conciencia pol¨ªtica y sentar un ejemplo de valent¨ªa para la poblaci¨®n negra en general. Mandela, en su calidad de "Voluntario jefe" de la "campa?a de rebeld¨ªa" de aquel periodo, fue el primero en quemar su documento de identidad negra, un m¨¦todo especialmente humillante que impon¨ªa el Gobierno del apartheid con el fin de garantizar que los negros s¨®lo entrasen en las zonas blancas para trabajar. Antes de quemar el carnet se asegur¨® de escoger un momento y un lugar que permitieran la m¨¢xima repercusi¨®n p¨²blica. Las fotograf¨ªas de la ¨¦poca le muestran sonriendo ante las c¨¢maras, de forma muy intencionada y muy ensayada, mientras romp¨ªa esa ley del apartheid. Al cabo de unos d¨ªas, miles de negros, gente corriente, le imitaban.
Mandela no s¨®lo pose¨ªa un talento natural, sino que ten¨ªa una confianza absoluta -casi insultante- en s¨ª mismo. Rebosaba seguridad en s¨ª mismo. En retrospectiva, quiz¨¢ ¨¦sta sea otra forma de decir que, desde el principio, albergaba un intenso sentido del destino que le aguardaba. Se ve¨ªa a s¨ª mismo como alguien que iba a desempe?ar un papel heroico.
En una cena celebrada el 6 de abril de 1952, en la que los dirigentes m¨¢s veteranos del CNA se hab¨ªan reunido para determinar la v¨ªa pol¨ªtica que deb¨ªan seguir, Mandela -que a los 34 a?os presid¨ªa la rec¨ªan creada rama juvenil del CNA- se hizo due?o de la situaci¨®n de forma escandalosa. Joe Matthews, en la actualidad viceministro en el Gobierno de Mandela, estaba all¨ª.
"Todos los dem¨¢s vest¨ªan de esmoquin, y ¨¦l llevaba su traje preferido, de color marr¨®n; siempre ten¨ªa una elegancia extraordinaria", recuerda Matthews. "Empez¨® a leer el discurso que hab¨ªa preparado, en el que predec¨ªa que ¨¦l ser¨ªa el primer presidente negro de Sur¨¢frica. Algo totalmente asombroso. Como es l¨®gico, todos pensaron que no era m¨¢s que un joven arrogante, porque nadie so?aba con que ¨ªbamos a alcanzar la emancipaci¨®n y la libertad durante nuestras vidas, aunque ¨¦se fuera nuestro lema: Libertad en vida".
No fue menos el asombro, o el disgusto, de los viejos l¨ªderes del CNA cuando Mandela propuso en 1960 que el movimiento deber¨ªa analizar las posibilidades de volcarse hacia la lucha armada. Pero acab¨® ganando el debate y en 1961, y se convirti¨® en comandante en jefe de la rama Umkhonto we Sizwe (La Lanza de la Naci¨®n) del CNA, asumiendo el papel de Che Guevara, cuyos panfletos pol¨ªticos le¨ªa con avidez. En el ¨²ltimo acto p¨²blico al que asisti¨® antes de que le detuvieran en 1962, una fiesta en Durban, apareci¨® vestido con uniforme de camuflaje de guerrillero. Era el hombre m¨¢s buscado de Sur¨¢frica, pero era tan vanidoso y le gustaba tanto destacar en una multitud y que se le llamara el Che surafricano, que rechaz¨® el consejo de sus camaradas de que se afeitase la barba con la que se le identificaba en las fotos de la polic¨ªa.
El d¨ªa siguiente, en la carretera de Durban a Johanesburgo, la polic¨ªa lo detuvo. Pasar¨ªa los siguientes 27 a?os en prisi¨®n.
Neville Alexander, un prisionero pol¨ªtico que estuvo 10 a?os con ¨¦l en Robben Island, estudi¨® de cerca lo que ¨¦l define como "la maestr¨ªa dramat¨²rgica" de Mandela, su plena consciencia de la gravedad que irradia. "Mide a los dem¨¢s con sumo cuidado, especialmente a aquellos con los que debe tener un enfrentamiento hostil", explica Alexander. "Y se dirige a ellos de la manera que m¨¢s efecto vaya a tener. Una de sus t¨¢cticas preferidas consiste en hacer alg¨²n comentario sobre el aspecto de la otra persona o sobre alg¨²n cotilleo, alg¨²n dato que conoce del otro. A partir de ah¨ª suele adornarlo de tal forma que el interlocutor acaba creyendo que le ha investigado minuciosamente".
Es una "t¨¢ctica" que reconoce casi cualquier persona con la que Mandela haya conversado alguna vez, un m¨¦todo tan habitual, tan incorporado a su personalidad, que ha pasado a ser ya un reflejo espont¨¢neo. Y a ello se une su extraordinaria capacidad -un rasgo especialmente ¨²til para un pol¨ªtico, y que tambi¨¦n tiene Bill Clinton- para, al parecer, no olvidar jam¨¢s un nombre. Sin embargo, Mandela tambi¨¦n puede ser ladino a la hora de usar su talento de actor. Es raro, muy raro, que estalle de ira, pero cuando lo hace, como ha ocurrido en un par de ocasiones, por ejemplo con FW de Klerk -cuando ¨¦ste era a¨²n presidente-, explota con el doble prop¨®sito de imponer su autoridad a su v¨ªctima y actuar para la galer¨ªa. Tambi¨¦n practic¨® sus brotes de ira en prisi¨®n. Alexander recuerda un incidente con un guardi¨¢n. "Aquel tipo, que se llamaba Huysamen, nos reuni¨® a todos en el patio y arremeti¨® contra nosotros. Hablaba de que se hab¨ªa abusado de las facilidades para estudiar, o una cosa parecida, algo que era totalmente mentira. Y lleg¨® un momento en el que Nelson estaba tan harto del individuo que se le acerc¨® y le dijo: "No te atrevas a hablarnos as¨ª". Y le solt¨® una verdadera bronca. Le puso verde. "Llegar¨¢ tu d¨ªa, y har¨¢s esto, y lo otro, y lo de m¨¢s all¨¢". Yo estaba a su lado, y el tipo se fue con el rabo entre las piernas; la situaci¨®n ten¨ªa una tensi¨®n extra?amente terrible".
"Despu¨¦s le pregunt¨¦ a Mandela: "?Pero qu¨¦ ha ocurrido? ?Por qu¨¦ has hecho eso?". Nunca olvidar¨¦ lo que me respondi¨®: "Lo hice completamente a prop¨®sito". Al principio no le cre¨ª, pero cuando me par¨¦ a pensar en ello, lo cierto es que ¨¦l hace las cosas de forma deliberada. Me pareci¨® muy posible que hubiera preparado todo".
Alexander sab¨ªa, como lo sab¨ªan todos aquellos que hab¨ªan estado en la c¨¢rcel con Mandela, que ¨¦l estar¨ªa a la altura de las expectativas que se hab¨ªan creado durante los a?os anteriores a su liberaci¨®n. Pero hab¨ªa personas, tanto miembros del CNA como simpatizantes de todo el mundo, que tem¨ªan que fuera a resultar como una de esas pel¨ªculas en cuya promoci¨®n han invertido enormes sumas de dinero los productores y que acaban siendo un fracaso de taquilla. No ten¨ªan que haberse inquietado. Ya desde la primera conferencia de prensa, al d¨ªa siguiente de su puesta en libertad, Mandela se enfrent¨® a todo el poder de los medios de comunicaci¨®n internacionales con el aplomo de un hombre que llevaba toda su vida prepar¨¢ndose para ese momento. No s¨®lo se mostr¨® al mismo tiempo relajado y majestuoso, capaz de bromear con los periodistas mientras les inspiraba casi veneraci¨®n con su aire impasible, sino que adem¨¢s utiliz¨® una de sus t¨¢cticas preferidas con el director de un peri¨®dico en lengua afrikaans, uno de los principales portavoces del adversario al que pretend¨ªa conquistar y derrotar. Cuando el director dijo su nombre, Mandela respondi¨® con algo as¨ª como: "?Ah, s¨ª, le conozco! Recuerdo un art¨ªculo magn¨ªfico que escribi¨® usted". Todav¨ªa hoy, el director sigue contando la an¨¦cdota. En cuanto al resto de los periodistas reunidos -alrededor de 200-, entre ellos muchos de los miembros m¨¢s veteranos y endurecidos de la profesi¨®n, todos se rindieron ante esta ofensiva de seducci¨®n. Cuando Mandela dio la rueda de prensa por terminada, todos estallaron en un aplauso espont¨¢neo, en una ruptura del protocolo sin precedentes.
En los a?os transcurridos desde su salida de la c¨¢rcel ha conquistado a personas de todos los sectores, de toda condici¨®n social, de todo el mundo, con el arma secreta que afin¨® en la c¨¢rcel, esa mezcla de gravitas y carisma en la que ha logrado un equilibrio perfecto. Y que ha afianzado con una integridad impresionante e indiscutible.
Mandela es el ¨²nico hombre que ha convencido jam¨¢s a la reina de Inglaterra para que bailara en un concierto. Es el ¨²nico que le ha dicho a la cara al presidente de Estados Unidos que "se tirara a la piscina", tal como hizo en una rueda de prensa conjunta, celebrada en Ciudad del Cabo, al referirse a quienes le presionan -especialmente, el Gobierno estadounidense- para que corte los lazos de amistad con Muammar el Gaddafi. No s¨®lo insult¨® a Bill Clinton con todo descaro, sino que la reacci¨®n de ¨¦ste, asimismo notable, fue una carcajada.
Mandela ha logrado llevar a cabo golpes de efecto en todas partes, pero pocos de tanta trascendencia como el que dio durante su debate televisado -al estilo norteamericano- con el entonces presidente De Klerk en v¨ªsperas de las elecciones de 1994. Al parecer, la actitud de Mandela hacia De Klerk, cada vez m¨¢s hostil, estaba causando un efecto negativo en los espectadores. De pronto, cuando el debate estaba a punto de terminar, Mandela recobr¨® los mandos de la situaci¨®n con uno de sus gestos caracter¨ªsticos. Se acerc¨® a darle la mano a De Klerk, le elogi¨® y le calific¨® de "aut¨¦ntico hijo de ?frica".
"Yo ten¨ªa la impresi¨®n, como todo el mundo, de que iba ganando por puntos", explicaba De Klerk en una entrevista a principios de este a?o, con una imagen sacada del boxeo. "Pero lo cierto es que Mandela consigui¨® levantarse cuando, de pronto, se acerc¨®, empez¨® a elogiarme y me dio la mano delante de todas las c¨¢maras. Es posible que aquel gesto estuviera planeado de antemano. En mi opini¨®n, fue un gesto pol¨ªtico. Pero s¨ª creo que la mayor¨ªa de sus triunfos medi¨¢ticos, la mayor¨ªa, surgen de una reacci¨®n instintiva. Creo que tiene un talento maravilloso en ese sentido". Mandela ha refinado ese talento de tal forma y ha conseguido hasta tal punto que su habilidad como actor pol¨ªtico sea una segunda piel, que incluso un rival como De Klerk est¨¢ convencido de que se rige m¨¢s por el instinto que por el c¨¢lculo. De Klerk considera que la misi¨®n de Mandela durante sus cinco a?os de presidencia ha consistido, casi hasta excluir los asuntos cotidianos del Estado, en "construir la naci¨®n", sentar las bases para la estabilidad futura, unir de una vez por todas a blancos y negros.
De las numerosas victorias teatrales que ha acumulado Mandela durante su prolongada vida pol¨ªtica, la ocasi¨®n en la que despleg¨® su talento con resultados m¨¢s brillantes fue la final del campeonato mundial de rugby en Johanesburgo. Fue en 1995, cuando llevaba un a?o en la presidencia. El rugby ha sido siempre el deporte de los afrik¨¢ners, el "deporte del opresor". Los negros sol¨ªan ir a los partidos internacionales, a la secci¨®n "s¨®lo para negros", para apoyar al equipo rival. A cualquier rival.
Sur¨¢frica hab¨ªa llegado a la final. El adversario era el equipo de Nueva Zelanda, el gran favorito. Mandela, consciente de la oportunidad que se le ofrec¨ªa de usar la copa del mundo como instrumento para fomentar la paz y la estabilidad, pas¨® las semanas anteriores preparando meticulosamente su terreno. Antes del torneo se hab¨ªa entrevistado con el capit¨¢n surafricano, un hijo del apartheid, alto y rubio, llamado Fran?ois Pienaar. En aquella reuni¨®n, celebrada en el despacho del presidente en Pretoria, convenci¨® a Pienaar y a su equipo (14 blancos y un mestizo) de que se aprendieran la letra de Nkosi Sikelele. Al mismo tiempo persuadi¨® a la poblaci¨®n negra, a trav¨¦s de discursos y apariciones en televisi¨®n, de que olvidaran los agravios pasados y apoyaran a la selecci¨®n nacional de rugby.
El d¨ªa de la final dio su coup de th¨¦?tre m¨¢s espectacular, al asombrar a los telespectadores de todo el mundo con su aparici¨®n en el campo, antes de que empezara el partido, cubierto con la camiseta verde del equipo surafricano de rugby, en s¨ª otro "s¨ªmbolo de la opresi¨®n" tradicional. Algunos se preguntaron durante un instante, como hab¨ªa hecho De Klerk durante su debate, si Mandela hab¨ªa calculado su gesto o si era una manifestaci¨®n espont¨¢nea de su "talento natural". Pero cualquier an¨¢lisis de ese tipo se vio arrastrado en una oleada de emoci¨®n cuando todo el estadio, completamente blanco, salvo por un pu?ado de rostros negros, estall¨® en gritos de "?Nelson! ?Nelson! ?Nelson!".
El arzobispo Desmond Tutu recuerda aquel d¨ªa -el propio Mandela ha confesado a sus amigos que ¨¦l tambi¨¦n- como uno de los m¨¢s felices de su vida. "Si cualquier otro dirigente pol¨ªtico, cualquier jefe de Estado, hubiera intentado hacer algo parecido, se habr¨ªa dado de bruces, asegura Tutu. "Pero era lo que hab¨ªa que hacer. La mayor¨ªa de los presentes eran afrik¨¢ners que hab¨ªan conocido a ese hombre como terrorista, que hab¨ªan pensado que el Gobierno comet¨ªa una estupidez al ponerle en libertad, y, sin embargo, acabaron gritando ?Nelson! ?Nelson! ?Nelson! Incre¨ªble. Y el resultado fue un vuelco para nuestro pa¨ªs. Cuando ganamos el partido, los negros salieron a bailar en las calles de Soweto. Fue algo extraordinario, y nos indic¨® que era verdaderamente posible ser una sola naci¨®n".
Lo que s¨ª logr¨® aquel d¨ªa la acci¨®n de Mandela, como observa Joe Matthews, fue "eliminar a la ultraderecha". Desde entonces, la extrema derecha surafricana, que durante un tiempo amenaz¨® con ahogar el pa¨ªs en una sangrienta guerra civil, ha quedado reducida a la ineficacia y el rid¨ªculo.
En cuanto a si se ha alcanzado el sue?o de Tutu y Mandela de convertir Sur¨¢frica en una naci¨®n unida y sin fisuras, eso es m¨¢s discutible. Pero las im¨¢genes de Mandela cuando sali¨® al campo al final de aquel partido y entreg¨® la copa del mundo a Fran?ois Pienaar, de su alegr¨ªa de ni?o cuando celebr¨® la victoria con su camiseta de rugby, de la muchedumbre que coreaba su nombre, son estampas que perduran en la mente de todos los que las presenciaron y que recordar¨¢n las generaciones futuras, durante a?os y durante siglos, como ejemplo supremo de generosidad, perd¨®n, reconciliaci¨®n y esperanza.
Tokyo Sexwale estaba all¨ª en el estadio, sentado junto a Mandela, y est¨¢ seguro de que nunca lo olvidar¨¢. "La lucha para la libertad de nuestro pueblo no consisti¨® tanto en librar a los negros de la esclavitud como en liberar a los blancos del miedo", declara Sexwale mientras recuerda con alegr¨ªa aquel gran d¨ªa. "Y eso fue aquel momento: el miedo que se desvanec¨ªa. Aquellas masas de aficionados al rugby que gritaban "?Nelson! ?Nelson!". Aquellas personas que hab¨ªan sido nuestros carceleros, contra los que hab¨ªamos luchado en las trincheras. Y yo no supe qu¨¦ decir. Pero me sent¨ª orgulloso de encontrarme al lado de aquel hombre al que hab¨ªa conocido en prisi¨®n. "F¨ªjate qu¨¦ arriba est¨¢ ahora", pens¨¦. Y... me sent¨ª orgulloso; uno se siente orgulloso de haber compartido mesa con los dioses".
La serie de art¨ªculos sobre Nelson Mandela se basa en gran parte en entrevistas que John Carlin hizo para un documental televisivo titulado La larga marcha de Nelson Mandela, emitido en Estados Unidos.
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