Palabras de despedida: perdonar pero no olvidar
La experiencia ajena nos ha ense?ado que las naciones que no se enfrentan al pasado se ven atormentadas por ¨¦l durante generaciones. La b¨²squeda de la reconciliaci¨®n ha sido el objetivo fundamental de nuestra lucha por instaurar un gobierno basado en la voluntad de las personas, y por construir una Sur¨¢frica que nos pertenezca a todos. La b¨²squeda de la reconciliaci¨®n fue el acicate que dio impulso a nuestras dif¨ªciles negociaciones para la transici¨®n desde el apartheid y los acuerdos de ellas surgidos. El deseo de conseguir una naci¨®n en paz consigo misma es la principal motivaci¨®n de nuestro Programa de Reconstrucci¨®n y Desarrollo. La Comisi¨®n para la Verdad y la Reconciliaci¨®n, que funcion¨® desde 1991 hasta 1998, tambi¨¦n ha sido un componente importante de ese proceso. Dicha comisi¨®n revel¨® los delitos cometidos durante la era del apartheid y ten¨ªa la facultad de amnistiar a aquellos que confesaran su culpa. Su trabajo ha sido un hito clave en un viaje que no ha hecho m¨¢s que empezar.
El camino hacia la reconciliaci¨®n ata?e a todas las facetas de nuestra vida. Para la reconciliaci¨®n es necesario desmantelar el apartheid y las medidas que lo sustentaban. Es necesario superar las consecuencias de ese sitema inhumano que pervive en nuestras actitudes hacia los dem¨¢s, as¨ª como en la pobreza y desigualdad que afecta a las vidas de millones de personas.
Del mismo modo que conseguimos acabar formalmente con unas divisiones seculares para establecer la democracia, los surafricanos tenemos ahora que trabajar juntos para superar las divisiones en s¨ª mismas y para erradicar sus consecuencias.
La reconciliaci¨®n es la clave de la idea que hizo que millones de hombres y mujeres lo arriesgaran todo, incluyendo sus vidas, en la lucha contra el apartheid y la dominaci¨®n blanca. Es inseparable del logro de una naci¨®n no racial, democr¨¢tica y unida que concede la misma ciudadan¨ªa, los mismos derechos y las mismas obligaciones a cada persona, respetando al mismo tiempo la rica diversidad de nuestro pueblo.
Pienso en aquellos a los que el apartheid intent¨® enclaustrar en las c¨¢rceles del odio y del miedo. Pienso tambi¨¦n en aquellos en los que infundi¨® un falso sentido de superioridad para justificar su falta de humanidad hacia los dem¨¢s, as¨ª como en aquellos que alist¨® en las m¨¢quinas de destrucci¨®n, exigi¨¦ndoles un caro peaje de vidas y miembros, y proporcion¨¢ndoles un retorcido desprecio por la vida. Pienso en los millones de surafricanos que siguen viviendo en la pobreza por culpa del apartheid, desfavorecidos y excluidos de la oportunidad de mejorar por la discriminaci¨®n del pasado.
Los surafricanos debemos recordar nuestro terrible pasado para poder enfrentarnos a ¨¦l, perdonando lo que haya que perdonar, pero sin olvidar. Al recordar podemos asegurarnos de que esa falta de humanidad nunca nos volver¨¢ a separar, y podremos erradicar un peligroso legado que a¨²n nos acecha, amenazando a nuestra democracia.
Es inevitable que un cometido de tal magnitud, emprendido hace tan poco tiempo y que requiere un proceso que tardar¨¢ muchos a?os en culminar, sufra diversas limitaciones. El ¨¦xito del mismo depender¨¢ en ¨²ltima instancia de que todos los sectores de nuestra sociedad reconozcan con el resto del mundo que el apartheid fue un crimen contra la humanidad y que sus viles acciones transcend¨ªan nuestras fronteras y sembraban semillas de destrucci¨®n, produciendo una cosecha de odio que incluso hoy seguimos recogiendo. Sobre esto no hay equivocaci¨®n posible: reconocer el mal del apartheid es la clave de la nueva constituci¨®n de nuestra democracia.
Nosotros los surafricanos estamos orgullosos de la nueva constituci¨®n, y de la apertura y responsabilidad que se han convertido en las se?as de identidad de nuestra sociedad. Y deberemos comprometernos de nuevo tanto con estos valores como con la acci¨®n pr¨¢ctica que fomenta nuestra idea de que una cultura s¨®lida de derechos humanos se basa en las condiciones materiales de nuestras vidas. Ninguno de nosotros podr¨¢ disfrutar de una paz y seguridad duraderas mientras una parte de nuestra naci¨®n viva en la pobreza. Nadie deber¨ªa infravalorar las dificultades que entra?a la integraci¨®n en nuestra sociedad de aquellos que han cometido violaciones flagrantes de los derechos humanos y de los que est¨¢n acusados de haber facilitado informaci¨®n y colaboraci¨®n. Pero tambi¨¦n existen alentadores ejemplos de gran generosidad y nobleza por parte de muchos miembros magn¨¢nimos de nuestra comunidad. Sus actos constituyen un reproche para los que pidieron amnist¨ªa sin arrepentimiento y una inspiraci¨®n para los que trabajan en la dif¨ªcil y delicada tarea de la reintegraci¨®n.
La mejor compensaci¨®n para el sufrimiento de las v¨ªctimas y de las comunidades -y el mayor reconocimiento a sus esfuerzos- es la transformaci¨®n de nuestra sociedad en una sociedad que haga de los derechos humanos por los que ellos lucharon una realidad viva. Esto es, en concreto, lo que significa perdonar, pero no olvidar.
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