El paisaje despu¨¦s de la batalla
La primera tentaci¨®n ser¨ªa la de proclamar, sin m¨¢s, la victoria de la OTAN. E incluso la de hacerlo con una inclinaci¨®n despectiva hacia aquellos que en ella no creyeron o que, en secreto o a voces, ardientemente desearon que no se produjera. Y es que, por m¨¢s que la realidad nos d¨¦ raz¨®n -Yugoslavia, Milosevic, han aceptado la puesta en pr¨¢ctica de los objetivos cuya consecuci¨®n busc¨® desde el principio la intervenci¨®n militar-, no es ¨¦ste el momento de "cantar victoria", sino, m¨¢s bien, en un tono que combine sobriedad y determinaci¨®n, observar el paisaje que tras la batalla se nos ofrece y concluir algunas, primeras e inevitables lecciones. La primera y evidente: con las armas hemos obtenido lo que con la negociaci¨®n diplom¨¢tica sistem¨¢ticamente se rechaz¨®. No faltar¨¢n los que sostengan que el precio ha sido demasiado alto, que las p¨¦rdidas incurridas rebasan en cualquier caso lo tolerable y que, en definitiva, "para este viaje no necesit¨¢bamos alforjas". Con seguridad ser¨¢n tales los mismos que, antes de la intervenci¨®n, se hartaron de calificar a la OTAN de "organizaci¨®n cipaya" incapaz de poner su fortaleza al servicio de los derechos humanos y su respeto. Los mismos, tambi¨¦n, que procurar¨¢n ocultar lo evidente: el que debe responder del viaje y de las alforjas es Milosevic, aceptando, tras sangre, sudor y l¨¢grimas, lo mismo que en la negociaci¨®n de Rambouillet se le ofrec¨ªa. Cuando en el futuro se hable de los pol¨ªticos que cometen graves, e incluso criminales errores de c¨¢lculo, el paradigma a recurrir ser¨¢ inevitable: Slobodan Milosevic.
La segunda, y no menos evidente: la OTAN, sus 19 miembros, tienen la capacidad, la voluntad y la decisi¨®n de recurrir a la fuerza cuando violaciones masivas de los derechos humanos pueden llegar a levantar las conciencias de sus ciudadanos y a poner gravemente en peligro la estabilidad en la zona euroatl¨¢ntica. Incluso cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, incumpliendo su mandato y su alta misi¨®n, queda paralizado por el anacr¨®nico juego de los vetos. Y en ese conjunto de cuestiones, la solidez de la que han sabido dar muestra los aliados a pesar de las crecientes dificultades que la prolongada intervenci¨®n generaba entre opiniones p¨²blicas y l¨ªderes pol¨ªticos, es m¨¢s que notable, casi admirable. A dividir la OTAN, con el poco ¨¦xito que hoy constatamos, han jugado tan fervientemente Milosevic como la Rusia de los primeros momentos. Cuyos meritorios servicios mediadores, dicho sea de paso, no podr¨¢n desplazar los resultados all¨ª donde verdaderamente se encuentran: sin fuerza no hubiera habido diplomacia, y el papel de ¨¦sta nunca dej¨® de ser reconocido por la Alianza y sus miembros: es grotesco, adem¨¢s de falso, presentar toda la historia como si de una conflagraci¨®n entre halcones belicistas y palomas pacificadoras se tratara. El ag¨®nico proceso que llev¨® a los pa¨ªses miembros de la Alianza a intervenir era tanto el resultado de una tr¨¢gica constataci¨®n -no hab¨ªa m¨¢s remedio que hacerlo- como el de una aguda conciencia -las armas no pod¨ªan convertirse en otra cosa que no fuera de coerci¨®n para obtener un resultado pol¨ªtico en el que la diplomacia resultaba imprescindible-.
La tercera, y tambi¨¦n clara: es posible alcanzar los objetivos pol¨ªticos con medios militares limitados. Cuando una cierta parte de los sectores pol¨ªtico-militares aliados, con la inapreciable ayuda de los que ya contemplan los toros desde la barrera -l¨¦ase Kissinger, Carter o Joulwan- hac¨ªan llegar sus calamitosas apreciaciones sobre la imposibilidad de ganar una guerra en la que no se empleen todos los efectivos disponibles -l¨¦ase la invasi¨®n terrestre- una campa?a sistem¨¢tica de ataques a¨¦reos, que en el lado de la OTAN ha registrado m¨ªnimas p¨¦rdidas materiales y ninguna humana, consegu¨ªa doblegar la voluntad de resistencia del adversario. Desde luego, no es ¨¦sta una experiencia a repetir. Entre otras razones, porque ya sabemos que la categor¨ªa de los blancos traspasa con cierta facilidad la noci¨®n que el profano pueda tener de lo civil y de lo militar, con su secuela de destrucci¨®n generalizada, y que la negra noci¨®n de los "da?os colaterales", tanto m¨¢s sombr¨ªa cuanto que nunca afecta a los propios, por m¨¢s que resista con ¨¦xito la aplicaci¨®n de las leyes estad¨ªsticas, no deja de suponer un pesado aldabonazo en las conciencias de todos. Pero con todas las incertidumbres pol¨ªticas, morales, militares, humanitarias que la crisis ha tra¨ªdo consigo, y en las que no desear¨ªamos vernos de nuevo sumergidos, emergen algunas nociones elementales: se puede intervenir preventivamente, con alcances limitados y ¨¦xito frente al aventurero internacional. Tanto se ha venido hablando del "derecho a la intervenci¨®n por razones humanitarias" que nunca hab¨ªamos experimentado lo que en realidad pod¨ªa suponer. Algo ya imaginamos en Bosnia. Bastante m¨¢s sabemos despu¨¦s de Kosovo. No es f¨¢cil, ni barata, ni del todo limpia. Como nunca lo ser¨¢ la decisi¨®n de utilizar la fuerza. ?Pero es que acaso los profetas de la intervenci¨®n pensaron que su eficacia se agotaba en la invocaci¨®n de su nombre? Y sobre todo, ?tienen los profetas de la intervenci¨®n/ no intervencionistas una propuesta alternativa y elemental a la que la OTAN, con tanta contundencia como ¨¦xito, ha utilizado?
Cierto, la historia no acaba aqu¨ª, sino que comienza ahora. En t¨¦rminos y condiciones que no pueden simplemente retrotraerse al post-ante, cuando Rambouillet: Kosovo est¨¢ m¨¢s vac¨ªo que nunca, y la primera e inaplazable tarea -la que justificar¨ªa toda la intervenci¨®n- es garantizar el regreso de los expulsados. Pero, adem¨¢s, la reconstrucci¨®n exige hoy nuevos y poderosos esfuerzos -tambi¨¦n en Serbia, por cierto-; los contingentes militares a desplegar son m¨¢s numerosos de los inicialmente claculados; el tiempo de presencia internacional, civil y militar, seguramente m¨¢s largo del imaginado; las posibilidades de reconstruir las relaciones con Rusia -cuyos problemas, como la misma crisis ha demostrado, no son tanto con el mundo exterior aliado, sino, sobre todo, consigo misma- m¨¢s remotas de lo sentido. Y, visibles las cicatrices y las nuevas percepciones, ?hasta qu¨¦ punto estamos dispuestos a coexistir con Milosevic?; ?tiene viabilidad hoy todav¨ªa hablar de la integridad territorial de la Rep¨²blica Federal de Yugoslavia y la inclusi¨®n de Kosovo en la misma?
Cada d¨ªa tendr¨¢ su af¨¢n y su respuesta. Su acierto depender¨¢ del mantenimiento incons¨²til del sentido unitario que durante m¨¢s de dos ag¨®nicos meses han sabido mantener los miembros de la OTAN. Su intervenci¨®n -arriesgada, costosa, dura- tiene, sobre todo, un m¨¦rito: haber configurado un dise?o internacional donde la exigencia de comportamientos ¨¦ticos pasa por delante y encima de cualquier otra consideraci¨®n. Sin exageraci¨®n ni alardes, se debe constatar que Kosovo encarna los cimientos de una nueva estabilidad, que no est¨¢ construida sobre reclamaciones territoriales o equilibrios de poder, sino sobre la convicci¨®n de que en el respeto al car¨¢cter complejo, m¨²ltimple y libre de la sociedad humana est¨¢ la clave pac¨ªfica del futuro. Por m¨¢s que para demostralo haya sido necesario pelear una batalla.
Ganada en buena lid, esperemos a cantar victoria a que, tambi¨¦n con nuestro esfuerzo colectivo, todas las piezas personales y colectivas desplazadas por el conflicto vuelvan a reencontrar su sitio. Y aprovechemos el momento para, con toda la sobriedad que el gesto requiere, pero tambi¨¦n con toda 1a desacomplejada claridad que la circunstancia permite, congratularnos de la existencia, de la capacidad, de la proyecci¨®n de la OTAN. Que no es otra cosa que todos los que a ella pertenecemos. Y que puede llegar a tener 1a rara suerte de contar con Solana y Clark para gestionar sus destinos en momentos de tribulaci¨®n. Fue Max Weber el que estableci¨® aquella can¨®nica diferencia entre la "¨¦tica de las convicciones" y la "¨¦tica de las responsabilidades". El conflicto que en torno a las libertades de los kosovares han encarnado Milosevic y los miembros de la OTAN ilustra la grandeza de los que estiman que las urgencias humanas no se compadecen s¨®lo con la voz prof¨¦tica o po¨¦tica de los espectadores. La OTAN, con raz¨®n y derecho, ha hecho frente a sus matizadas responsabilidades. Weberiana sin saberlo, hoy la Alianza, tras Kosovo, describe un mundo menos b¨¢rbaro, m¨¢s previsible, m¨¢s humano. Pero no cantemos todav¨ªa victoria. Tiempo habr¨¢ para hacerlo.
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