El Derby fin de siglo
En 1899 al primer duque de Westminster le pasaron dos cosas verdaderamente notables, la primera de alcance p¨²blico y la segunda de ¨ªndole m¨¢s personal: para empezar se convirti¨®, gracias a Flying Fox, en el ¨²nico propietario -?hasta la fecha de hoy!- ganador por dos veces de la triple corona inglesa (Dos Mil Guineas, Derby y St. Leger); luego, se muri¨®. Como me siento incapaz de hacer ulteriores comentarios sobre el segundo de estos eventos, les glosar¨¦ el primero. John Porter, clarividente entrenador de los caballos del duque, adquiri¨® para ¨¦l en 1893 una yegua de cr¨ªa muy adecuadamente llamada Vampire, hija de Galop¨ªn, que de inmediato mostr¨® un temperamento aut¨¦nticamente intratable y ya el primer d¨ªa de su llegada a la cuadra ducal hizo todo lo posible por comerse la mano del mozo que la atend¨ªa. Lo peor vino despu¨¦s, porque se atrevi¨® a atacar al duque en persona y el ultrajado caballero decidi¨® prescindir de semejante fiera. El imperturbable Foster ofreci¨® a Su Excelencia quedarse ¨¦l mismo con la yegua, lo que bast¨® para que el duque reconsiderara su postura y dijese que despu¨¦s de todo no hab¨ªa sido para tanto. Como no era cosa de intentar hacer viajar a la arisca Vampire hasta alg¨²n semental lejano -por entonces trasladar un caballo no era cuesti¨®n tan balad¨ª como lo es hoy, gracias a los remolques de ganado- decidieron que la cubriera un pupilo de la casa, Orme, hijo de aquel c¨¦lebre Ormonde que hab¨ªa proporcionado al duque su primera triple corona h¨ªpica. Tambi¨¦n Orme ten¨ªa su historia, porque estuvo a punto de morir al ser envenenado por mano tan alevosa como desconocida poco antes de las Dos Mil Guineas. Luego se han escrito muchos relatos turf¨ªsticos con argumentos semejantes... Inasequible al esp¨ªritu hogare?o, Vampire liquid¨® pronto a su primer reto?o con Orme; el segundo tuvo mejor suerte y sobrevivi¨®. El tercero fue Flying Fox.
De su madre hered¨® cierta incompatibilidad con los buenos modales. Por ejemplo, result¨® todo un paciente viacrucis para el juez de salida en las Dos Mil Guineas lograr que el Fox hiciera una largada aceptable hacia la meta y no hacia las colinas de Newmarket o hacia su cuadra. Por fin sali¨® y gan¨®. Cuando cruz¨® el primero la llegada, el duque de Westminster profiri¨® un desaforado pe¨¢n que algunos presentes intentaron transcribir como un View Hulloa! de potencia ensordecedora. Dado que todos sus distinguidos compa?eros en el palco exclusivo que ocupaba le ten¨ªan hasta entonces por el m¨¢s circunspecto de los patricios, el alarido del duque fue mucho m¨¢s comentado que la primera gran victoria de Flying Fox.
La segunda tampoco careci¨® de dramatismo. En plena recta final del Derby, a menos de doscientos metros de la meta, luchaba cabeza con cabeza contra el tordo Holocauste (al que montaba Tod Sloan, el jinete americano cuya postura agazapado sobre la silla con los estribos muy cortos comenz¨® una revoluci¨®n en el estilo cl¨¢sico de monta inglesa) cuando de pronto son¨® algo parecido a un disparo de pistola: su rival acababa de partirse la pata en un mal tranco. Poco despu¨¦s de que Flying Fox se adjudicara c¨®modamente la carrera, el desventurado Holocauste tuvo que ser ejecutado en la pista para abreviar sus sufrimientos. (Cien a?os m¨¢s tarde, o sea, hace mes y medio, en Belmont -¨²ltima prueba de la triple corona americana- el ganador de las dos anteriores, Charismatic, ha visto truncadas sus aspiraciones al trofeo y su futura trayectoria de competici¨®n al quedarse cojo muy cerca de la llegada, aunque ha salvado la vida gracias a que su jockey salt¨® a tierra oportunamente). A su debido tiempo Fox coron¨® la triple haza?a ganando el St.Leger, el duque muri¨® y el caballo fue vendido muy caro a un propietario franc¨¦s. Como semental produjo ejemplares notables y uno de sus nietos, Teddy, fue importante en la cr¨ªa espa?ola anterior a la Segunda Guerra Mundial.
Tal fue el ganador del ¨²ltimo Derby del siglo pasado. Por favor, no volvamos de nuevo sobre la disputa de si los siglos acaban en el "99" o en el "00". Es un choque entre dos convenciones, la aritm¨¦tica (que opta con raz¨®n por los ceros), y la psicol¨®gica, que prefiere de coraz¨®n los nueves. En las breves d¨¦cadas de nuestra vida, es el nueve el que marca el final de un periodo y el cero lo que determina el comienzo de la nueva etapa: sentimos estar despidi¨¦ndonos de algo a los veintinueve o cuarenta y nueve a?os; nos reconocemos irremediablemente envejecidos a los treinta o a los cincuenta, no a los treinta y uno o a los cincuenta y uno. De modo que los ilusionados con el nuevo milenio lo ver¨¢n despuntar el a?o dos mil y no el dos mil uno, mal que le pese a Kubrick y a la austera ciencia matem¨¢tica. Por lo tanto, el Derby de este a?o ha sido saludado como "el ¨²ltimo del siglo XX", mientras se planteaban en torno a ¨¦l inquietudes t¨ªpicamente finiseculares: ?tiene futuro la ilustre carrera? ?acaso no ha perdido ya su antiguo encanto o al menos su prestigiosa primac¨ªa? ?no es demasiado duro su trazado, demasiado larga su distancia, demasiado elevadas sus tasas de matriculaci¨®n, etc¨¦tera? ?no suelen quedar inv¨¢lidos en ¨¦l demasiados caballos? ?no hace ya demasiado tiempo que no lo gana un aut¨¦ntico fuera de serie?
Y tambi¨¦n yo, puesto que ¨¦ste va a ser mi ¨²nico Derby de fin de siglo, le a?ado mis propias zozobras. Durante veinticinco a?os ininterrumpidos he asistido a la cita de Epsom. ?No deber¨ªan bastarme ya estas bodas de plata? ?Cu¨¢nto tiempo m¨¢s podr¨¦ seguir desafiando a los hados, desatendiendo urgentes compromisos, superando achaques y malestares, para no faltar... como si en ello me fuese la vida? ?No ser¨¢ m¨¢s prudente cerrar voluntariamente este ciclo y dedicar mi corta raci¨®n del nuevo milenio a cosas m¨¢s serias y edificantes? Pero calma, calma: que no cunda el p¨¢nico milenarista...
Ni conviene pecar tampoco de optimismo, como los poderosos jeques de los emiratos petrol¨ªferos que al m¨¢s prometedor de sus potros -con el que esperaban ganar este Derby- le cambiaron un inicial nombre anodino por el comprometedor y agobiante de Dubai Millenium. Gran favorito, pas¨® por la carrera tan ins¨ªpidamente como si se hubiera llamado Olv¨ªdame. M¨¢s s¨®lida fue la candidatura de Beat All, cuyo nombre tambi¨¦n triunfalista coincidi¨® muy bien con el estado de ¨¢nimo reinante en Inglaterra
cuando en la v¨ªspera del Derby se supo que Milosevic capitulaba (hubo tabloides que eligieron como titular en primera p¨¢gina de la noticia una sola palabra: Beaten). Adem¨¢s, a Beat All le mont¨® Gary Stevens, un as norteamericano de la fusta que, aburrido de ganar en USA, ha decidido venirse una temporada a Europa para ponerse las cosas dif¨ªciles: "?ltimamente me daban s¨®lo caballos tan buenos que con ellos hubiera ganado hasta el cartero", coment¨®. No s¨¦ lo que hubiera hecho el cartero en la gran prueba de Epsom, pero Stevens logr¨® un tercer puesto al que no se le puede poner ning¨²n reparo (?tal vez el de haber atacado en la recta final una mil¨¦sima de segundo tarde?). Sea como fuere, el Derby se jug¨® definitivamente entre dos caballos -Oath y Daliapour- que compart¨ªan abuelo paterno (el inevitable y magn¨ªfico Northern Dancer) y cuyos abuelos maternos eran dos de los m¨¢s grandes vencedores del Derby en el ¨²ltimo medio siglo: Troy y Mill Reef. El algod¨®n no enga?a... y la sangre, pocas veces, al menos en el turf. Adem¨¢s, Oath, el ganador, es hermano de Helissio, aquel gran campe¨®n indiscutible de un propietario espa?ol m¨¢s que discutible (?lograr¨¢ por fin Madrid rescatar de una vez su hip¨®dromo?). A Oath le pilot¨® Kieren Fallon, un estupendo jinete irland¨¦s que me recuerda a Lester Piggott tambi¨¦n por su arte de buscarse l¨ªos y crearse fama de incorregible bad boy. Pocos d¨ªas atr¨¢s le hab¨ªan puesto una multa por utilizar palabrotas contra los param¨¦dicos de una ambulancia que perturbaba la salida en una prueba. ?Verdad que no est¨¢ mal ser condenado por renegar y ganar el Derby con un caballo llamado Juramento... todo en la misma semana?
Se me ocurre un argumento contra la fe en milenios y cosas de semejante enormidad: lo llamar¨¦ el "argumento Daliapour". En efecto, se dice que Daliapour lleg¨® el segundo en el Derby gracias a que el terreno estaba algo pesado; y si hubiera estado empapado, ese caballo amante del barro podr¨ªa incluso haber ganado. Pues bien, cinco minutos despu¨¦s de correrse el Derby cay¨® un tremendo chaparr¨®n sobre Epsom y dej¨® la pista encharcada para el resto de la tarde. ?Cinco minutos! Los cinco minutos de la suerte que le faltaron a Daliapour para tenerlo todo a su favor en la ocasi¨®n de su vida... No son los milenios los que cuentan para quienes luchan y gozan, sino los minutos, los segundos: no el largo aliento inerte de los siglos, sino el tiempo de un suspiro
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