La loca de Shajkov
La guerra enloquece. Ella ni siquiera recuerda c¨®mo la llamaban, ni cu¨¢l es su edad. Perdi¨® la raz¨®n cuando la sacaron a golpes de su pueblo, tampoco sabe el nombre. ?De d¨®nde viene? Sus grandes manos temblorosas se?alan un horizonte indefinido. Duerme desde el 4 de abril sobre un jerg¨®n de paja en la destartalada escuela de Shajkov, cerca de la l¨ªnea fronteriza con Serbia. Ese pueblo que polic¨ªas y paramilitares del presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic, convirtieron en campo de concentraci¨®n, que a nadie dejaban entrar ni salir, que a todo aquel que no tuviera con qu¨¦ pagar un rescate le segaban el cuello como a una espiga.
Ella se ha quedado sola, y llora. Todos los dem¨¢s refugiados de la escuela y de la mezquita han regresado a sus casas.
Por no tener, ni dientes tiene. Balbucea sones ininteligibles, las rugosas mejillas c¨®ncavas, los ojos desorbitados en sus profundas y oscuras cuencas.
S¨®lo se le adivinan unas pocas palabras: "Rama, Ismail, Shaban", nombres en que los vecinos intuyen a marido e hijos, a buen seguro fallecidos en esta guerra.
"Tengo miedo, los serbios me matar¨¢n, me quemar¨¢n si salgo", barbotea, apretando con sus grandes dedos un pa?uelo ennegrecido al que se agarra como tabla de salvaci¨®n.
Ella guarda todas sus humildes pertenencias en el interior de un escaso hatillo cuidadosamente anudado, presta para partir en cualquier instante.
?Hacia d¨®nde? "Hacia all¨¢, hacia las monta?as", parece que dice, dodecaf¨®nica, grave, ausente.
La mujer atesora tambi¨¦n tres botellas de agua y una lata de queso desmenuzado.
La gente de Shajkov es compasiva, pero ella apenas se deja ayudar. En la escuela de pueblo que ha convertido en su casa, ella suele cerrarse por dentro en el aula de la pizarra rota, vestida con su camisa que fue roja, su coqueto chalequillo negro, su elegante pa?oleta sucia.
Ah¨ª maduran todos los temores de la loca de Shajkov, qui¨¦n sabe hasta cu¨¢ndo.
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