Mascar¨®n
Seg¨²n Heine, Dios cre¨® el mundo en seis d¨ªas y el s¨¦ptimo llam¨® a Goethe y le dijo: "Haz t¨² las nubes". Pudo llamar tambi¨¦n a Pablo Neruda e invitarlo a que llenara el mundo de mascarones, caracolas, mariposas disecadas, estribos, botellones, m¨¢scaras, ¨ªdolos y restos de barcos naufragados. En Isla Negra el oc¨¦ano Pac¨ªfico bate siempre con furia las rocas cosmog¨®nicas que en medio de altas espumas verdosas guardan la casa del poeta. Pocas veces he sentido un sensaci¨®n de agobio parecida. La casa de Pablo Neruda es un almac¨¦n abigarrado de enseres dispares tra¨ªdos de cualquier parte del mundo y parece que su destino s¨®lo consiste en destruir la belleza del vac¨ªo. Mientras visitaba la casa del poeta en medio de la asfixia que me produc¨ªa el acopio de tantos cacharros in¨²tiles he pensado que tambi¨¦n Dios es un coleccionista de galaxias, creador desatado de infinitas estrellas muertas. Dentro de su mansi¨®n Neruda era como el Dios del G¨¦nesis, tal vez un poco menor, pero no con menos ego. Neruda escrib¨ªa sus poemas convulsos sentado en un punto donde converg¨ªan sobre ¨¦l las miradas de cuatro mascarones femeninos de pechos desnudos y el verso no le sal¨ªa si no se sent¨ªa adorado. Para curarme de estos humos me he tomado unos erizos a la orilla del Pac¨ªfico y s¨®lo con eso tambi¨¦n me he sentido inmortal. Los materialistas profundos tenemos una ventaja: todo es Dios, la luz de Vermeer, el olor de los cromos de nuestra infancia, cualquier roca perdida en La V¨ªa L¨¢ctea, un denario antiguo que sirviera para comprar sal, la primera mirada sostenida entre dos amantes, la vertical del sol que cae sobre un tomate abierto, el humo del caf¨¦ que se expande entre las noticias del peri¨®dico, el acorde helado de Stravinski que abre el comp¨¢s mientras el avi¨®n se eleva dejando abajo esa enorme cresta de los Andes. S¨®lo si las ¨ªnfimas sensaciones son dios tiene sentido el universo. Un dios acaparador desenfrenado de mascarones humanos, de mundos muertos, coleccionista de almas y de infinita lava tiene menos atractivo que el sabor de un erizo en este invierno austral. Si el vac¨ªo no fuera dios el universo ser¨ªa a escala sideral algo tan horrible como la casa que el poeta Neruda cre¨® en Isla Negra, un ego fluctuante en medio de una interminable cacharrer¨ªa. Puede que Neruda fuera s¨®lo su propio mascar¨®n. ?C¨®mo, siendo poeta, no sabr¨ªa que la inmortalidad es el p¨¦ndulo de luz sobre un tomate y una anchoa?
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