Espinacas y hierro
ESPIDO FREIRE C¨®mo cambian las cosas: y como pasa el tiempo. Popeye, el marino, acaba de cumplir setenta a?os representando las excelencias de comer espinacas. Verdura, por otra parte, hartamente intragable, aunque nos la vendieran con dibujos animados y como panacea de fuerza, energ¨ªa, vitalidad y juventud, y que, para colmo, uno de estos informes que aparecen un d¨ªa s¨ª, otro tambi¨¦n, de esos que primero demonizan la cerveza y luego nos cantan sus excelencias, acaba de descubrir que las lentejas y las espinacas, de hierro andan regular. De modo que uno de estos d¨ªas nos encontramos al pobre Popeye no s¨®lo septuagenario, sino en el paro. Como si no le bastara ya ser tuerto, feo como pegarle a un padre y con malas pulgas, resulta que el producto que le daba fuerza ha resultado ser como el doping en el Tour, pero al rev¨¦s. Puro placebo. Y para colmo, como ayuda tiene a miss Olivia, de la que se pueden decir muchas cosas, pero que sea una belleza despampanante, pues m¨¢s bien no. En cualquier momento, cambiar¨¢n a estos venerables ancianos por Elle McPherson. Si le ha ido bien con el yogur, por qu¨¦ no atreverse con las espinacas. Con estos superh¨¦roes el com¨²n de los mortales alberga siempre una duda.?C¨®mo pueden aparcar siempre sin problemas? ?C¨®mo se ligan a la rubia? (morena escuchumizada en el caso del buen Popeye) Cuando hacen volar un coche, o un edificio por los aires... ?Qu¨¦ seguro les cubre los da?os? Porque en la vida real, un grupo de h¨¦roes que quieran quemar un coche o asaltar un edificio, el Gobierno Militar, sin ir m¨¢s lejos, se encuentra con problemas que no solventan los h¨¦roes. Primero hay que lograr despistar a las fuerzas de seguridad, que en las pel¨ªculas suelen llevar casco y ser relativamente bobos. Luego, hay que despistarlos y enviarlos a la ETT m¨¢s pr¨®xima, como si de una atrevida met¨¢fora se tratase. Y luego hay que coordinar a m¨¢s de una decena de encapuchados, hala, chicos, una, dos, tres. Eso, sin hablar de las largas noches en vela preparando c¨®cteles molotov. ?Qu¨¦ haces levantado a estas horas?, nada, aita, los deberes, un par de explosivos de bajo alcance, ah, vale, limpia cuando termines. Hay algo, sin embargo, que une a Popeye con estos asaltantes de baja intensidad, que es el nombre pol¨ªticamente correcto, y no se trata, precisamente, de su parcial ceguera ante ola situaci¨®n de la sociedad: su f¨¦rreo convencimiento de encontrarse en posesi¨®n de la verdad, su creencia no s¨®lo de que la fuerza les acompa?a, sino de que el enemigo es malo, feo y carne de ca?¨®n. Y, sobre todo, la innegable sensaci¨®n de que el tiempo ha transcurrido, de que otros h¨¦roes han venido a sustituir a Popeye, y que los muchachos de la kale borroka necesitan una actualizaci¨®n ideol¨®gica m¨¢s urgente que la del Windows 98. Pero, si de lo que se trata es de que los ni?os coman espinacas, de que los vascos traguemos hierro, tal vez sirvan los viejos modelos. Hay nost¨¢lgicos y coleccionistas de comics, tiras y dibujitos de Popeye. Nost¨¢lgicos de tiempos que nunca ocurrieron lo hay tambi¨¦n. Si se posee la suficiente tozudez como para insistir sobre ello no s¨®lo lograremos convencernos de la opresi¨®n que las fuerzas fascistas y espa?olistas ejercen sobre el pueblo vasco, sino tambi¨¦n de la legalidad de la kale borroka. Y lo curioso es que, del mismo modo que s¨®lo recordamos los aniversarios (el de Tint¨ªn, el de Superm¨¢n, el de Popeye) cuando nos los meten por los ojos, olvidamos f¨¢cilmente el terror y la intensidad de los sabotajes al inicio de la campa?a electoral. Unas semanas de paz nos han bastado para creernos a salvo, en un mundo feliz. Pero no estamos a salvo. No lo estamos. Y, por desgracia, no existen en nuestro mundo personajes de c¨®mics para defendernos.
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