Godard crea una apasionada eleg¨ªa por el cine
El cineasta establece en ocho cap¨ªtulos para televisi¨®n un vibrante di¨¢logo con Murnau, Dreyer, Pasolini o Hitchcock
El cineasta franco-suizo Jean-Luc Godard (Par¨ªs, 1930) lleva tiempo haciendo un cine que no tiene nada que ver con el de los dem¨¢s realizadores, a?orando el cine que pudo haber sido y no fue. Ahora, a trav¨¦s de ocho cap¨ªtulos y cuatro horas y media de im¨¢genes reunidas bajo el t¨ªtulo gen¨¦rico de Histoire(s) du cin¨¦ma -Historia(s) del cine-, ha escrito el mayor monumento a ese iceberg, una reflexi¨®n personal, un poema dedicado a evocar amigos, im¨¢genes, sentimientos, ideas, hechos, y todo eso, a trav¨¦s del cine, "esa representaci¨®n de la vida que nos consuela de la tristeza de ¨¦sta, al tiempo que la vida lo hace de que la representaci¨®n no sea nada". Los ocho cap¨ªtulos, de muy desigual duraci¨®n, han ido precedidos de un documental de Michel Royer sobre la tormentosa relaci¨®n entre el cineasta y la peque?a pantalla. "La televisi¨®n fabrica olvido, y el cine, recuerdo", afirma el autor de A bout de souffle (Sin aliento).
El sentido de la f¨®rmula de Godard, su capacidad para la paradoja, est¨¢ s¨®lo relativamente bien captado por el montaje de Michel Royer, que se quiere godardiano al tiempo que cr¨ªtico, serio y humor¨ªstico alternativamente, cuando el m¨¦rito de Godard es serlo simult¨¢neamente. No es poeta quien quiere. La g¨¦nesis de Histoire(s) du cin¨¦ma, programado por Canal+ Francia, y su realizaci¨®n han sido largas y complicadas. Godard ha convocado en su moviola a todos aquellos que pueblan su memoria, de Murnau a Pasolini, de Monet a Picasso, de Bach a Richard Cocciante, y se ha servido de su especial talento para el montaje para que ese flujo de recuerdos y reflexiones tome forma. A veces, la l¨®gica de los encadenamientos es muy personal, demasiado personal, y el lector-espectador se siente desorientado, pero luego llegan los instantes de fulgor, de iluminaci¨®n, esos pasajes reveladores en los que el artista logra esa plenitud de comunicaci¨®n que le es propia.
Toutes les histoires (Todas las historias), Une histoire seule (Una sola historia), Seul le cin¨¦ma (S¨®lo el cine), Fatale beaut¨¦ (Fatal belleza), La monnaie de l"absolu (La moneda del absoluto), Une vague nouvelle (La ola nueva), Le contr?le de l"univers (El control del universo) y Les signes parmi nous (Los signos entre nosotros) son los t¨ªtulos que corresponden a los distintos cap¨ªtulos.
Di¨¢logo
No se trata de un recorrido cronol¨®gico por la historia del cine, sino de un di¨¢logo fluido con una serie de personajes -Godard sigue hablando con Murnau, Dreyer, Eisenstein, Langlois, Guitry, Pasolini, Hitchcock, Truffaut, Ray, Cassavettes, por citar aquellos con los que mantiene un debate m¨¢s vivo y emocionado- que tienen en com¨²n el estar muertos y aumentar la soledad del interlocutor que, en Rolle, en su casa, ante el lago, en medio de sus libros, mesa de montaje y biblioteca, se esfuerza por mantener vivo el recuerdo de aquel cine que crey¨® poder sintetizar y sustituir todas las dem¨¢s artes, que se so?¨® ambicioso hasta complacerse en ser un simple entretenimiento para eternos adolescentes. De tanto en tanto resume lo ocurrido: "El cine es una industria, y si la Primera Guerra Mundial permiti¨® al cine americano arruinar el cine franc¨¦s, con el nacimiento de la televisi¨®n la Segunda le permitir¨¢ financiar, es decir, arruinar, todos los cines de Europa"; o lanza exabruptos en los que "la televisi¨®n se transforma en ese adulto imb¨¦cil y triste que se niega a ver el agujero de donde ha salido", y en los que la televisi¨®n es tambi¨¦n "una m¨¢quina que nos ha desaprendido a ver".
El Hollywood m¨ªtico, con su capacidad de creaci¨®n inigualada al tiempo que destrucci¨®n sin par, aparece de la mano de Irving Thalberg y Eric von Stroheim; la nouvelle vague, gracias a un di¨¢logo con Serge Daney y una carta de amor enviada a Truffaut; las potencialidades truncadas del cine las encarnan Welles, Renoir, Guitry o Eisenstein, y el entusiasmo absoluto corresponde al neorrealismo, es decir, a Rossellini y su Roma, citt¨¤ aperta (Roma, ciudad abierta), pero tambi¨¦n a sus otras pel¨ªculas y a las de sus contempor¨¢neos, los Visconti, De Sanctis, De Sicca, Pasolini o Fellini, un cine que, siempre seg¨²n Godard, "fue el ¨²nico que resisti¨® a la ocupaci¨®n del cine por Am¨¦rica, a una manera uniforme de hacer cine. No es por casualidad que Italia sea el pa¨ªs que luch¨® menos, que ha sufrido mucho, pero que ha traicionado dos veces y que, por lo tanto, ha sufrido de no tener identidad, el que la haya reencontrado con Roma, citt¨¤ aperta, un filme hecho por gente sin uniforme".
Auschwitz
Theodor W. Adorno se preguntaba por la poes¨ªa despu¨¦s de Auschwitz, y lo cierto es que Godard, joven apol¨ªtico de derechas cuando trabajaba como cr¨ªtico, mao¨ªsta y agitador comunista luego, cineasta militante y colectivista m¨¢s tarde, ha acabado por topar con Auschwitz. Sus discursos pol¨ªticos, su capacidad para contar historias o crear personajes, se han congelado. S¨®lo habla en primera persona, desde un imaginario en el que la c¨¢mara de George Stevens filmando a Liz Taylor en A place in the sun (Un lugar en el sol) es la heredera de la que el propio Stevens empu?¨® al entrar en Auschwitz. "El cine no es nada, lo quiere todo y puede algo", concluye el cineasta, que antes confund¨ªa objetivos y calibres. Al final, a modo de recordatorio de lo que para ¨¦l ha sido ver y hacer cine, Godard dice: "Si un hombre atravesaba el para¨ªso en sue?os y recib¨ªa una flor como prueba de su paso, para luego, al despertar, encontrar esa flor entre las manos, entonces admito que yo soy ese hombre". Y el rostro, sonriente y mal afeitado, del cineasta aparece en sobreimpresi¨®n, mezclado con una rosa, unas enormes letras que hacen referencia a la "f¨¢brica de sue?o" y un plano solemne del Otello de Orson Welles.
Los ocho cap¨ªtulos irritar¨¢n a quienes llevan a?os asegurando que Godard es un camelo o un cineasta acabado. Su discurso no siempre puede seguirse, no siempre los hallazgos visuales y sonoros est¨¢n a la altura de otros realmente sublimes, y el conjunto es tan radicalmente distinto de todo lo que se ve en el cine o en la televisi¨®n que no faltar¨¢n quienes hablen de estafa intelectual o impostura. En cualquier caso, los ocho programas, el r¨¦quiem por el cine que ha sido y pudo ser, est¨¢n ah¨ª, obra de un mis¨¢ntropo inclasificable y de uno de esos denostados canales de televisi¨®n.
Hace 15 a?os, con el mismo t¨ªtulo que el que engloba los ocho cap¨ªtulos, Godard ya public¨® un libro en el que anticipaba su voluntad de poner en pie "una introducci¨®n a una verdadera historia del cine, la ¨²nica, la aut¨¦ntica". El proyecto ten¨ªa esa mirada que permite resumir la creaci¨®n literaria mundial en tres nombres -Homero, Cervantes y Joyce- con la convicci¨®n de que contienen a todos los dem¨¢s. Pero Godard no ha realizado una "introducci¨®n" . El car¨¢cter de poema elegiaco, de l¨¢pida funeraria que destila el conjunto, hace que resulte m¨¢s pertinente hablar de conclusi¨®n.
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