Un hombre ha muerto de muerte natural
Esta vez parece ser verdad: Ernest Hemingway ha muerto. La noticia ha conmovido, en lugares opuestos y apartados del mundo, a sus mozos de caf¨¦, a sus gu¨ªas de cazadores, a sus aprendices de torero, a sus choferes de taxi, a unos cuantos boxeadores venidos a menos y a alg¨²n pistolero retirado.
Mientras tanto, en el pueblo de Ketchum, Idaho, la muerte del buen vecino ha sido apenas un doloroso incidente local. El cad¨¢ver permaneci¨® seis d¨ªas en c¨¢mara ardiente, no para que se le rindieran honores militares, sino en espera de alguien que estaba cazando leones en ?frica. El cuerpo no permanecer¨¢ expuesto a las aves de rapi?a, junto a los restos de un leopardo congelado en la cumbre de una monta?a, sino que reposar¨¢ tranquilamente en uno de esos cementerios demasiado higi¨¦nicos de los Estados Unidos, rodeado de cad¨¢veres amigos. Estas circunstancias, que tanto se parecen a la vida real, obligan a creer esta vez que Hemingway ha muerto de veras, en la tercera tentativa.
Hace cinco a?os, cuando su avi¨®n sufri¨® un accidente en el ?frica, la muerte no pod¨ªa ser verdad.
Las comisiones de rescate lo encontraron alegre y medio borracho, en un claro de la selva, a poca distancia del lugar donde merodeaba una familia de elefantes. La propia obra de Hemingway, cuyos h¨¦roes no ten¨ªan derecho a morir antes de padecer durante cierto tiempo la amargura de la victoria, hab¨ªa descalificado de antemano aquella clase de muerte, m¨¢s bien del cine que de la vida.
En cambio, ahora, el escritor de 62 a?os, que en la pasada primavera estuvo dos veces en el hospital trat¨¢ndose una enfermedad de viejo, fue hallado muerto en su habitaci¨®n con la cabeza destrozada por una bala de escopeta de matar tigres. En favor de la hip¨®tesis de suicidio hay un argumento t¨¦cnico: su experiencia en el manejo de las armas descarta la posibilidad de un accidente. En contra, hay un solo argumento literario: Hemingway no parec¨ªa pertenecer a la raza de los hombres que se suicidan. En sus cuentos y novelas, el suicidio era una cobard¨ªa, y sus personajes eran heroicos solamente en funci¨®n de su temeridad y su valor f¨ªsico. Pero, de todos modos, el enigma de la muerte de Hemingway es puramente circunstancial, porque esta vez las cosas ocurrieron al derecho: el escritor muri¨® como el m¨¢s corriente de sus personajes, y principalmente para sus propios personajes.
En contraste con el dolor sincero de los boxeadores, se ha destacado en estos d¨ªas la incertidumbre de los cr¨ªticos literarios. La pregunta central es hasta qu¨¦ punto Hemingway fue un grande escritor, y en qu¨¦ grado merece un laurel que a ¨¦l mismo le pareci¨® una simple an¨¦cdota, una circunstancia epis¨®dica en la vida de un hombre.
En realidad, Hemingway s¨®lo fue un testigo ¨¢vido, m¨¢s que de la naturaleza humana de la acci¨®n individual. Su h¨¦roe surg¨ªa en cualquier lugar del mundo, en cualquier situaci¨®n y en cualquier nivel de la escala social en que fuera necesario luchar encarnizadamente no tanto para sobrevivir cuanto para alcanzar la victoria. Y luego, la victoria era apenas un estado superior del cansancio f¨ªsico y de la incertidumbre moral.
Sin embargo, en el universo de Hemingway la victoria no estaba destinada al m¨¢s fuerte, sino al m¨¢s sabio, con una sabidur¨ªa aprendida de la experiencia. En ese sentido era un idealista. Pocas veces, en su extensa obra, surgi¨® una circunstancia en que la fuerza bruta prevaleciera contra el conocimiento. El pez chico, si era m¨¢s sabio, pod¨ªa comerse al grande. El cazador no venc¨ªa al le¨®n porque estuviera armado de una escopeta, sino porque conoc¨ªa minuciosamente los secretos de su oficio, y por lo menos en dos ocasiones el le¨®n conoci¨® mejor los secretos del suyo. En El viejo y el mar ¡ªel relato que parece ser una s¨ªntesis de los defectos y virtudes del autor¡ª un pescador solitario, agotado y perseguido por la mala suerte logr¨® vencer al pez m¨¢s grande del mundo en una contienda que era m¨¢s de inteligencia que de fortaleza.
El tiempo demostrar¨¢ tambi¨¦n que Hemingway, como escritor menor, se comer¨¢ a muchos escritores grandes, por su conocimiento de los motivos de los hombres y los secretos de su oficio. Alguna vez, en una entrevista de prensa, hizo la mejor definici¨®n de su obra al compararla con el iceberg de la gigantesca mole de hielo que flota en la superficie: es apenas un octavo del volumen total y es inexpugnable gracias a los siete octavos que la sustentan bajo el agua.
La trascendencia de Hemingway est¨¢ sustentada precisamente en la oculta sabidur¨ªa que sostiene a flote una obra objetiva, de estructura directa y simple, y a veces escueta inclusive en su dramatismo.
Hemingway s¨®lo cont¨® lo visto por sus propios ojos, lo gozado y padecido por su experiencia, que era, al fin y al cabo, lo ¨²nico en que pod¨ªa creer. Su vida fue un continuo y arriesgado aprendizaje de su oficio, en el que fue honesto hasta el l¨ªmite de la exageraci¨®n: habr¨ªa que preguntarse cu¨¢ntas veces estuvo en peligro la propia vida del escritor, para que fuera v¨¢lido un simple gesto de su personaje.
En ese sentido, Hemingway no fue nada m¨¢s, pero tampoco nada menos, de lo que quiso ser: un hombre que estuvo completamente vivo en cada acto de su vida. Su destino, en cierto modo, ha sido el de sus h¨¦roes, que s¨®lo tuvieron una validez moment¨¢nea en cualquier lugar de la Tierra, y que fueron eternos por la fidelidad de quienes los quisieron. Esa es, tal vez, la dimensi¨®n m¨¢s exacta de Hemingway. Probablemente, este no sea el final de alguien, sino el principio de nadie en la historia de la literatura universal. Pero es el legado natural de un espl¨¦ndido ejemplar humano, de un trabajador bueno y extra?amente honrado, que quiz¨¢ se merezca algo m¨¢s que un puesto en la gloria internacional.
? Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez / Cambio
Babelia
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