Wynton Marsalis santifica la m¨²sica de Duke Ellington
, Vitoria La obligaci¨®n, sobre todo si coincide con la devoci¨®n, es lo primero. As¨ª lo entendi¨® la organizaci¨®n vitoriana programando en la jornada inaugural un doble homenaje a Duke Ellington en el centenario de su nacimiento. Para rendirlo con garant¨ªas, nada mejor que convocar a Wynton Marsalis, su valedor m¨¢s popular, eficiente y pol¨¦mico. El trompetista de Nueva Orleans se ha embarcado junto a su Lincoln Center Jazz Orchestra en un a?o monogr¨¢fico que le llevar¨¢ a presentar el tesoro musical del maestro en ciudades de los cinco continentes.
La parada de este m¨²sico en el festival de Vitoria dej¨® ver a su alrededor un colectivo vibrante, poderoso y plenamente consciente de la responsabilidad adquirida. Si no fuera porque lo desmiente cada vez que tiene ocasi¨®n de hacerlo, se dir¨ªa que Wynton Marsalis tiene algo de un ap¨®stol con vocaci¨®n de mes¨ªas del jazz. Su cruzada particular parece estar basada m¨¢s en una certeza casi cient¨ªfica, que viene avalada por el an¨¢lisis y la erudici¨®n, que en la fe, pero como le mueve un fervor apasionado el m¨²sico norteamericano termina por ofrecer arte grande, directamente salido del coraz¨®n.
En el marco del festival de Vitoria Marsalis tuvo ocasi¨®n de demostrarlo en dos ocasiones: una fue por la tarde, en el ya tradicional concierto para los ni?os, y la otra por la noche, en el tributo oficial que dedic¨® a la la figura y a la herencia de Duke Ellington.
La chiquiller¨ªa acudi¨® a verle y oirle en masa. Por momentos, la audiencia menuda de Wynton Marsalis estuvo m¨¢s interesada en la merienda y en conseguir que sus padres les compraran chucher¨ªas que en atender al escenario, pero entre bocadillos y palomitas tuvo ocasi¨®n de averiguar que Duke Ellington fue uno de los m¨²sicos m¨¢s importantes del siglo.
Difunde, que algo queda, deb¨ªa pensar Marsalis, mientras predicaba con la palabra y con los ejemplos musicales que le iba poniendo en bandeja su orquesta.
Los asistentes m¨¢s peque?os al concierto tuvieron el espect¨¢culo asegurado con el brillo de los instrumentos de metal, y algunos de los m¨¢s crecidos se acercaron a pie de escenario para bailar y escuchar la lecci¨®n del m¨²sico m¨¢s de cerca. Por supuesto, no se trataba tanto de que los chiquillos entendieran a la primera lo que es un break o un riff como de que se pusieran en contacto con una de las m¨²sicas m¨¢s estimulantes y m¨¢s creativas jam¨¢s concebidas. ?se, y no otro, era el prop¨®sito.
El p¨²blico adulto de la noche no necesit¨® entrar en situaci¨®n empujado por la historia. Wynton Marsalis atac¨® sin entrar en pre¨¢mbulos una m¨²sica que conoce del derecho y del rev¨¦s -que ama y siempre le sorprende-, al frente de una formaci¨®n orquestal completamente disciplinada y homog¨¦nea, que pone manifiesto tener una fin¨ªsima puesta a punto que le permite desarrollar la complejidad de la m¨²sica ellingtoniana como si resolviese una ecuaci¨®n trivial. Entre las infinitas maneras que hay de honrar la memoria de Ellington, el trompetista elige la que bebe de las partituras originales sin caer en el calco rutinario.
Peque?as maravillas
La primera mitad del concierto estuvo dedicada a recorrer algunas piezas poco frecuentadas del inmenso repertorio de Duke Ellington, entre ellas peque?as maravillas como un formidable arreglo de El manisero o los originales Main stem, Second line y The shepherd, sobre el que Marsalis hizo un solo sobrecogedor, desgarrado y ronco como si se acabara de fumar de una calada el tronco de un ¨¢rbol sure?o. La segunda se consagr¨® al temario c¨¦lebre (Caravan, Take the "A" train, Sophisticated lady, Concerto for Cootie), esta vez con las individualidades en primer plano. Ya se sabe que los hombres de confianza de Duke Ellington era gente que estaba tallada a mano y son completamente irrepetibles, de modo que los instrumentistas de la Lincoln estuvieron humildes. As¨ª, el estupendo saxofonista alto Wess Anderson se mir¨® en el espejo de Johnny Hodges, el tenor Walter Blanding se inspir¨® en el estilo arrebatador y desma?ado de Paul Gonsalves, y el clarinetista Victor Goines evoc¨® la tersa y caballerosa sonoridad de Barney Bigard.
Wynton Marsalis, acaso por aquello de confirmar que es un instrumentista prodigioso no s¨®lo en el plano t¨¦cnico, volvi¨® a aclarar, en la interpretaci¨®n de su solo sobre Black and tan fantasy, que en artistas de su envergadura el rigor hist¨®rico no est¨¢ re?ido con el talante innovador. El trompetista no es de esos a quienes les gustan los ¨¦xitos f¨¢ciles, y para demostrarlo antepuso Perdido, una pieza que es muy agradecida cuando se trata de rematar un concierto, a una muestra de ellingtonianismo que estuvo de comienzo a final cuajada de fantas¨ªa y de contrastes de atm¨®sfera, capaz de multiplicar por mil los estados de ¨¢nimo. El p¨²blico entendi¨® el gesto y reclam¨® la propina. Entonces, s¨ª.
Wynton Marsalis regal¨® la pegadiza y cordial C Jam blues con la acostumbrada rueda de los solistas, quiz¨¢ para advertir al p¨²blico de Vitoria que lo importante para Duke Ellington era, ante todo, hacer feliz a su gente.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.