D¨ªas que faltan
LUIS MANUEL RUIZ Frente al Prado de San Sebasti¨¢n el Ayuntamiento de Sevilla, llevado por la euforia triunfal que debe sentir ante la proximidad del evento, ha colocado una especie de enorme cron¨®metro digital que marca los d¨ªas que faltan para la apertura del Mundial de Atletismo. El cron¨®metro funciona las veinticuatro horas del d¨ªa, y provoca una extra?a sensaci¨®n seguir su minuciosa cuenta atr¨¢s a las cinco o las seis de la madrugada, cuando la gente regresa de los bares que salpican las orillas del r¨ªo, porque transmite cierta impresi¨®n de inexorabilidad, de destino cancelado, como si m¨¢s que anunciar el advenimiento de esa santa celebraci¨®n ¨®ptima para todos los sevillanos, estuviera contando las horas para el apocalipsis, que, si Nostradamus y Paco Rabanne no se equivocan, cae sobre agosto. Ese gigantesco y desagradable aparato registra el tiempo que resta para que se materialice el suceso cuya proximidad debe sumir en el insomnio a muchas personas, que debe provocar crueles ataques de ansiedad entre nuestros conciudadanos: es como el enamorado que deshoja la margarita y enumera mentalmente los d¨ªas que faltan para encontrar a la amada, como el prisionero que traza muescas sobre la pared de la celda. Mi entusiasmo por los deportes en general siempre ha sido nulo, nunca me ha interesado partirme los m¨²sculos en ninguna cancha ni la garganta defendiendo los colores de ninguna camiseta; por lo tanto no se me puede exigir que me entusiasme con el porvenir m¨¢s inmediato de la ciudad. Habr¨¢ carteles por todas partes, autobuses interminables que vomiten equipos desorientados de turismo, habr¨¢ atascos; la televisi¨®n, nacional y auton¨®mica, bombardear¨¢ sin cesar con los pleon¨¢sticos res¨²menes de jornada, se?ores y se?oras que no conozco de nada saldr¨¢n corriendo pegando brincos por la pantalla e invadir¨¢n inmisericordemente la hora del gazpacho y la de la siesta. Y lo peor ser¨¢ que en todas partes habr¨¢ un aire triunfal de misi¨®n cumplida, de promoci¨®n honor¨ªfica, porque Sevilla habr¨¢ sido elegida para ser retransmitida por todos los sat¨¦lites de la Tierra y, de camino, habr¨¢ subido otro pelda?ito en el ascenso imparable que la lleva a las Olimpiadas del dos mil no s¨¦ cu¨¢ntos. Mis amigos, que resultan tan quejicas y petardos como yo mismo, protestan por la erecci¨®n de un estadio que se compar¨® en su d¨ªa con las obras imperiales del mism¨ªsimo Adriano, aduciendo la quiz¨¢ razonable objeci¨®n de que el dinero que se despilfarr¨® en la construcci¨®n (un n¨²mero vertiginoso de millones, creo recordar), podr¨ªa haberse invertido en paliar necesidades mucho m¨¢s acuciantes de la ciudad y que seguir¨¢n estando ah¨ª cuando los atletas de todos los equipos del mundo se hayan marchado para su casa: transportes p¨²blicos, estado del casco hist¨®rico, reciclaje de la movida. Claro que mis amigos no cuentan con una cosa, y es que el car¨¢cter de nuestra ciudad nos hace los destinatarios id¨®neos para un festejo como el cron¨®metro del que hablo espera sin dormir: lugar ins¨®lito donde la gente salta a la calle s¨®lo para protestar porque equipos no bajen a segunda o para celebrar bodas reales, Sevilla obedece al cl¨¢sico se?uelo del pan y el circo, y resultar¨¢ que ni clavada para provocar el entusiasmo que un acontecimiento de esta clase requiere. Ser¨¢ una fiesta por todo lo alto.
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