Una historia americana
(THE WASHINGTON POST)Si Estados Unidos tuviera a Shakespeare, habr¨ªa escrito la historia de los Kennedy. Habr¨ªa entendido inmediatamente que encarnan todo lo que ofrece la vida: ambici¨®n, riqueza, poder, sexo, amor. Y tambi¨¦n muerte.
Shakespeare habr¨ªa visto que la saga de los Kennedy es la historia de Estados Unidos como pa¨ªs, con todos sus arquetipos. El inmigrante emprendedor. El financiero despiadado. El idealismo noble. La combinaci¨®n de amor y encanto, el hechizo de la muerte prematura. El culto a la celebridad.
Relatar¨ªa la gesta de Joseph P. Kennedy, la asombrosa figura de la ambici¨®n en estado puro, que se convirti¨® en millonario e hizo a su familia grande.
Detallar¨ªa la epopeya del primer hijo del patriarca, preparado para la grandeza, que muri¨® joven en la guerra. Y la del segundo hijo, que ocup¨® el lugar de su hermano mayor en el camino del poder. Y tambi¨¦n la del tercero, que muri¨® mientras reclamaba el trono. Habr¨ªa derramamientos de sangre, gigantes ca¨ªdos, discursos grandilocuentes, j¨®venes fabulosos que son felices hoy y desdichados ma?ana, y mujeres cortejadas con penas inconsolables porque esto, tambi¨¦n, es parte del coraz¨®n humano.
Y ahora comenzar¨ªa a escribir otra tragedia, la de un hombre joven, rico, guapo, que creci¨® bajo la sombra de la muerte de su padre; un joven que parec¨ªa haber heredado la gloria de esta familia pero no su maldici¨®n; un joven, fr¨ªvolo en sus a?os de colegio que fue poniendo a la gracia de su lado. Un joven cuyo destino, al final, no s¨®lo no ha redimido la fatalidad de su familia sino que la ha perpetuado.
No tenemos Shakespeare. Tenemos a los Kennedy y a sus hechos, sin importar lo estremecedores, desoladores o siniestros que sean.
M¨ªrenlos c¨®mo estaban el s¨¢bado. El clan se reun¨ªa de nuevo en Hyannisport. Hab¨ªan llegado para una boda. Estaba el senador, Edward Moore Kennedy, el ¨²ltimo hijo de Joseph, el ¨²nico destinado a vivir toda la vida. Se casaba la prima de John Kennedy Jr., Rory, quien no hab¨ªa nacido cuando su padre, Robert F. Kennedy, fue asesinado mientras intentaba alcanzar la Casa Blanca. El a?o pasado, Rory abrazaba a su hermano Michael despu¨¦s de que muriera esquiando en Aspen (Colorado).
Pero la historia de los Kennedy es, como la de la humanidad, un camino oscuro y a la par deslumbrante. El del s¨¢bado iba a ser uno de los d¨ªas luminosos. 275 invitados, risas, m¨²sica, un jard¨ªn esmeralda a la vera del mar. Entonces el camino vir¨® s¨²bitamente hacia la oscuridad y, en lugar de a la boda, les llev¨® a rezar por un milagro. Un avi¨®n pilotado por John F. Kennedy Jr. con su mujer, Carolyn, y su cu?ada, Lauren, se hab¨ªa esfumado de los radares en plena noche. Estos eran los hechos pero, de nuevo, son casi demasiado dram¨¢ticos como para resultar cre¨ªbles. Fue un accidente de avi¨®n el que introdujo la tragedia en la familia, por primera vez, en 1944. El temerario Joe Kennedy, hijo de un inmigrante irland¨¦s, hab¨ªa contra¨ªdo matrimonio en 1914 con Rose Fitzgerald, hija de la aristocracia irlandesa de Boston. Era inteligente, sin escr¨²pulos, pose¨ªdo por la determinaci¨®n de hacerse a¨²n m¨¢s grande que los m¨¢s grandes de Boston, aquellos que le ninguneaban. El primer paso era hacerse rico, y amas¨® una fortuna que hoy se calcular¨ªa en miles de millones de d¨®lares. El segundo era que se le reconociera su posici¨®n, lo que ocurri¨® cuando fue nombrado embajador en Londres en 1937. El tercer paso consist¨ªa en formar una dinast¨ªa. Derroch¨® pasi¨®n y energ¨ªa en Joe Jr., que era inteligente, atractivo y pose¨ªa un don para la pol¨ªtica. La herencia que recibi¨® fue participar en una misi¨®n secreta de bombardeo. Su avi¨®n estall¨® en el aire. Cuatro a?os despu¨¦s, Kathleen Kennedy (la segunda chica, la cuarta de nueve hijos, de Joe a Rose) hizo a?icos el coraz¨®n de su madre al anunciar que se casaba con un noble brit¨¢nico, protestante, que se hab¨ªa divorciado previamente. Antes de que la boda se celebrara, ella, tambi¨¦n, muri¨® en un accidente de aviaci¨®n. Otra hermana, Rosemary, con un leve retraso mental, fue sometida a una lobotom¨ªa experimental con poco m¨¢s de 20 a?os. Qued¨® completamente incapacitada y la enviaron a una instituci¨®n mental en Wisconsin.
Joseph P. Kennedy vio c¨®mo era elegido presidente su segundo hijo: su sue?o hab¨ªa sido colmado para, al instante, estallar de un golpe, un golpe sordo asestado en la cima de la gloria. M¨¢s tarde, Robert F. Kennedy, el impasible, se encontr¨® con su alma en la carrera por la presidencia. Dej¨® tras de s¨ª, sin tim¨®n, a una numerosa prole. Muchos han salido adelante -Kathleen hija est¨¢ a punto de convertirse en gobernadora de Maryland-, pero tambi¨¦n se han producido accidentes y crisis: la muerte de Michael, y la de David Kennedy por sobredosis. Edward Kennedy se precipit¨® con su coche desde un puente y la mujer que le acompa?aba muri¨® ahogada. Jean Kennedy, una de las hermanas, tuvo que sufrir el juicio por violaci¨®n contra su hijo, William Smith.
En el centro de la leyenda de los Kennedy, de todo el mito, siempre habr¨¢ un presidente atractivo, ingenioso y glorioso con su joven y cautivadora mujer. Jacqueline, seg¨²n dijo una vez un amigo suyo, era "tan americana como el caviar" y, en efecto, ¨¦sta era la cualidad que la hac¨ªa tan atrayente. Encarnaban una sensaci¨®n y transmit¨ªan la esperanza de un futuro mejor, m¨¢s feliz y m¨¢s vigoroso.
Esa sensaci¨®n estuvo a punto de morir en Dallas. El recuerdo se ha transmitido de hermano a hermano hasta depositarse sobre los hombros de John F. Kennedy Jr.Era su destino. Y se sell¨® en ese momento. Era su tercer cumplea?os, el 25 de noviembre de 1963, y un f¨¦retro pasaba lentamente por delante. Todo el mundo pudo verle saludar a su padre.
Con 38 a?os de edad, la sensaci¨®n era que John F. Kennedy Jr. estaba madurando y buscando su camino. Pod¨ªa articular un discurso perfecto. Se encontraba tranquilo siendo el centro de atenci¨®n. Sus ojos brillaban. Y en ese instante termina otro cap¨ªtulo. Del mismo modo en que suelen terminar tantas historias de los Kennedy, con un obsesionante obsesionado ?Y si...?
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