LA CR?NICA Piscinas JORDI PUNT?
El norteamericano John Cheever escribi¨® un pu?ado de buenas historias y yo releo algunas de ellas cada verano -partiendo, claro est¨¢, del d¨ªa en que las descubr¨ª, har¨¢ unos cinco a?os, quiz¨¢ seis-. Durante el resto del a?o, no tengo ninguna necesidad de revisitar esos cuentos, se dir¨ªa que los olvido, y en cambio, cuando llega el calor, hay algo poderoso que me lleva hacia ellos y a su relectura. Creo saber cu¨¢l es el agente de este influjo: una visi¨®n panor¨¢mica, parecida a cierto cuadro de Hockney, con una piscina en primer t¨¦rmino, una de esas piscinas de aguas azul turquesa o verde caribe, rectangulares, ovaladas o en forma de ri?¨®n (lugares que adoro y contemplo siempre con sumisa religiosidad), y luego, abriendo el plano, el paisaje que las rodea en su falaz perfecci¨®n, donde se puede palpar la indolencia -casi nonchalance- que muestran los propietarios que las habitan y nadan en ellas, los protagonistas de los cuentos, gente audaz en los negocios que durante el a?o flirtea con el destino y sabe que al fin siempre llega el verano y habr¨¢ una casa al lado de la playa que les acoger¨¢ generosa. Aunque luego las aguas no sean todo el tiempo refrescantes ni l¨ªmpidas. La mayor¨ªa de las narraciones de Cheever que releo cada a?o est¨¢n se?aladas en el ¨ªndice del libro con una especie de asterisco pintado a mano. Compr¨¦ mi ejemplar en un librero de viejo y alguien las hab¨ªa marcado para m¨ª; fueron ¨¦sas precisamente las que empec¨¦ a leer y enseguida a admirar: en Las casas junto a la playa, por ejemplo, el narrador habla de las casas que ha alquilado a lo largo de su vida, cada mes de julio, para veranear, y cuando cuenta sus sensaciones al invadir ese espacio, uno comprende una vez m¨¢s que la vida se encuentra latente en los detalles. Dice el narrador: "?Qui¨¦n, nos preguntamos, es la se?ora del retrato que hay en el vest¨ªbulo de arriba? ?Qui¨¦n escondi¨® un ejemplar de Fanny Hill en el armario de la vajilla, qui¨¦n tocaba la c¨ªtara y qui¨¦n dorm¨ªa en la cuna, y qui¨¦n era la mujer que pint¨® con esmalte rojo las u?as de las garras sobre las que descansa su ba?era? ?Qu¨¦ signific¨® ese momento en su vida?". Son historias, lo s¨¦ bien, que tienen lugar en las costas de Maine, desde Long Island hasta Nueva Inglaterra, tambi¨¦n en los vi?edos de Martha, cerca de donde se precipit¨® la avioneta de John John Kennedy -muchos de los personajes de Cheever podr¨ªan pilotar un modelo m¨¢s antiguo de esa misma avioneta. La ¨²nica narraci¨®n del volumen que recibi¨® dos asteriscos en el ¨ªndice por parte del antiguo propietario del libro (mi alma gemela) se llama El nadador y es tal vez la mejor historia que escribi¨® Cheever. No me resisto al chiste f¨¢cil y voy a decir que suelo sumergirme en ella con fascinaci¨®n, trazando con esmero cada brazada de mi crawl de andar por casa. La historia fue llevada al cine con Burt Lancaster como Neddy Merrill, el protagonista. Neddy est¨¢ sentado al borde de la piscina de unos amigos, con una mano dentro del agua y un vaso de ginebra en la otra. De repente su cerebro, algo turbio, traza un plan para volver a su casa, que se encuentra al final de la larga hilera de propiedades con piscina que abarca la vista: nadar¨¢ a lo largo de esas piscinas, como si una corriente casi subterr¨¢nea de agua las uniese todas, y ese reto va a ser para ¨¦l un canto hedonista a la belleza del d¨ªa. Pero pasa el tiempo y la verdad desagradable asoma: no en todas las piscinas es bien recibido, y con las horas el cansancio atenaza su cuerpo (la edad no perdona); adem¨¢s, una de esas piscinas no tiene agua, y poco a poco comprendemos que nada es lo que parece. Cuando llega a su casa, la encuentra definitivamente vac¨ªa. La impresi¨®n final es de una tristeza insondable y en ese momento siempre tengo que cerrar el libro. Luego, para no pensar m¨¢s en su anterior propietario -?qu¨¦ peripecia vital le llev¨® a deshacerse de los cuentos de Cheever? ?Sent¨ªa tambi¨¦n ¨¦l esta atracci¨®n por las piscinas en verano? ?Dejar¨¦ yo de poseer alg¨²n d¨ªa este ejemplar con las p¨¢ginas marcadas?-, cojo el coche y me voy a Castelldefels, o a Llavaneres, o incluso a Blanes, y busco series de piscinas sin soluci¨®n de continuidad, un curso de aguas subterr¨¢neas que atraviesa chalets, urbanizaciones, c¨¢mpings. Las observo tras los setos, inquieto y furtivo, y hago planes.
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