Teolog¨ªa y magisterio: relaciones conflictivas
El papa P¨ªo XII public¨® en 1950 la enc¨ªclica Humani generis, que condenaba la "nueva teolog¨ªa", pon¨ªa freno al ecumenismo e impon¨ªa a los te¨®logos la defensa del magisterio papal, sin posibilidad alguna de discusi¨®n y menos de disenso. Apenas diez a?os despu¨¦s, los representantes de la teolog¨ªa condenada por P¨ªo XII se convert¨ªan en asesores y peritos del Concilio Vaticano II y sus ideas eran asumidas, en buena parte, por dicho concilio.Pablo VI publicaba, en 1968, la enc¨ªclica Humanae vitae, que prohib¨ªa el uso de anticonceptivos y de m¨¦todos de control no naturales, a pesar de que la comisi¨®n de te¨®logos y expertos a los que el Papa hab¨ªa pedido opini¨®n se mostr¨® partidaria de dejar libertad a los cristianos y cristianas en esa materia, ya que no hab¨ªa razones claras para la prohibici¨®n. El resultado ha sido una crisis que dura hasta hoy: gran parte de los cat¨®licos no ha asumido la prohibici¨®n, al tiempo que algunos te¨®logos, te¨®logas, obispos y sacerdotes se encuentran en abierto conflicto con el magisterio.
Juan Pablo II ha publicado en 1998 un nuevo documento, Ad tuendam fidem, que proh¨ªbe a los te¨®logos cat¨®licos disentir de la doctrina oficial sobre algunas verdades presentadas como definitivas, a pesar de no ser objeto de definiciones dogm¨¢ticas. Adem¨¢s, la "nota explicativa" de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe al documento citado considera que la prohibici¨®n absoluta del aborto y de la eutanasia, as¨ª como el rechazo del acceso de la mujer al ministerio sacerdotal, son ejemplos de estas doctrinas definitivas, y que disentir de ellas implica apartarse de la comuni¨®n de la Iglesia y deja la puerta abierta a la excomuni¨®n.
En los ¨²ltimos a?os ha habido una larga discusi¨®n, dentro del catolicismo, sobre estas cuestiones. El mismo Papa, bien recientemente, ha tenido el coraje de cambiar las declaraciones oficiales oponi¨¦ndose con claridad y sin distingos a la pena de muerte. ?Por qu¨¦ no esa misma libertad y valent¨ªa para otras cuestiones? Para justificar la exclusi¨®n de las mujeres del sacerdocio se recurre a argumentos de las Sagradas Escrituras, tradici¨®n, historia y antropolog¨ªa, en los que, a juicio de muchos te¨®logos y te¨®logas, no aparece clara la "presunta" voluntad de Jes¨²s contra dicha exclusi¨®n. A pesar de la insistencia de Pablo VI y Juan Pablo II en rechazar el sacerdocio femenino, se trata, creemos, de una "cuesti¨®n disputada", que aconseja dejar tiempo para la reflexi¨®n y la investigaci¨®n teol¨®gica, huyendo de decisiones apresuradas que podr¨ªan agravar la actual crisis de la Iglesia, en vez de aliviarla. Por eso resulta lacerante que el documento vaticano comience apelando al mandato de Jes¨²s a Pedro de "confirmar a sus hermanos en la fe" (Lc. 22, 23), cuando no hace m¨¢s que poner en crisis la fe de muchos hermanos por su modo autoritario de proceder.
Observamos con preocupaci¨®n c¨®mo el magisterio ha ido perdiendo credibilidad y plausibilidad ante muchos cristianos y cristianas por asumir posturas definitivas sobre temas controvertidos que no son de ¨ªndole dogm¨¢tica. No hay que olvidar las repetidas condenas de los papas de los siglos XIX y XX contra la libertad de conciencia y de religi¨®n, la separaci¨®n de la Iglesia y el Estado o el movimiento ecum¨¦nico. Dichas condenas antimodernistas se han rectificado demasiado tarde. El mismo Juan Pablo II ha rehabilitado recientemente a Galileo indicando que el cient¨ªfico italiano condenado tuvo m¨¢s raz¨®n que muchos de sus adversarios eclesiales. Parad¨®jicamente, sin embargo, hoy se sigue amenazando y condenando a te¨®logos y te¨®logas que disienten en cuestiones que son opinables.
Resulta ir¨®nico, adem¨¢s, que se rechace el sacerdocio de la mujer apoy¨¢ndose en la tradici¨®n, cuando se abandona, simult¨¢neamente, el viejo principio de la misma tradici¨®n seg¨²n el cual en la Iglesia s¨®lo es definitivo e irreformable lo que no ha sido objeto de formulaci¨®n dogm¨¢tica. Lo que un Papa considera definitivo, pero no objeto de definici¨®n dogm¨¢tica, puede ser tenido por otro Papa como cuesti¨®n abierta, seg¨²n demuestra la historia. Hace ya muchos a?os escribi¨® K. Rahner estas palabras que el documento Ad tuendam fidem parece desconocer: "En el pasado se ha pensado y obrado no pocas veces como si una doctrina fuera ya irreformable en la Iglesia porque durante largo tiempo ha sido ense?ada de manera universal, sin contradicci¨®n claramente perceptible. Esa concepci¨®n no s¨®lo contradice a los hechos, puesto que muchas doctrinas difundidas un d¨ªa de manera general han resultado problem¨¢ticas o err¨®neas, sino que es falsa en principio (Sacramentum mundi, IV, 392).
Para imponer algo como definitivo en la comunidad cristiana hay que recurrir a los documentos fundacionales del cristianismo, al consenso universal de la Iglesia, al sentir de los cristianos y cristianas o a una tradici¨®n continua y valorada como tal por la teolog¨ªa y el magisterio. Ninguna de estas circunstancias parecen darse en lo concerniente al sacerdocio de la mujer. El problema se agrava si se tiene en cuenta la marginaci¨®n de la mujer en la Iglesia, hecho que contrasta con su emancipaci¨®n en el terreno social y pol¨ªtico. Ello est¨¢ produciendo en la Iglesia una fractura que puede ser tan grave o m¨¢s que la de la clase trabajadora en el siglo XIX y la de los-las intelectuales y el mundo de la cultura en relaci¨®n con el cristianismo en el siglo XX.
El documento Ad tuendam fidem es un paso m¨¢s en la involuci¨®n de la Iglesia y una grave hipoteca para los te¨®logos y las te¨®logas. Se vuelve al viejo adagio Roma locuta, causa finita de la ¨¦poca preconciliar y se impone una doctrina no en base a argumentos teol¨®gicos, sino bajo la amenaza de sanciones. Se pasa as¨ª de la autoridad de la fe a la fe en la autoridad, de la fundamentaci¨®n teol¨®gica a la autoridad del cargo, del di¨¢logo conciliar con la modernidad a una uniformidad doctrinal impuesta, que cierra toda posibilidad de disentir. As¨ª, en muchos casos, los profesionales de la teolog¨ªa se rigen por el principio del miedo, que lleva a una doble actuaci¨®n: en privado muestran su desacuerdo con el magisterio eclesi¨¢stico, mientras que en p¨²blico dan el problema por zanjado expresando su adhesi¨®n. Frente a esta situaci¨®n, los te¨®logos y las te¨®logas debemos asumir la prohibici¨®n evang¨¦lica del doble lenguaje y pedimos a la jerarqu¨ªa que recuerde el planteamiento paulino, que no busca dominar sobre la fe de la comunidad, sino que defiende el discernimiento y la libertad de todos los cristianos y cristianas.
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