Fil¨¢ntropos y espadones
Donde Alcal¨¢ se bifurca y se resigna a perder una buena parte de su protagonismo, un poco m¨¢s all¨¢ de la muy loada y cantada puerta carolina, se yergue poderosa la estatua ecuestre de don Joaqu¨ªn Baldomero Espartero, pr¨ªncipe de Vergara, duque de la Victoria, marqu¨¦s de Morella, conde de Luchana y regente de Espa?a por breve periodo, que los libros de historia llaman progresista, durante la minor¨ªa de edad de su casquivana majestad Isabel II, de la que hab¨ªa sido valedor y campe¨®n indiscutible frente al carlismo. A don Baldomero, partenaire del caballeroso "abrazo de Vergara" que puso fin a la carlistada, le quitaron su principesca avenida los vencedores de nuestra ¨²ltima guerra civil, entre los que se contaban sus viejos enemigos de cresta roja. Durante la interminable posguerra, esta v¨ªa que nace a los pies del monumento se llam¨®, por mal nombre, del General Mola, otra autoridad, militar por supuesto, pero de muy distinta catadura. A Espartero le quitaron la calle pero le dejaron la estatua, al fin y al cabo era un colega y llevaba mucho tiempo muerto y, por tanto, ya no representaba ning¨²n obst¨¢culo en el escalaf¨®n.
El franquismo fue una mala ¨¦poca para los monumentos ecuestres, porque el ¨²nico contempor¨¢neo monumentalizable a lomos de bestia, el invicto caudillo, hac¨ªa muy mala figura a caballo, orondo de talle y corto de talla y de piernas. Embargados de ardor patri¨®tico, o amedrentados por la superlativa personalidad de su insigne modelo, los artistas que recib¨ªan tales encargos probaban toda clase de virguer¨ªas para corregir a la madre naturaleza sin abandonar el realismo que les exig¨ªa. A veces reduc¨ªan el tama?o del caballo, pero entonces el invicto parec¨ªa un se?or gordito a punto de deslomar a un poni o un soldado de plomo encaramado en un caballito de tiovivo.
Don Baldomero tampoco era muy alto, seg¨²n se deduce de una fotograf¨ªa de 1864 que le presenta descabalgado pero con botas de montar para ganar cent¨ªmetros y apoyado en un sable que de colgar de su cintura tal vez arrastrar¨ªa por el suelo. Pero con truco o sin truco, la estatua de Espartero impone por la gallarda apostura del jinete y la arrogante prestancia de su cabalgadura, que, dicho sea sin hip¨¦rbole alguna, compite en popularidad con su jinete entre los castizos del Foro que utilizan como patr¨®n oro de la virilidad los ostentosos test¨ªculos del ¨¦quido (tener m¨¢s huevos que el caballo de Espartero).
El pr¨ªncipe de Vergara no mira hacia su recuperada avenida ni hacia las confortables selvas del Retiro, sino a la vieja ciudad que fue suya, capital de un pa¨ªs que estuvo m¨¢s de una vez en sus manos. Caballo y caballero parecen a punto de abordar el t¨²nel subterr¨¢neo que es el camino m¨¢s corto para acceder al centro congestionado de la urbe.
Con esta orientaci¨®n el h¨¦roe da la espalda a O"Donnell y a Narv¨¢ez, compa?eros de armas y enconados rivales pol¨ªticos que tienen por all¨ª sus calles. Estos "espadones" del XIX que tanto ruido hicieron con los sables son hoy borrosos ecos que perviven asociados con sus respectivas placas del callejero. Con esta orientaci¨®n el Pr¨ªncipe tambi¨¦n se ahorra la espantosa visi¨®n de la insoslayable y fat¨ªdica Torre de Valencia, desalmado monolito erigido a mayor gloria de la especulaci¨®n inmobiliaria, la corrupci¨®n administrativa y la absoluta carencia de cualquier tipo de sensibilidad por parte de las autoridades municipales. Contra la ¨¦tica y contra la est¨¦tica se levant¨®este monstruo que ensombrece el Retiro y borra el horizonte de la Puerta de Alcal¨¢ como un menhir levantado por modernos cavern¨ªcolas.
El edificio de las Escuelas Aguirre, que delimita las calles Alcal¨¢ y O"Donnell, inspira mejores vibraciones aunque hoy d¨¦ cobijo a funcionarios del Ayuntamiento y no a ni?os pobres y sedientos de instrucci¨®n como deseaba su fundador, don Lucas Aguirre. Se trata de una construcci¨®n singular, de un estilo que m¨¢s tarde bautizar¨ªan como neomud¨¦jar y que algunos cronistas de la ¨¦poca (finales del XIX) llamaban simplemente estilo espa?ol.
Don Lucas, al que Pedro de R¨¦pide define como progresista convencido y gran fil¨¢ntropo, dej¨® dispuesto en su testamento que se levantaran en el camino de la plaza de toros unas escuelas "que prueben el amor de Madrid a la Instrucci¨®n". Al parecer don Lucas tambi¨¦n era un optimista irreductible y una cabeza poderosa, como queda reflejado en el humilde busto situado en el patio frontal del edificio, que debi¨® servir de recreo a los infantes y por el que hoy transitan cachazudos funcionarios y guardias municipales.
El exterior del inmueble, rematado por una airosa aunque modesta torre, posee el encanto de lo artesanal, el vulgar ladrillo se compone en ingeniosas tramas ornamentales, sencillos artificios que alegran la vista y le restan severidad al edificante conjunto. Es un edificio ilustrado, como corresponde a su funci¨®n, y coronado por una cenefa de flores blancas de piedra que recorre su per¨ªmetro.
Las Escuelas Aguirre, hoy consagradas a rutinarias disciplinas estad¨ªsticas, han estado varias veces a punto de desaparecer del mapa de Madrid. Su privilegiada ubicaci¨®n ha sido una perenne tentaci¨®n para los tiburones inmobiliarios. En su gu¨ªa de Madrid, Juan Antonio Cabezas dio por realizado un funesto plan que afortunadamente nunca se llev¨® a cabo, y escribi¨® en su edici¨®n de 1971: "Todo este ¨¢ngulo va a ser en breve reformado. El Ayuntamiento vendi¨® el solar de las escuelas... En el solar de Alcal¨¢ y O"Donnell se instalar¨¢ un rascacielos, semejante al que se est¨¢ levantando ya en el solar del que fue parque de bomberos (O"Donnell y Men¨¦ndez Pelayo), frente al Retiro".
El horror no se consum¨®, tal vez, ante la oleada de cr¨ªticas que suscit¨® la falocr¨¢tica erecci¨®n de la Torre de Valencia. Si de resultas de la operaci¨®n hubieran ca¨ªdo las escuelas, un edificio muy querido por los madrile?os, bajo la piqueta municipal, se hubiera armado la del 2 de mayo, o al menos la de San Quint¨ªn.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.