?Sequ¨ªa, qu¨¦ sequ¨ªa?
Castilblanco de los Arroyos, en la provincia de Sevilla, refresca su verano un a?o m¨¢s con la Fiesta del Agua
Manuel Ruiz Lucas, alcalde de la localidad sevillana de Castilblanco de los Arroyos, dio ayer comienzo a las fiestas del pueblo de un modo bien curioso. A la manera de un concejal pamplonica, y con una boca de riego como cohete, lanz¨® su peculiar chupinazo en forma de chorro de agua. As¨ª se inici¨® la tradicional Fiesta del Agua que, puntual cada jueves anterior al primer domingo de agosto, demuestra que en esta zona, si hay algo que falta, no son reservas del preciado l¨ªquido. "Esta fiesta del remoj¨®n es muy apropiada para estas fechas. ?sta es la forma que el pueblo tiene de celebrar la primera vez que Castilblanco tuvo agua corriente las 24 horas del d¨ªa", comento Ruiz Lucas. De eso hizo ayer 14 a?os y la fiesta se ha celebrado en trece ediciones con ¨¦sta. "S¨®lo en 1995 suspendimos su celebraci¨®n, en solidaridad con los que sufr¨ªan sequ¨ªa", explic¨® el alcalde. Este a?o, a¨²n celebr¨¢ndose, se ha reducido su horario, que ha quedado establecido en una hora, de 17.00 a 18.00. Ser¨¢ por ahorrar agua. Con todo y con eso, los reunidos ayer en la Plaza Amarilla de la localidad serrana, en su mayor¨ªa ni?os y j¨®venes -aunque tambi¨¦n alguna abuela se vio arrastrada por sus nietos al fragor de la batalla- aprovecharon a conciencia el tiempo disponible. Ya diez minutos antes de la hora fijada para el inicio de la celebraci¨®n, el quiosco del centro de la plaza, desde donde los miembros de la organizaci¨®n repart¨ªan los innumerables cubos de pl¨¢stico que en unos momentos se convertir¨ªan en las armas del delito, estaba rodeado de gente que ped¨ªa -exig¨ªa casi- que les fuera entregado su arsenal, s¨®lo a falta de munici¨®n. A las cinco de la tarde, como un matador de toros en pleno pase¨ªllo, el alcalde cruz¨® la plaza camino del surtidor desde el que inaugurar¨ªa la fiesta. Uniformado como la ocasi¨®n requiere (ba?ador, camiseta y chanclas), abri¨® el grifo que, en pocos minutos, surti¨® de agua al sistema instalado para, en diversos puntos de la plaza, llenar de l¨ªquido los cubos de todos los que se api?aban a su alrededor. Luego todo fueron salpicones -o incluso chapuzones-, colas para llenar los cubos y fresquito. De esto ¨²ltimo hubo, y en cantidad. El agua, que deb¨ªa venir de la misma sierra, refresc¨® los ¨¢nimos de los combatientes en esta peculiar batalla en la que los heridos s¨®lo sufrir¨¢n alg¨²n resfriado. Pasado el entusiasmo inicial, cuando las camisetas que no estaban rotas hab¨ªan sido convertidas en trapos de cocina, comenzaron a descubrirse los defectos de tan entretenido festejo. Aparte de la discutible conveniencia del derroche de agua, las incomodidades para los participantes comenzaron por los charcos (casi pantanos) que se forman en la plaza, y terminaron con el entretenimiento de alg¨²n inconsciente dedicado a rellenar su cubo con el contenido de los charcos. Lo que comienza como ducha refrescante termina convertido en ba?o de barro. Mala costumbre. Al final todo termin¨® como deb¨ªa. Unos acabaron mojados y fresquitos, otros pasaron un buen rato mirando desde un balc¨®n o a una distancia prudencial, y alg¨²n fot¨®grafo o c¨¢mara de televisi¨®n despistado se fue de peor humor del que tra¨ªa tras caerle encima el obligado cubo de agua.
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