Julia
LUIS GARC?A MONTERO Los peri¨®dicos y los programas de radio acaban pareci¨¦ndose a un paisaje. Hay cosas que nos acompa?an en la vida, que forman parte de nuestra realidad hasta convertirse en una man¨ªa o en una costumbre. Somos una frontera andante, ciudadanos de nuestra marca de caf¨¦, de nuestro gel de ba?o, de nuestra m¨²sica, de las palabras que utilizamos para saludar al portero o a la vecina que comparte el ascensor, del orden o el desorden de nuestra mesa de trabajo, del tama?o y la flexibilidad de nuestra almohada. Casi todas estas compa?¨ªas, limitan con nosotros en calidad de muebles, cuadros mudos para pasar por delante, estanter¨ªas que nos observan mientras dormimos la siesta, picos de mesa baja que buscamos con las rodillas para ara?arnos. Los peri¨®dicos y los programas de radio son una costumbre, pero como est¨¢n vivos, como respiran con la din¨¢mica de los sem¨¢foros y las puestas de sol, se parecen a un paisaje. Caminamos por los titulares, por las fotograf¨ªas, por las opiniones, por los nombres y los silencios. Cada paseante tiene sus recorridos. A m¨ª me gusta recorrer temprano las p¨¢ginas de EL PA?S, subo las grandes avenidas de la informaci¨®n general y me detengo a fumarme un cigarro en las calles solitarias de Justo Navarro, Juan Jos¨¦ Mill¨¢s o Eduardo Haro Tecglen. Por la tarde, me gustaba tambi¨¦n pasear por La Radio de Julia, cruzando sus barrios y sus jardines hasta llegar a esa inteligent¨ªsima y democr¨¢tica plaza de las discusiones que se llamaba El Gabinete. Los emperadores de Telef¨®nica no se han conformado con sablearme en las tarifas urbanas (para las conferencias hace tiempo que hu¨ª a otra compa?¨ªa). Ahora me roban uno de mis paisajes preferidos. Los nuevos responsables de Onda Cero aprovechan la nocturnidad informativa de agosto para acabar con La Radio de Julia. Aunque llevaba a?os como l¨ªder de audiencia en su geograf¨ªa horaria, afirman que el programa era demasiado intelectual, elitista. ?Qu¨¦ es un intelectual? Cada uno tiene su definici¨®n, igual que su recorrido por los paisajes de la prensa, y yo opino que un intelectual es hoy el ciudadano capaz de comprender las semejanzas que existen entre Jes¨²s Gil, los emperadores de Telef¨®nica y sus pol¨ªticos. La conmoci¨®n provocada por Gil, la caza y captura de sus concejales, no se debe a sus inaceptables juegos mafiosos o a su demagogia populista, porque nuestra pol¨ªtica est¨¢ llena de especuladores y demagogos. El problema es que Jes¨²s Gil no guarda las formas, no utiliza la m¨¢scara, el teatro de la pol¨ªtica, y evidencia sin maquillaje los verdaderos colmillos de nuestra derecha universal. La dictadura del dinero intenta transformar los medios de comunicaci¨®n en gabinetes de prensa. Los periodistas independientes, los intelectuales comprometidos, luchaban antes contra el poder pol¨ªtico. Ahora es mucho menos peligroso criticar a un ministro que esforzarse por distinguir la informaci¨®n objetiva, la opini¨®n libre y los intereses ideol¨®gicos de la empresa. La Radio de Julia era un programa libre, un hueco intelectual, una plaza solitaria, con opiniones inc¨®modas para el teatro del poder. Ahora s¨®lo es un hermoso recuerdo, por culpa de un v¨¦rtigo m¨¢s grave que la simple intransigencia de un partido.
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