El vals de los primeros ministros
Desde hace varias semanas corr¨ªan rumores por Mosc¨² sobre la posible destituci¨®n del primer ministro, Sergu¨¦i Stepashin, sin que la gente llegara a cre¨¦rselos. Por eso, todo el mundo se qued¨® desconcertado el lunes pasado, cuando Bor¨ªs Yeltsin despach¨® bruscamente a su primer ministro. No consult¨® a nadie, ni a los presidentes de las dos C¨¢maras del Parlamento ni a ninguna personalidad, y, como es habitual en ¨¦l, comunic¨® su veredicto el lunes por la ma?ana para dejar a¨²n m¨¢s estupefacto al pa¨ªs. En lugar de Stepashin ha confiado la direcci¨®n del Gobierno a Vlad¨ªmir Putin que, en opini¨®n de muchos, no es m¨¢s que la copia exacta de su predecesor. Los dos son generales del KGB -hoy SFS- y han hecho toda su carrera en los servicios de seguridad. Ambos son de San Petersburgo y tienen pr¨¢cticamente la misma edad (46 y 47 a?os). ?Qu¨¦ hizo Stepashin durante sus 82 d¨ªas en el poder para tener que sustituirle tan precipitadamente por su ¨¢lter ego?La hip¨®tesis m¨¢s extendida y plausible es que Yeltsin no puede perdonarle su pasividad frente a la formaci¨®n de la nueva coalici¨®n Nuestra Patria-Toda Rusia, que ha sembrado el p¨¢nico en el Kremlin. Se trata de una alianza electoral, sellada el 4 de agosto, entre el alcalde de Mosc¨², Yuri Luzhkov, y un grupo de jefes regionales dirigido por el presidente del Tatarst¨¢n, Saimilev, y el gobernador de San Petersburgo, Yak¨®vlev. El lanzamiento de la nueva formaci¨®n tendr¨¢ lugar el 21 de agosto, cuando se designe al cabeza de lista de la Alianza para las pr¨®ximas elecciones a la Duma (Parlamento). En principio, el mismo hombre ser¨¢, meses m¨¢s tarde, candidato de la coalici¨®n para las presidenciales. Para Luzhkov, est¨¢ claro que ese puesto debe ser para el hombre m¨¢s popular del pa¨ªs: el ex primer ministro Yevgueni Primakov. "Un dirigente pol¨ªtico de su envergadura no se negar¨¢ a servir a su patria", ha declarado Luzhkov. Primakov dir¨¢ el 21 de agosto si acepta esa responsabilidad.
Si el Kremlin teme tanto la candidatura de Yevgueni Primakov es porque le supone un deseo de venganza caucasiano (se form¨® en Tblisi, en Georgia) por la ofensa que Yeltsin le hizo al destituirle tras haber jurado en p¨²blico que permanecer¨ªa como primer ministro hasta el fin de la legislatura, o incluso hasta el a?o 2000. En realidad, lo que inquieta a Yeltsin y a su entorno, a su familia, es la intenci¨®n manifestada por Primakov de acabar tajantemente con la corrupci¨®n. Es popular porque es honesto, rara virtud en la Rusia de hoy, y, adem¨¢s, es el ¨²nico que tiene proyecci¨®n nacional. Luzhkov es muy poderoso en Mosc¨², pero ser¨ªa dif¨ªcil que le aceptaran en provincias, donde se detesta a la capital. Esto es todav¨ªa m¨¢s acentuado en el caso de Chaimiliev, que sabe c¨®mo conseguir el 90% de los votos en Tatarst¨¢n, pero que no cuenta con demasiados sufragios fuera de sus fronteras.
En 1996, el presidente t¨¢rtaro falsific¨® los resultados del escrutinio para lograr que saliera elegido Yeltsin: es cierto que Chaimiliev hab¨ªa obtenido del Kremlin la casi independencia de su rica Rep¨²blica petrol¨ªfera musulmana. Ahora que el viento ha cambiado, el h¨¢bil t¨¢rtaro ha puesto la mira en otro candidato para conservar su privilegiado estatuto. El 4 de agosto, Yeltsin le llam¨® a las ocho de la ma?ana para sugerirle de nuevo que eligiera como cabeza de lista a Chernomirdin o a Stepashin. Fue in¨²til. Chaimiliev se limit¨® a responder que no le gustaban las llamadas a horas tan tempranas.
Es dif¨ªcil pensar qu¨¦ argumentos habr¨ªa podido utilizar Stepashin para lograr que unos perebiejchtchiki (chaqueteros) como Chaimiliev y otros no se dejaran seducir por el enemigo n¨²mero uno del poder actual, Yuri Luzhkov, o, a¨²n peor, por Yevgueniv Primakov.
Otros hacen una interpretaci¨®n a¨²n m¨¢s inquietante. En su mensaje a la naci¨®n, Yeltsin ha dicho que ha confiado a Vlad¨ªmir Putin la tarea de "consolidar la sociedad". Lo que quiere decir que ¨¦sta no le parece lo suficientemente ordenada en v¨ªsperas de las elecciones a la Duma. Temiendo la victoria de los comunistas -en primer lugar en todos los sondeos- y su posible alianza con el t¨¢ndem Primakov- Luzhkov, le gustar¨ªa despejar el campo poniendo fuera de juego a los extremistas, y, como en 1996, intentar¨ªa prohibir el Partido Comunista. Por eso se hablaba en julio de que se iba a sacar el cuerpo de Lenin del mausoleo de la plaza Roja para inhumarlo en San Petersburgo, lo que, previsiblemente, provocar¨ªa manifestaciones de los comunistas que permitir¨ªan acusarles de acciones ilegales y ponerlos fuera de la ley. Es posible, incluso probable, que Sergu¨¦i Stepashin, como antes el general Kulikov (v¨¦ase EL PA?S del 7 de agosto), haya dicho no a ese peligroso proyecto y ahora lo est¨¦ pagando. Stepashin dijo ya en su discurso de investidura, en el mes de mayo: "Soy un general, pero no soy Pinochet". Recientemente ha subrayado en diversas ocasiones su fidelidad a la Constituci¨®n y, retrospectivamente, se ha negado a ejecutar ¨®rdenes anticonstitucionales. Nada indica que Vlad¨ªmir Putin, persona silenciosa, hombre gris por excelencia, tenga los mismos escr¨²pulos. El pasado reciente del nuevo primer ministro no es demasiado limpio. Desempe?¨® un papel de primer orden en la intentona de destituir al inc¨®modo fiscal general, Yuri Skuratov -a lo que el Senado se neg¨®-, dando muestras de grandes dosis de imprudencia y de un gran desprecio por la ley. Putin se ha convertido en un aut¨¦ntico escudo para la familia del Kremlin, acosada por las investigaciones judiciales, al utilizar sus funciones en el SFS para impedir que aqu¨¦llas prosperen. Es el hombre para todo de Bor¨ªs Yeltsin, y no se puede contar con ¨¦l como freno a la tendencia a las aventuras del presidente.
La prensa atribuye a Putin un car¨¢cter dictatorial, que hay que verificar. "La guerra en el C¨¢ucaso es un pretexto que puede utilizar en cualquier momento para proclamar el estado de excepci¨®n en Rusia", se dice, aunque sin demasiada convicci¨®n. Es posible que dentro de tres meses el nuevo primer ministro sea a su vez despedido. En Mosc¨² se dice que en el frontispicio de la Casa Blanca -antigua sede del S¨®viet Supremo y hoy del Gobierno- hay que a?adir una palabra: "Sede del Gobierno provisional de la Rep¨²blica Federal Rusa".
Una cosa es cierta: aislado en el Kremlin junto a su gente, entre la que ya no hay ninguna personalidad, Bor¨ªs Yeltsin ha perdido el sentido de la realidad. Ni siquiera comprende que no puede designar a su sucesor, que no es un zar, y que Vlad¨ªmir Putin no aprobar¨¢ el examen electoral porque no sabe hablar ni tiene sentido del humor, y porque la popularidad de su patr¨®n no llega a superar el 2%.
En una entrevista, extra?amente reposada, el l¨ªder comunista, Guennadi Ziug¨¢nov, ha subrayado que estamos asistiendo a los ¨²ltimos coletazos de un r¨¦gimen agonizante. A Yeltsin "le gustar¨ªa que Rusia retrocediera a la Edad Media, cuando no se sab¨ªa lo que era la democracia", dice en la entrevista. El Financial Times ha puesto este texto como ejemplo de la paradoja rusa: "Hace nueve a?os, Yeltsin daba lecciones de democracia a sus antiguos camaradas del Partido Comunista. Hoy son los comunistas los que le dan lecciones a ¨¦l, y no se puede por menos que darles la raz¨®n; la necesita". Al cambiar cuatro veces en un a?o de primer ministro pone en rid¨ªculo su poder en Rusia y, lo que es peor, en el mundo.
K. S. Karol es experto franc¨¦s en cuestiones del este de Europa.
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