?Qui¨¦n teme a la voz de Julia?
Muy inseguros tienen que estar en La Moncloa sobre su futura chance electoral para decidirse a confiscar por sorpresa, contra toda l¨®gica empresarial, el programa vespertino de mayor prestigio y audiencia, La radio de Julia, agostando su continuidad de cuajo. Y lo hacen emboscados adem¨¢s en una mara?a de circunstancias agravantes (desde utilizar como tapadera un antiguo monopolio hasta incurrir en la ya c¨¦lebre agostidad denunciada por su v¨ªctima) que hacen todav¨ªa m¨¢s dif¨ªcil de excusar tan injusta indignidad. Este ucase no s¨®lo busca acallar una de las voces m¨¢s respetadas de nuestra radio, sino que adem¨¢s ofende y humilla a sus plurales colaboradores (entre los que me honraba en contarme), perjudica gravemente el inmediato futuro profesional de su equipo de confianza y, lo que c¨ªvicamente resulta peor todav¨ªa, lesiona los derechos de los oyentes que cada tarde optaban por sintonizar La radio de Julia, crey¨¦ndola m¨¢s suya que nuestra. Pues bien, estos oyentes se equivocaban: al parecer, La radio de Julia no era de ellos, ni de Julia, mucho menos, sino del poder que la confisc¨® creyendo as¨ª enmudecerla.El desm¨¢n se inscribe as¨ª en una larga tradici¨®n censora, cuyo m¨¢s triste ejemplo pret¨¦rito fue la voladura del Madrid, v¨ªctima de la Ley de Prensa de Fraga Iribarne. Pero, claro, los actuales ep¨ªgonos posfranquistas no pod¨ªan actuar manu militari, as¨ª que jugaron al estilo Gil y Gil, firmando talones privatizados para que presten el mismo papel que anta?o surt¨ªan los fulminantes decretos-ley. Todo ello confiando en que nuestro agostado clima pol¨ªtico, que tolera con divertida indulgencia las m¨¢s c¨ªnicas extorsiones, hiciese o¨ªdos sordos saboreando sin rechistar tan burdo atropello. Despu¨¦s de todo, y vistos los precedentes de esta gente, ?qu¨¦ otra cosa se pod¨ªa esperar de ellos?
La metodolog¨ªa del r¨¦gimen de Aznar ha sido siempre la misma, pudi¨¦ndose denominar como enfeudamiento furtivo. Para no dar la cara defendiendo su aut¨¦ntica estrategia (pues su mezquina rapacidad la hace dif¨ªcilmente presentable en sociedad), adopta una t¨¢ctica d¨²plice o farisaica, que en p¨²blico se finge de una formalidad escrupulosa (a veces vestida seg¨²n la moda del centrismo reformista), mientras bajo cuerda act¨²a por persona interpuesta: ya sea ¨¦sta una persona f¨ªsica, como lo son los fiscales indomables que se confabulan con la defensa de Pinochet, o ya sea jur¨ªdica, como tantas empresas p¨²blicas ahora desamortizadas, que parecen perseguir sus propios intereses privados, pero que en realidad act¨²an como vasallas del poder pol¨ªtico a mayor gloria de su se?or Aznar.
Y a este enfeudamiento de unas instituciones que debieran ser independientes lo llamo furtivo no s¨®lo porque nunca es reconocido como tal, sino, sobre todo, porque se utiliza como un protector escudo de camuflaje a fin de sortear la democr¨¢tica accountability sin tener que rendir cuentas ante la opini¨®n p¨²blica, el Parlamento o el Poder Judicial. As¨ª es como Aznar dispone de una especie de clandestina caja B o de para-poder en la sombra, que le permite financiar a los condottieri que hacen el trabajo sucio en los servicios paralelos de La Moncloa. Lo cual no s¨®lo huele a corrupci¨®n (por cuanto implica confundir lo p¨²blico con lo privado, seg¨²n suced¨ªa tambi¨¦n en el feudalismo), sino que es de un antiliberalismo que espanta.
En el caso que nos ocupa, el avasallamiento de Onda Cero (hecho, como casi siempre, por la misma compa?¨ªa feudataria que libr¨® la guerra digital en beneficio de Aznar) se ha producido buscando hacer con impunidad un descarado tongo electoral. Como era una cadena pol¨ªticamente no alineada, la escuchaban los votantes indecisos, independientes o no comprometidos, que quiz¨¢ no hab¨ªan elegido a¨²n por qui¨¦n votar: de ah¨ª que su audiencia interesase particularmente a la voracidad de los estrategas de La Moncloa, que, controlando Onda Cero, esperan inclinar a su favor a muchos de esos votantes indecisos.
Pero adem¨¢s, como La radio de Julia era un programa de verdad independiente y pluralista, en G¨¦nova se le ten¨ªa m¨¢s prevenci¨®n que a otros, pues su car¨¢cter imparcial y no partidario le dotaba de mayor credibilidad. De ah¨ª que, por miedo a su capacidad de formar opini¨®n, se haya optado por hacer callar la voz de Julia (tach¨¢ndola de intelectual y elitista, pese a su liderazgo de audiencia), lo que revela su temor a que s¨®lo acepten votarles los oyentes m¨¢s cr¨¦dulos, acr¨ªticos y desinformados. Pues, como les sucedi¨® a nuestros primeros padres con el ¨¢rbol del bien y del mal, probar los frutos de La radio de Julia llevaba a los oyentes a perder su inocencia, adquiriendo el poder de conocer y pensar por s¨ª mismos: lo que puede significar negarse a votar a Aznar.
Lo peor es que, cuando se avasalla a las voces libres, se distorsiona el proceso de formaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica, que es la instituci¨®n central de la democracia liberal: lo que queda es un mero mosaico enfrentado de opiniones serviles, vasallas y domesticadas, que s¨®lo sirven para decir am¨¦n a la voz de sus amos. Y as¨ª no hay libertad de expresi¨®n ni primac¨ªa de la sociedad civil, sino s¨®lo sumisi¨®n de s¨²bditos ante el temor que inspiran los poderosos con capacidad de avasallar, que buscan eliminar todo lo que no pueden comprar. Pero esto no s¨®lo implica la perversi¨®n del civismo, sino que adem¨¢s desnaturaliza tambi¨¦n la ¨¦tica del trabajo period¨ªstico, corrompiendo o violando los derechos profesionales de quienes han adoptado este oficio.
En este sentido, resulta muy posible que la brutal defenestraci¨®n de Julia Otero sea un aviso a navegantes, pues parece f¨¢cil y barato cargarse a una mujer indefensa (en tanto que libre e independiente) para dar ejemplo con ella sin tener que tocar a otros profesionales masculinos m¨¢s relacionados y, por lo tanto, mejor defendidos. Bien, pues si es as¨ª, no saben con qui¨¦n se han topado, pues Julia Otero, por libre y por independiente, es mucho m¨¢s fuerte que todos los serviles vasallos que creen haberla agostado. Y o mucho me equivoco o el tiempo demostrar¨¢ su abultado error de c¨¢lculo.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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