El tel¨¦fono de la doctora
Que c¨®mo conoc¨ª a mi Adri¨¢n? Pues puede decirse que porque por aquel entonces, gracias a Dios, a¨²n no exist¨ªa la Viagra. Lo digo en serio.Ya la primera vez que llamaron preguntando por la consulta de la doctora Barbastro fui lo bastante irreflexiva como para contestar que s¨ª, que yo era la doctora. La verdad es que hab¨ªa cre¨ªdo reconocer la voz de un antiguo novio al otro lado del hilo telef¨®nico, y pens¨¦ que se trataba de una broma simp¨¢tica, una forma de estrenar mi nuevo tel¨¦fono, mi nuevo apartamento, mi nueva vida, en definitiva. Cuando me di cuenta de que la cosa iba en serio, tuve que rectificar y pedir excusas como mejor pude a aquel individuo de voz angustiada, pero no le di mayor importancia.
Yo estaba encantada con mi casita reci¨¦n puesta, incluso con mi nuevo n¨²mero de tel¨¦fono, lleno de cincos y veinticincos. En cuanto sonaba, acud¨ªa a descolgarlo llena de emoci¨®n, aunque no pod¨ªa ser nadie puesto que casi nadie lo conoc¨ªa a¨²n. La mayor¨ªa de las veces surg¨ªa la voz de un var¨®n desconocido -no siempre el mismo, pero siempre var¨®n, y siempre desconocido- para pedir hora a la doctora fantasma, y me ve¨ªa obligada a ocultar mi fastidio y a informarle con la mayor cortes¨ªa posible de su error, de que sin duda aqu¨¦l hab¨ªa sido en otro tiempo el tel¨¦fono de la doctora Barbastro, pero que ahora era el m¨ªo.
-?Y no sabe el n¨²mero de la doctora? -insist¨ªan algunos.
-No, no lo s¨¦. Pregunte en Telef¨®nica. ?ste ser¨ªa su antiguo tel¨¦fono, pero ahora me lo han adjudicado a m¨ª.
-?Y usted qui¨¦n es?
-?Y a usted qu¨¦ le importa?
Busqu¨¦ ayuda en Telef¨®nica, pero no me hicieron ni caso -entonces ni hab¨ªa Viagra, ni Airtel, ni Perico de los Palotes-, y aunque deber¨ªa haber insistido hasta dar con la doctora Barbastro y pedirle que mandara una circular a sus pacientes, por ejemplo, al final no me dio la gana, o es que siempre tiene una cosas m¨¢s urgentes que hacer, apagar el agua de la ducha, cerrar la espita del gas, salir corriendo para no llegar tarde a una cita, todo eso, de modo que me acostumbr¨¦ a desmentir la existencia de la doctora e incluso de Nanette, su enfermera o secretaria, y alguna amiga bromeaba cuando me o¨ªa descolgar con reprimida crispaci¨®n:
-Tranquila, que no llamo a la doctora Barbastro, sino a ti, M¨®nica... Al cabo de los meses, como es natural, las llamadas empezaron a remitir. Y lo que son las cosas: jurar¨ªa que empec¨¦ a echar de menos a mi doble, que lo que hab¨ªa llegado a odiar acab¨¦ a?or¨¢ndolo y que m¨¢s de una vez hubiera deseado que llamaran preguntando por ella, sobre todo cuando me asaltaba la t¨ªpica pesada de las encuestas (debo de estar en un list¨ªn de encuestados propicios, no s¨¦ por qu¨¦: pero ¨¦sta es otra historia). Adem¨¢s, el trato diario engendra costumbre, y la costumbre, cari?o, y yo ya me hab¨ªa formado una imagen de la eficiente doctora, no tan joven ni tan madura, bonita, parecida a ella misma, un poquito m¨¢s baja, quiz¨¢, y con una misteriosa cicatriz en una ceja, que no la afeaba y que ella, en vez de disimular, realzaba con discreta coqueter¨ªa. En cuanto al car¨¢cter, supe adivinar que era G¨¦minis, muy c¨¢lida y relajada en la intimidad, pero m¨¢s bien seca y sobre todo firme, profesional con sus pacientes, que acud¨ªan a ella para librarse del estigma de la impotencia. Coincidi¨® aquel descenso de llamadas con una crisis m¨ªa personal cuyos motivos no vienen ahora a cuento, y recuerdo que alguna vez pens¨¦ en acudir yo misma a la doctora Barbastro, aunque mi dolencia no encajara en su especialidad.
Ocurri¨® que una vez se me ocurri¨® lanzar la ca?a:
-No, no soy la doctora Barbastro, pero me encantar¨ªa conocerla -contest¨¦ a una de aquellas pen¨²ltimas llamadas.
El otro se quedar¨ªa de piedra, y yo me aficion¨¦ a dar esta respuesta, con distintos aunque siempre est¨¦riles resultados, hasta que un d¨ªa, por fin, o¨ª al otro lado una voz inusualmente joven, que se sal¨ªa del tipo habitual, y me atrev¨ª a poner en pr¨¢ctica la idea m¨¢s audaz:
-Al habla la doctora Barbastro -improvis¨¦-. Tengo hueco el lunes, a las diez y cuarto. Si lo desea, le apunto. El individuo en cuesti¨®n era Adri¨¢n, Adri¨¢n G¨®mez, y se confesaba latinoamericano, como si ello bastara para justificar que no supiera d¨®nde ten¨ªa yo la consulta. Dud¨¦ un momento, estuve a punto de desbaratar el enredo, pero hab¨ªa tal imploraci¨®n y da?o en su voz t¨ªmida, y adem¨¢s estaba yo tan loca ese d¨ªa, que no tard¨¦ en decidirme:
-Ya sabe usted que yo voy a las ra¨ªces psicol¨®gicas del problema. Por eso la primera consulta es siempre en territorio neutral. ?Le parece a usted bien Nebraska?
-?Nebraska?
-S¨ª, la cafeter¨ªa Nebraska, en la Gran V¨ªa. -Lo que usted diga, M¨®nica Barbastro Santamarca.
Ya me son¨® rara esa manera de hablarme, recalcando cada s¨ªlaba de mi bonito nombre, pero no estaba yo para detalles.
-Me reconocer¨¢ por un pa?uelo rojo al cuello, un pa?uelo oto?al, y por el malet¨ªn. ?Usted c¨®mo es?
-No se preocupe, me conocer¨¢ f¨¢cilmente.
Ni que decir tiene que no ten¨ªa la menor intenci¨®n de acudir a esa cita y ni que decir tiene que acud¨ª, aunque nunca he tenido malet¨ªn ni pa?uelos oto?ales. Adri¨¢n era tan joven que al principio ni ocurr¨ªrseme pudo que fuera ¨¦l. Pero lanzaba esas miradas en torno, pon¨ªa cara de compungido impotente, y al final fuimos los dos los que hicimos un mismo gesto de acercamiento y sorpresa. -?Doctora?
-?Adri¨¢n?
Yo creo que est¨¢bamos los dos tan azorados, tan nerviosos, que por eso nos ca¨ªmos bien. Despu¨¦s de un s¨¢ndwich mixto y una copa de banana split, y luego un caf¨¦, y un co?ac extempor¨¢neo, nada de nada: todav¨ªa no hab¨ªa conseguido ¨¦l explicarme su problema ni yo aclararle el enredo, de modo que le suger¨ª que nos fu¨¦ramos a ver el Museo del Prado, y aquella tarde, ya en mi apartamento, Adri¨¢n me demostr¨® que no ten¨ªa ning¨²n problema de impotencia, que la vida no siempre aguarda a que la citemos de frente para arrancarse. Pasamos la tarde, el atardecer, la anochecida y la noche juntos, y por la ma?ana, Adri¨¢n estaba extraordinariamente taciturno y confes¨® sentirse culpable, horriblemente culpable:
-Yo no pretend¨ªa esto, yo s¨®lo pretend¨ªa recuperarte.
-?Recuperarme?
-S¨ª. Pero no de esta forma. Si te digo la verdad, nunca cre¨ª que Freud tuviera raz¨®n, nunca cre¨ª en Edipo...
Me cost¨® convencerle de que yo no era su madre, la doctora Barbastro, de quien se hab¨ªa separado cuando ten¨ªa dos a?os y a ella la internaron en el centro donde luego iniciar¨ªa sus estudios de psicolog¨ªa. Hab¨ªa volado expresamente desde Per¨² para encontrarla, y no quer¨ªa irse de vac¨ªo. Cumpl¨ªa ¨®rdenes de su terapeuta. Hasta que no dimos con la aut¨¦ntica doctora, con la madre de Adri¨¢n, con mi actual suegra, no se le borr¨® esa carita de pena. Es una mujer joven, m¨¢s joven que yo, y muy simp¨¢tica, y tiene, s¨ª, una linda cicatriz misteriosa. No me extra?a que le vaya tan bien en la vida. En cuanto a Adri¨¢n, aqu¨ª est¨¢ con nosotras, feliz y agasajado por partida doble. Es verdad que aquel pecado inaugural ya casi ha caducado, pero a¨²n, de vez en cuando, aunque s¨®lo sea en forma de recuerdo improbable, de fantas¨ªa caprichosa, le sacamos su juguillo y nos rinde su deleite. Lo m¨¢s importante, en cualquier caso, es que seguimos queri¨¦ndonos. Cuento esto porque hay mucho malasombra por ah¨ª que no entiende nada de nada y afirma que las cosas han de ser como son, y de ninguna otra manera. Yo, por el contrario, afirmo que la dicha es libre, liebre que salta donde menos se piensa. De un equ¨ªvoco, por ejemplo, sin ir m¨¢s lejos. O de una broma, y hasta de la vieja incuria parsimoniosa de la Compa?¨ªa Telef¨®nica cuando todav¨ªa era un monopolio, cuando todav¨ªa no exist¨ªa la Viagra, que, por cierto, no s¨¦ todav¨ªa qu¨¦ cosa es, ni si nos har¨¢ nunca falta.
El ¨²ltimo libro publicado de Agust¨ªn Cerezales es La paciencia de Juliette (Alfaguara).
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