Esa acorazada sangrienta
Apenas salt¨® a la arena el primer toro ya se hab¨ªa cometido el disparate: lo recibi¨® el picador dejando que pasara hacia dentro y all¨ª, ech¨¢ndole el caballo encima y acorral¨¢ndolo contra las tablas, primero le meti¨® un puyazo salvaje que le abri¨® un boquete en la tripa, luego le peg¨® duro aup¨¢ndose sobre la silla para cargar su peso sobre la vara y hacer m¨¢s da?o. Y, mientras, a la derecha del caballo, donde no puede haber nadie, permanec¨ªa un pe¨®n dispuesto a intervenir con el capote. Deb¨ªa ser el pe¨®n de guardia. Eso le hicieron al primer toro.Y a todos. Los picadores, constituidos en acorazada con un concepto salvaje de su funci¨®n y un deliberado prop¨®sito carnicero, destruyeron la fortaleza f¨ªsica de los toros dej¨¢ndolos ba?ados en sangre y algunos pr¨¢cticamente para el arrastre.
Cebada / Caballero, Tato, Liria
Toros de Jos¨¦ Cebada Gago, con trap¨ªo y bien armados, varios de gran presencia; muy castigados en varas; flojos los dos ¨²ltimos; 3? bravo, 4? manso; en general dificultosos.Manuel Caballero: estocada ca¨ªda (algunos pitos); estocada corta atravesada baja (protestas). El Tato: media estocada desprendida y rueda de peones (silencio); estocada perpendicular perdiendo la muleta (palmas y saluda). Pep¨ªn Liria: estocada corta tendida y dobla el toro tras larga agon¨ªa; se le perdon¨® un aviso (ovaci¨®n y salida al tercio); bajonazo (oreja). Plaza de Vista Alegre, 21 de agosto. 8? corrida de feria. Tres cuartos de entrada
Lo cierto es que esta forma de picar se viene aplicando sin excepci¨®n. Se ve que hay un acuerdo entre picadores para aunarse en la brutalidad; o no se explica. Lo que pasa es que a veces ni se les tiene en cuenta. Salen normalmente tan tundidos los toros de los chiqueros que se les simula el puyazo, y al percatarse el p¨²blico de que los picadores se abstienen de meter hierro, se creen que es por bondad de coraz¨®n y hasta les aplauden.
Se suele decir -con raz¨®n- que los picadores son los ¨²nicos asalariados a quienes aplauden por no trabajar. Claro que para eso se necesita que el p¨²blico tenga una ignorancia supina acerca de la materia varilarguera. Como siempre, lo que priman son los t¨®picos. Y el t¨®pico manda que s¨®lo le den la charla al picador cuando pisa la raya delimitadora de su campo de actuaci¨®n. Los picadores van de cine, con eso, pues la raya la impusieron ellos ya en tiempos de Maricasta?a. Los p¨²blicos -y los matadores tambi¨¦n- ven¨ªan quej¨¢ndose de que los picadores aguardaban pegados a tablas al objeto de paliar los derribos estrepitosos que ocasionaban las poderosas embestidas de aquellos toros ¨ªntegros y fieros. Y pues acabaron imponi¨¦ndoles que realizaran la suerte en los medios, negociaron -y consi-guieron- que se marcara en el ruedo una raya indicativa de un espacio que no estaban obligados a rebasar.
Esa es la ¨²nica finalidad del c¨ªrculo grande que, si se atraviesa, a lo mejor supone mayor m¨¦rito del picador; pero en cuanto lo intenta, el p¨²blico se lo toma a ofensa personal. Y, en cambio, cuando los picadores se rebozan con el toro haci¨¦ndole la carioca y las mil barbaridades mientras rajan los lomos traseros rompiendo espinazos, nadie dice nada e incluso les pueden dedicar una ovaci¨®n.
El desalmado que pic¨® al cuarto lleg¨® a m¨¢s, le empuj¨® con el caballo hasta pegarlo a la barrera y una vez lo tuvo all¨ª acorralado a su merced, le dio para ir pasando con tal furia que si no llega a ser porque el toro consigui¨® zafarse finalmente y salir huyendo, le atraviesa las entra?as. Despu¨¦s repiti¨® la operaci¨®n...
Lo que llamamos operaci¨®n, que lo era en devastadora y despiadada misi¨®n de castigo, la estuvo repitiendo la acorazada de picar en todas sus intervenciones. Se trataba de convertir en picadillo la corrida de Cebada Gago, ya se puede suponer el motivo: tra¨ªa trap¨ªo, iba armada con una cornamenta buida, desarrollaba casta y, si la hubiesen dado lidia adecuada, poder. Si adem¨¢s sac¨® nobleza, ya importaba menos. El toro noble se prefiere siempre al pregonao -qu¨¦ duda cabe; ser¨ªa de locos suponer lo contrario-, pero lo que de verdad molesta e inquieta a los toreros es la casta. El toro de casta, aun noble, puede dar un disgusto en cualquier momento. Con el moribundo, en cambio, los toreros se arreglan...
Bajo la sombra preocupante de la casta transcurri¨® la corrida. Hubo quien no se fi¨® de ella, caso de Manuel Caballero, que mulete¨® sin temple al descuartizado primero, y al manso cuarto lo ali?¨® expeditivo. Hubo quien reaccion¨® con pundonor; as¨ª El Tato, que aguant¨® los muchos derrotes del segundo y mont¨® una faena larga y descentrada al quinto. Uno de ellos se quedaba corto y otro se ca¨ªa, sin duda por exceso de castigo. Y hubo quien derroch¨® verg¨¹enza torera y ese fue Pep¨ªn Liria, que se arrim¨® de verdad, lig¨® los pases cuanto pudo, si le ven¨ªan ga?afones no le arredraban y acab¨® cortando una merecida oreja.
Dicen que esa oreja salv¨® la tarde. Pero no se salv¨® pues las tropel¨ªas de la acorazada de picar quedaron impunes. Y, sin embargo, debi¨® ser llevada al juzgado de guardia, todos sus miembros con el castore?o calado hasta los ojos.
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