Las 'vacaciones' del cerrajero
Juan Carlos Gonz¨¢lez, instalado en Latina, duplica llaves y abre cerraduras durante todo el verano
La libertad, a veces, tiene precio. En este caso, exactamente 150 pesetas. As¨ª visto, no es mucho. Lo que cuesta una copia de una llave. La libertad, la independencia, la realizaci¨®n personal de la que hablan otros, o como se quiera llamar -ya digo- a veces est¨¢n escondidas en una m¨¢quina duplicadora de llaves. Entre llavines de acero y aluminio de colores, rojos, azules, verdes. Est¨¢n aqu¨ª mismo, en el 109 de la calle de Toledo, en la galer¨ªa La Paloma. Escondidas en un armario de apenas tres metros.En el n¨²mero 109 de la calle de Toledo, en la galer¨ªa La Paloma, en La Latina, la libertad, la independencia, o el saber vivir que, a veces, es lo mismo, est¨¢n en manos de Juan Carlos Gonz¨¢lez, nacido en Barcelona hace 33 a?os. Madrile?o desde muy chico. Licenciado en Ciencias de la Informaci¨®n, pr¨¢cticamente doctor en la rama de Imagen, y, desde que era un cr¨ªo, cerrajero. Y ahora, cerrajero, claro. De su padre cogi¨® el oficio.
"?Qu¨¦ quiere? Yo me di cuenta de que este oficio me permit¨ªa libertad e independencia. Me permit¨ªa tratar a la gente, vivir, vamos. Y el periodismo est¨¢ tan mal que... Qu¨¦ voy a contarle". Eso.
Juan Carlos Gonz¨¢lez ha venido a la cita sin prisas. Despacio, saludando a unos y a otros. Ya hay gente que le espera, que le conoce, que le dice: -Oye, Juan Carlos, que me ha dicho fulanito que a ver si vas por su casa, que la cerradura no sabe lo que tiene. Y Juan Carlos dice que bueno, que, en cuanto cierre, se dar¨¢ una vuelta, que no se preocupe.
-Oye, Juan Carlos, que me hagas una copia, hombre, que la chica ha perdido la suya. Y como ahora nos vamos al pueblo...
-Oye, Juan Carlos, que cu¨¢nto es. Y Juan Carlos dice que 150 pesetas.
-Oye, Juan Carlos, dame, de paso, un llavero de esos para poner un papelito con el nombre.
Hace un calor de muerte. Bueno, de muerte, no. Pero hace un calor que funde las piedras, que asfixia a los p¨¢jaros, que... Bueno, que hace calor. Est¨¢ claro, ?no? A mediod¨ªa, con todo el calor, le han avisado porque anoche han intentado y -dicho sea todo- conseguido entrar en un restaurante del barrio. Han reventado las cerraduras, han levantado el cierre y se han colado al interior. Total para cuatro cosas: la m¨¢quina tragaperras, la caja, monedas para el cambio... En fin, m¨¢s da?o que valor. Los due?os del bar conocen a Juan Carlos y, avisados, han llamado desde el pueblo a su m¨®vil. ?l ya se ha ocupado de todo.
Dice Juan Carlos con una sonrisa que se siente casi "cerrajero de guardia". Y que en verano el trabajo aumenta. Por eso, no se marcha en agosto. Cierran otros profesionales de la zona y ¨¦l se queda al cargo de las cerraduras, de los duplicados y de la clientela. "La gente se marcha de vacaciones y, entonces, se acuerdan de que hay que dejar una copia al vecino, al familiar o al amigo".
Pero no todo son duplicados, llaves nuevas o llaveros para-poner-un-papelito-con-el-nombre. En verano muchos pisos quedan vac¨ªos. Y siempre hay alguien dispuesto a limpiarlos. Todo puede ser un arte. Hasta el m¨¦todo para entrar en casa ajena.
A Juan Carlos le vino a buscar una vez un hombre que quer¨ªa que le abriese la cerradura de su casa. Hab¨ªa perdido las llaves, dijo. Y la familia estaba fuera, con que...
-Ya ve usted, he perdido las llaves y me he quedado en la calle. -Nada, hombre. Se la abrimos ahora. ?Hay vecinos?
-S¨ª. Pero no hay por qu¨¦ molestarles. Usted me abre la cerradura y en paz. -Es que voy a necesitar alg¨²n enchufe. -No se preocupe, usted me fuerza la cerradura y ya est¨¢, aunque se rompa. -Bueno, ya hablar¨¦ yo con los vecinos.
Y el hombre, ya harto, le grit¨® enfadado:
-?Sabe lo que le digo? Que me parece que me est¨¢ usted poniendo demasiadas pegas por una cerradura. As¨ª que, mejor lo dejamos.
-Mucho mejor, s¨ª. Ya te digo. Cuenta Juan Carlos que enseguida se nota qui¨¦n viene con historias raras. Que es gente que no enga?a a nadie y que, casi casi, da como una cierta ternura con esa especie de malicia, de enga?o ingenuo.
?l, alguna vez, ha ido con la polic¨ªa. Con un mandato para abrir alguna puerta. Las casas cerradas tienen siempre alg¨²n fantasma inquieto, alguna sombra aburrida que rompe las ca?er¨ªas, o salta los fusibles para llamar la atenci¨®n. Algunos lo llaman casualidad. Pero es verdad que las cosas se rompen en los momentos m¨¢s inoportunos, cuando no hay nadie, o de noche, o en vacaciones. Y el vecino de abajo ve entonces crecer la mancha de agua en el cielo raso reci¨¦n pintado. Maldita sea. Son as¨ª las cosas. Qu¨¦ vamos a hacerle. Entonces acude la polic¨ªa, y acude Juan Carlos. Y, despacio, lentamente, prueba sus ganz¨²as, manipula las cerraduras. Engancha y repasa. Y vuelta. Hasta que suena un chasquido y se abre la puerta y el fantasma, o la sombra, o la casualidad, se quedan m¨¢s tranquilos.
"Las cerraduras m¨¢s dif¨ªciles son las fichet", reconoce Juan Carlos. Pero, al final, todas ceden.
Es ¨¦ste un trabajo tranquilo, libre, que te permite vivir.
-?Qu¨¦, Juan Carlos, tomamos un caf¨¦ ahora que no hay nadie?
-Venga. ?Qu¨¦ calor, ni?o!
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