POL?MICA EN CANTILLANA La religiosidad popular
La expresi¨®n religiosidad popular, hasta ahora com¨²n para expresar aquellas manifestaciones que no derivaban directamente de la ordenaci¨®n can¨®nica eclesi¨¢stica, est¨¢ sufriendo en estos d¨ªas serios envites a ra¨ªz de unos enfrentamientos entre las dos hermandades que vertebran los sentimientos religiosos de los habitantes de Cantillana. ?Vaya por Dios! A veces, cuando se quiere que alguien pague los platos rotos, se suele acudir a la vieja dicotom¨ªa entre nominalismo y realismo y se usan nombres -que no son m¨¢s que nombres- dot¨¢ndolos a continuaci¨®n de vida propia, como si fuesen realidades. As¨ª, ahora y a prop¨®sito de la cuesti¨®n que nos ocupa, se habla de la distinci¨®n entre religiosidad popular y religiosidad natural para hacer de la primera un substitutivo contaminado de la segunda y -seg¨²n aprecio- dejar inc¨®lumes unas pretendidas esencias religiosas eternas. Con todo ello llegamos a donde siempre: a dejar fuera de todo sistema y de toda sistematizaci¨®n unas supuestas verdades trascendentales que regir¨ªan el mundo al margen de los prop¨®sitos y desprop¨®sitos humanos. Eso mismo pensaban las dos partes de nuestro siglo XVIII, verdaderos motores inm¨®viles, por usar una expresi¨®n tomista o escol¨¢stica, de todo lo que ha sucedido hace unos d¨ªas entre pastore?os y asuncionistas. Entonces, tanto los ilustrados deistas como los frailes y se?ores teocr¨¢ticos, pugnaban por conseguir parcelas de sentimiento y, mientras los segundos animaban las expresiones religiosas anteriores -la Asunci¨®n es tan vieja como el zod¨ªaco que en agosto lleva a la constelaci¨®n de Virgo al cenit- los primeros trataban de fomentar nuevas devociones, acordes con sus ideales, por ejemplo, el cultivo y buen uso de los campos. No es casualidad que Felipe V, durante su estancia en Sevilla, diera vida al culto de la Divina Pastora ni que fuera el promotor de la canonizaci¨®n de San Isidro Labrador. Ambos bandos, sin embargo, se aferraban a lo mismo, aunque cada uno de ellos la interpretara de distinta manera: a la filosof¨ªa natural que ten¨ªa por base la religiosidad natural, o instinto de agarrarse a lo sagrado. A fin de cuentas, somos los ¨²nicos animales que sabemos que vamos a morir. Esa interpretaci¨®n divergente se tradujo, a lo largo del XVIII y del XIX, en continuos enfrentamientos, muchas veces violentos, pero siempre azuzados por una y otra religiosidad, de modo que las formas o cultemas que fueron surgiendo no lo hicieron por generaci¨®n espont¨¢nea sino por medio de m¨¦todos calculados y reflexionados que dieron, como fruto apetecido, formas distintas y enfrentadas de religiosidad popular que hoy se estudian, se investigan y, a veces, se exacerban, y tambi¨¦n se exorcizan. As¨ª es la Historia. Mientras en la mitad de Europa el antagonismo se plantaba en eso que se llam¨® lucha de clases, aqu¨ª continuaban los escarceos por la posesi¨®n en exclusiva de lo trascendental, y de ese sentimiento us¨® y abus¨® -desde Fernando VII a la II Rep¨²blica, y a¨²n despu¨¦s- la alianza del Trono y el Altar para impedir los enfrentamientos en los terrenos econ¨®mico, pol¨ªtico y del libre pensamiento. Fue entonces cuando Marx dijo que la religi¨®n era el opio del pueblo y a Mac¨ªas Picavea se le ocurri¨® -no por casualidad- aquello de que Espa?a era una tribu con pretensiones. El sistema caciquil, como cualquier sistema dual, favorec¨ªa todo lo que dividiera los barrios y los pueblos sin que se tocara las bases sacrosantas de la sociedad, hasta el punto de que en muchos sitios, y entre ellos Cantillana, el vocablo hermandad fue sin¨®nimo de partido. De entonces ac¨¢, Espa?a y Andaluc¨ªa han evolucionado bastante, y la religiosidad tambi¨¦n, aunque, como se ve, todav¨ªa existen excepciones. El enfrentamiento dual ha pasado a ser esa ordenaci¨®n en la dualidad que incluye las expresiones religioso-populares y produce las multitudes de la Semana Santa o los chistes de los lunes. La religiosidad popular, como cualquier otra expresi¨®n de la realidad, ha evolucionado con ella, someti¨¦ndose al imperio democr¨¢tico de la ley. No podemos demonizarla. Mejor har¨ªamos en preguntarnos, en esta ¨¦poca de liderazgos extrapol¨ªticos, a quien benefician esos conductas pre-civilizadas. Seguramente, a alguien sin ¨¦tica y sin est¨¦tica, ni natural ni popular. Y que, posiblemente, est¨¦ en las dos partes.
Antonio Zoido es miembro de la Fundaci¨®n Machado.
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