La prensa de anta?o ya glosaba casos de caciques forestales
La prensa espa?ola ha dedicado tradicionalmente importantes espacios a glosar las extensiones forestales devoradas por efecto de las llamas. En su Estudio sobre la presencia hist¨®rica de incendios forestales en Espa?a, los profesores Josefina G¨®mez de Mendoza, Carlos M. Manuel Vald¨¦s y Santiago Fern¨¢ndez Mu?oz han reunido una deliciosa antolog¨ªa de cr¨®nicas period¨ªsticas sobre el fen¨®meno del fuego. Ya a finales del pasado siglo, los cronistas de la ¨¦poca utilizaban un tono muy cr¨ªtico a la hora de enjuiciar la labor de los gobernantes, y pronosticaban una pronta desaparici¨®n de la masa arb¨®rea del pa¨ªs. La ?poca incluso puso fecha a la hecatombe, y as¨ª, en su edici¨®n del 4 de septiembre de 1906, alertaba: "Opiniones t¨¦cnicas dicen que dentro de veinte a?os, de no atajarse el mal, los bosques milenarios habr¨¢n desaparecido".A finales del siglo XIX, los articulistas ten¨ªan claro que muchos de los incendios eran intencionados y no dudaban en afilar su pluma para denunciarlo. A veces en t¨¦rminos consonantemente incendiarios: La Iberia recalcaba, el 14 de agosto de 1882, que "destruir la riqueza forestal es para muchos alcaldes caciques un acto meritorio ante sus vecinos". El autor aportaba la siguiente explicaci¨®n sobre el fen¨®meno especulativo: "Los ¨¢rboles cortados a ra¨ªz de un incendio tienen las mismas aplicaciones que los cortados; de suerte que el pueblo que desee un ingreso y se encuentra con que el ingeniero es contrario a sus pretensiones, agarra la tea".
En otras ocasiones, los cronistas de la ¨¦poca recurr¨ªan al lirismo arrebatado para dejar constancia de su desolaci¨®n ante los efectos de las llamas. En una deliciosa pieza, Julio Burrell escrib¨ªa en La ?poca, el 13 de agosto de 1895: "Ya s¨®lo aparecen la pelada roca, la monta?a arid¨ªsima, sin un ¨¢rbol, sin una humilde mata siquiera. Monta?as y rocas, muertas, abandonadas del lozano verdor, parecen como olas petrificadas de un mar todo silencio...". Burrell culpaba del desastre ecol¨®gico a la desamortizaci¨®n, por la que los montes, "¨¢rbol por ¨¢rbol, han sido desamortizados primero y amortizados despu¨¦s, en beneficio de ese cacique, en obsequio de aquel tiranuelo local". Por ello, el autor reclamaba mano dura: "Nuestro pueblo campesino, m¨¢s decadente que el de Roma, apenas defiende su campo. Para ese est¨ªmulo superior es el Ministro de Fomento el ¨®rgano y agente casi ¨²nico, indispensable e insustituible".
Y es que La ?poca, diario conservador, no le guardaba mucha simpat¨ªa a los hombres del campo. Por eso, en 1906 proclamaba que "el odio al ¨¢rbol" era un vicio "instintivo entre los aldeanos, que s¨®lo ven en ¨¦l un producto maderable". 19 a?os despu¨¦s, el Heraldo de Arag¨®n prefer¨ªa el tono moralizante al inquisitorial, y persuad¨ªa as¨ª a los potenciales pir¨®manos: "Acabando con un monte se mata la esperanza del resurgimiento. Hay que renunciar no s¨®lo a las ventajas presentes, sino a los bienes futuros".
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