Buenos para solomillo
Para el aficionado a la fiesta, el toro se cr¨ªa con el fin de proporcionar arte y espect¨¢culo, en colaboraci¨®n con el espada y con el impulso de la casta y la bravura. Para el indiferente o el enemigo de las corridas, el toro se debe cultivar con el ¨²nico prop¨®sito de terminar repartido en filetes y solomillos por los platos de hogares y restaurantes. Los toros de esta corrida eran ideales para engullirlos en solomillo con salsa. As¨ª, seguro que estar¨¢n de rechupete. Para hacerles el toreo, imposible. Aunque el p¨²blico de Colmenar, un tanto alica¨ªdo ya porque se acaban las fiestas, exigiera que los toreros se hartaran de dar naturales y derechazos.
Porque ¨¦sa es otra. La ignorancia de los p¨²blicos que acuden a las plazas en estas calendas de fin de siglo roza la inopia y la estupidez. Muy pocos espectadores supieron ver el nulo juego de los astados en la muleta y las dificultades y el peligro que ofrecieron algunos, sobre todo en banderillas. Banderilleaba la cuadrilla de Tom¨¢s Campuzano al cuarto, que esperaba con listeza y pegaba el hachazo cuando el subalterno llegaba al embroque y sal¨ªan los peones del trance como suelen hacerlo en estos casos: clavando un solo palo. Hasta Luis Mariscal, un banderillero con mucha experiencia, tuvo que recurrir a la artima?a, entre la rechifla y la bronca del p¨²blico, y cuando Jocho II, que ten¨ªa que cerrar el tercio, herido en su orgullo, le ech¨® perendengues al asunto y clav¨® los dos palos cuadrando en la cara, el toro le prendi¨® por el muslo y lo levant¨® del suelo. Tuvo la fortuna de salir ileso, pero si hubiera tenido una cornada, m¨¢s de uno estar¨ªa ahora arrepentido de sus exigencias.
Sal¨ªan los corn¨²petas de Barcial con muchos pies, para frenarse enseguida ante los capotes. Para torearlos hab¨ªa que arriesgar y alguno pas¨® del tema. S¨®lo ?scar Higares, tras una larga de rodillas, aguant¨® los frenazos del tercero que, adem¨¢s, acud¨ªa sin fijeza. Los ¨¢nimos y el valor de Higares se mantuvieron a lo largo de toda la corrida. Ese tercer toro estaba totalmente aplomado y arreaba el hachazo siempre que tocaba el enga?o. No se asust¨® Higares y a fuerza de consentir pudo tirar y tirar de ¨¦l, hasta conseguir alargar los pases. El sexto buscaba por el pit¨®n derecho ya de salida, acudi¨® veloz al caballo y el picador apret¨® con la puya. Cort¨® y levant¨® la cara en banderillas y no hubo manera de clavarle los palos. Tampoco se desplazaba en la muleta. Vio Higares que si se quedaba quieto y le perd¨ªa el respeto podr¨ªa conseguir sacar agua de aquel pozo seco. Asent¨® los pies en la arena, pis¨® firme y se la jug¨®, lo que le permiti¨®, ahora s¨ª, alargar y ligar alguna de las embestidas. No supo ver el p¨²blico el esfuerzo del torero, lamentablemente.
Agradecimiento
Tom¨¢s Campuzano fue recibido con una ovaci¨®n cari?osa y tuvo que salir al tercio, montera en mano, para agradecer este homenaje por su proyectado abandono de los trajines lidiadores. Por culpa de los cochinos barciales no pudo irse de la plaza colmenare?a con un triunfo. Pas¨® suavemente por bajo al primero, hasta que se acab¨®. Intent¨® sacarle partido de mil maneras, con vista y habilidad. Adem¨¢s, el toro no s¨®lo estaba falto de casta y empuje, tambi¨¦n rozaba la invalidez. Tuvo que recurrir al molinete, por partida doble. Al cuarto lo tore¨® de capa con sobriedad, se frustr¨® el quite por la falta de gas del toro y, armado Tom¨¢s de coraje, aprovech¨® hasta la ¨²ltima gota lo poco que ten¨ªa. Esta vez dio el molinete invertido, que siempre resulta m¨¢s vistoso. No parec¨ªa tener muchos ¨¢nimos El Tato y se bail¨® un zapateado con el capote al recoger a sus dos toros. El segundo del encierro tampoco embest¨ªa, por descastado y, encima, muy flojo. Se fue enseguida el torero a coger el acero y lo mat¨® sin brillo. Tampoco pasaba el quinto y el torero aragon¨¦s se sumergi¨® en un mont¨®n de apuros, porque a estos toros que no tienen embestida, como no se les puede quebrantar con el pase largo y mand¨®n, cuando se arrancan de improviso hay que poner pies en polvorosa. Adem¨¢s, las pocas embestidas que ten¨ªa se las quit¨® el diestro con un macheteo por bajo, agachadito y sin pararse. Luego, se coloc¨® en su acostumbrada postura de torero tumbapases, e intent¨® llev¨¢rselo por uno y otro pit¨®n. Fue vano el esfuerzo. El toro, uno m¨¢s del surtido acochinado que envi¨® el ganadero, nos llev¨® de nuevo a la evidencia de lo rico que estar¨ªa tras haber pasado por la barbacoa.
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