El Infierno, seg¨²n los cl¨¢sicos
Woody Allen, en su pen¨²ltima pel¨ªcula, Desmontando a Harry, desciende a los infiernos y se encuentra, entre otros atormentados, al carpintero que invent¨® los muebles de metacrilato. Un "absurdo moral" de este tipo debi¨® sentir Unamuno cuando escribi¨®: "Por el infierno empec¨¦ a rebelarme contra la fe. Mi terror ha sido el aniquilamiento, la anulaci¨®n, la nada m¨¢s all¨¢ de la tumba. ?Para qu¨¦ m¨¢s infierno?" La idea cl¨¢sica del Infierno le parece al te¨®logo Tamayo un "cotilleo morboso". As¨ª aparece en Dante y, mucho antes, en la Eneida, del pagano Virgilio. La visi¨®n dantesca, por ejemplo, de los cinco primeros pisos de la "regi¨®n de los condenados" est¨¢ repleta de pecadores menores, de "incontinentes": los que han vivido en lujuria, gula, avaricia e ira, o en sus contrarios: el hast¨ªo, el spleen con que Baudelaire abre sus Flores del mal. As¨ª que, en general, desde Voltaire a Quevedo, es frecuente la imagen terror¨ªfica del lugar, salvo los apuntes rom¨¢nticos de Goethe. Al autor del Fausto nada le parece terrible. Horrible es el Infierno, s¨ª, pero el Purgatorio le resulta "ambiguo", y "tedioso" el Para¨ªso.
La Iglesia, con su enorme poder, logr¨® convertir a la Teolog¨ªa en "la emperatriz de las ciencias" hasta muy entrado el renacimiento. Al margen de las v¨ªctimas (Galileo o fray Luis de Le¨®n entre las m¨¢s sonadas: eran "a?os recios", se resign¨® Teresa de ?vila), la prepotencia ensombreci¨® la visi¨®n de la humanidad y alcanz¨® l¨ªmites tenidos hoy por irreverentes. Asi, el te¨®logo capuchino Martin Von Cochem lleg¨® a fijar la altura de las llamas del Infierno, llamando la atenci¨®n sobre el hecho de que su fuego es m¨¢s t¨®rrido que el terrenal: porque sucede "en lugar cerrado", "se alimenta de pez y azufre" y porque es Dios quien lo sopla. "T¨² sabes", se exhibe Cochem, "que cuando se sopla sobre el fuego, ¨¦ste prende con m¨¢s ¨ªmpetu. Si el fuego se atiza con grandes fuelles, como se hace en las fraguas de los herreros, las llamas se enfurecen. Ahora bien, cuando es el Dios omnipotente el que sopla el fuego del Infierno con su aliento, ?cu¨¢n horrible no ser¨¢ su rabia y furor".
El te¨®logo Enrique Miret Magdalena ha demostrado, en El catecismo de nuestros padres, que siempre habr¨¢ quien oiga el galope de los caballos del Apocalipsis. "?Qui¨¦n es el mundo?", se pregunta el catecismo del P. Astete en la versi¨®n de 1955. Responde: "El mundo son los hombres mundanos, malos y perversos". Otra cuesti¨®n: "?Hay m¨¢s que un infierno?". Respuesta: "Hay cuatro infiernos, y se llaman: infierno de los condenados, purgatorio, limbo de los ni?os, limbo de los justos o seno de Abrahan".
El catecismo Nuevo Ripalda en la nueva Espa?a, edici¨®n 1951, no es menos apocal¨ªptico, pero s¨ª mucho m¨¢s patri¨®tico. Ripalda, jesuita como Astete, cuenta el mismo n¨²mero de infiernos ("cuatro senos o lugares de las almas que no van al Cielo", precisa); llama a Dios el "remunerador" (porque "premia a los buenos y castiga a los malos"); y selecciona cinco guerras de "exaltado patriotismo" entre "los seis hechos culminantes de la historia de Espa?a". La ¨²ltima fue "la segunda guerra de la Independencia contra los rojos". En la anterior, Espa?a hab¨ªa logrado la expulsi¨®n de Napole¨®n.
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