Reflexiones sobre la historia de Espa?a
Despu¨¦s de publicar, en franc¨¦s, mi Historia de Espa?a y de comprobar el ¨¦xito del libro, creo oportuno se?alar cu¨¢l ha sido el origen: en primer lugar, creo que conviene saber que ha sido una obra de encargo. Desde que Espa?a se incorpor¨® plenamente en la Comunidad Europea y volvi¨® a desempe?ar en el mundo el papel que le corresponde por su contribuci¨®n a la civilizaci¨®n occidental, se ha incrementado en Francia el inter¨¦s por lo que pasa a este lado del Pirineo y el deseo de comprender la evoluci¨®n de Espa?a desde que dej¨® de ocupar el primer puesto en la escena internacional. La editorial Fayard estaba preocupada, de algunos a?os a esta parte, por la carencia en franc¨¦s de un libro serio sobre Espa?a, lo cual no era estrictamente exacto: disponemos de un librito que yo siempre recomiendo como la mejor historia de Espa?a en franc¨¦s, la de Pierre Vilar. Tampoco han faltado en Francia los hispanistas. Sus trabajos han permitido avanzar en el conocimiento de la historia, de las literaturas y de las lenguas de Espa?a. Pero es verdad que demasiadas veces tales aportaciones no salen del c¨ªrculo estrecho del mundo universitario. As¨ª se explica el encargo que se me hizo de escribir un libro para que se enteren en Francia de lo que era en realidad la historia de Espa?a. La petici¨®n de que escribiera este libro vino a estimular el deseo que yo ten¨ªa de ofrecer al p¨²blico franc¨¦s mi propia visi¨®n de Espa?a. He tenido la suerte de recibir las ense?anzas de dos grandes maestros cuando comenc¨¦ mis estudios hispanistas: Marcel Bataillon y Pierre Vilar. El primero se dedicaba a los aspectos filol¨®gicos, literarios y espirituales. El segundo es un magn¨ªfico conocedor de la teor¨ªa y de la historia econ¨®mica, sin descuidar otras facetas, como la historia pol¨ªtica y la evoluci¨®n del pensamiento. De ambos he aprendido a enfocar los temas relativos a Espa?a en una perspectiva muy amplia, relacion¨¢ndolos con lo que ocurr¨ªa en el resto de Europa y del mundo. Durante 40 a?os me he dedicado a la ense?anza en una universidad francesa y me he esforzado por presentar a mis alumnos -futuros hispanistas o profesores de espa?ol- una interpretaci¨®n distinta de la que tantas veces conoc¨ªan por la lectura de peri¨®dicos, por la televisi¨®n o por el cine. El resultado de aquellas dos circunstancias -el encargo editorial y la experiencia adquirida en la docencia- es mi Historia de Espa?a. Con excepci¨®n de los cap¨ªtulos sobre los Reyes Cat¨®licos y sobre el siglo XVI -en los que me han servido mis propias investigaciones-, he aprovechado los trabajos de los historiadores espa?oles y de hispanistas extranjeros, sobre todo franceses e ingleses. En este sentido, mi libro ense?ar¨¢ poco a los especialistas universitarios. Lo que he procurado es, por una parte, establecer los datos, poniendo nombres y fechas cuando era necesario hacerlo, y, por otra parte, proponer una explicaci¨®n coherente de lo que ha ocurrido en la Pen¨ªnsula desde el siglo VIII, es decir, desde la invasi¨®n musulmana.
?C¨®mo veo la historia de Espa?a? Puedo contestar a esta pregunta con una frase: Espa?a, desde luego, tiene sus rasgos espec¨ªficos, pero, en conjunto, su desarrollo hist¨®rico no se aparta de la l¨ªnea general que han seguido las dem¨¢s naciones europeas. En esto discrepo de lo que se viene repitiendo desde el siglo XVIII hasta hace poco. Durante varios siglos, la historiograf¨ªa anglosajona difundi¨® la idea de que la civilizaci¨®n moderna -el desarrollo t¨¦cnico y econ¨®mico, la ciencia, el progreso, la tolerancia... - era hija de la Reforma protestante, y que las naciones latinas (Francia, Espa?a, Portugal, Italia), quedaban incapacitadas para integrarse plenamente a la civilizaci¨®n moderna. Hubo franceses y espa?oles que compartieron esta idea. Bastar¨¢n dos ejemplos: en Francia, el pol¨ªtico e ide¨®logo Guizot; en Espa?a, nada menos que Manuel Aza?a, quien lleg¨® a decir que "durante nuestro sue?o, las dem¨¢s naciones han inventado una civilizaci¨®n, de la cual no participamos, cuyo rechazo sufrimos y a la que hemos de incorporarnos o dejar de existir". Hoy en d¨ªa, los historiadores han matizado y revisado aquellas perspectivas. La distinta orientaci¨®n que tomaron, a partir del siglo XVII, las naciones de Europa ya no se atribuyen exclusiva ni principalmente a motivos religiosos, raciales o ideol¨®gicos, sino a causas mucho m¨¢s complejas.
Creo que fue don Antonio Dom¨ªnguez Ortiz el primero en reaccionar contra la tesis de las dos Espa?as irreconciliables, cuyo enfrentamiento llenar¨ªa los anales de la historia por lo menos desde el siglo XVIII. No pretendo que sea falsa la idea, pero la verdad es que lo mismo cabr¨ªa decir de todas las naciones. En todas existe diversidad de pareceres sobre la manera de organizar la sociedad, y s¨®lo en circunstancias excepcionales llega esta diversidad a provocar tensiones violentas y dram¨¢ticas. Basta con repasar someramente la historia de todas las naciones europeas para encontrar ejemplos de esta diversidad. O sea, que Espa?a no me parece, en este sentido, constituir ninguna excepci¨®n, y coincido totalmente con la tesis que acaban de exponer Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox en su reciente libro: Espa?a: 1808-1996. El desaf¨ªo de la modernidad, s¨®lo que yo extender¨ªa la tesis a periodos anteriores al siglo XIX: Espa?a es un pa¨ªs normal, con formas de vida y cultura homologables con las de otros pa¨ªses europeos, por lo menos desde finales de la Edad Media.
Antes s¨ª que se da en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica una situaci¨®n excepcional con respecto a la cristiandad europea. Esto se debe a la invasi¨®n musulmana, pero precisamente todo el esfuerzo de los espa?oles durante siglos fue dirigido a reincorporarse cuanto antes al mundo occidental y evitar a la Pen¨ªnsula el destino del norte de ?frica. Es decir: el de unas provincias romanizadas y cristianizadas que acaban formando parte del mundo isl¨¢mico. Este esfuerzo de varios siglos es el que se conoce con el nombre de Reconquista y ha dado alg¨²n fundamento a una tesis, a mi modo de ver, exagerada.
Hacia 1950, en una interpretaci¨®n brillante, Am¨¦rico Castro expres¨® la idea de que Espa?a desde la Edad Media sigui¨® otro rumbo que el resto de Europa. Castro ha acertado al destacar la importancia que tuvieron en la formaci¨®n de Espa?a la influencia del islam y la presencia de una importante minor¨ªa jud¨ªa. Pero ¨¦l y, m¨¢s que ¨¦l, algunos de sus disc¨ªpulos han sacado de aquellos hechos consecuencias que creo excesivas: la idea de que la idiosincrasia de Espa?a es radicalmente distinta de las dem¨¢s naciones europeas.
La obra del profesor Jos¨¦ Antonio Maravall representa un gran hito a la hora de enfocar la
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historia de Espa?a dentro de una perspectiva europea. El profesor Maravall tuvo en cuenta las notas espec¨ªficas de Espa?a, pero mostr¨® tambi¨¦n c¨®mo su evoluci¨®n sigue las pautas de lo que ocurre en el resto de Europa, con las matizaciones que exige tal planteamiento. La Inquisici¨®n, por ejemplo, es la forma espa?ola de una intolerancia desgraciadamente com¨²n a toda Europa. La ausencia de un desarrollo econ¨®mico, a pesar de las remesas de Indias, tambi¨¦n tiene su explicaci¨®n: nada en el temperamento de los espa?oles les impide participar de lleno en las actividades econ¨®micas. Son las circunstancias las que contribuyeron a transformar a Espa?a, a finales del siglo XVI, en una naci¨®n de rentistas m¨¢s que de empresarios, pero estas circunstancias no son exclusivas de Espa?a; en Francia tambi¨¦n, por ejemplo, por las mismas fechas, se perciben los efectos de la mentalidad hidalguista. Se podr¨ªan citar muchos otros ejemplos al respecto.
Se me dir¨¢ que estoy combatiendo la leyenda negra antihisp¨¢nica. S¨ª y no. Yo tengo la impresi¨®n de que son los mismos espa?oles los que han contribuido a difundir la leyenda negra, al insistir con excesivo masoquismo sobre determinados aspectos del pasado de su patria: la expulsi¨®n de los jud¨ªos y de los moriscos, la Inquisici¨®n, violencias en la conquista de Am¨¦rica... Cada naci¨®n tiene en su historia sus p¨¢ginas negras, pero en general se las considera como acontecimientos que pertenecen a un pasado hist¨®rico que no tienen por qu¨¦ empa?ar definitivamente la imagen de la naci¨®n. En Francia, sin ir m¨¢s lejos, las matanzas del Terror revolucionario y de la Comuna de Par¨ªs han sido tan tremendas como las guerras civiles que ha conocido Espa?a; la expulsi¨®n de los protestantes durante el reinado de Luis XIV fue posiblemente m¨¢s horrorosa que la expulsi¨®n de los jud¨ªos de Espa?a, etc¨¦tera. Ning¨²n historiador franc¨¦s oculta aquellos hechos, pero tampoco se le ocurre a nadie concluir que Francia queda definitivamente descalificada por ello. Lo mismo cabr¨ªa decir de Inglaterra y Alemania y de casi todas las naciones. Los espa?oles tienen que reaccionar ante su propia historia, asumiendo los episodios negativos como cosas que pertenecen al pasado hist¨®rico, sin que por ello haya que olvidar los episodios positivos, que tambi¨¦n los hubo, y muchos. No se trata, pues, de ocultar las p¨¢ginas negras, y menos a¨²n de oponerles una leyenda rosada, sino de exponer los hechos, todos los hechos, enfoc¨¢ndolos en una perspectiva hist¨®rica. As¨ª es como se puede llegar a una visi¨®n objetiva de lo que fue una naci¨®n. Esto es lo que he procurado hacer en mi Historia de Espa?a.
Joseph P¨¦rez es catedr¨¢tico de la Universidad de Burdeos y fue director de la Casa de Vel¨¢zquez
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