Revoluciones
Tal como van las cosas, casi nadie va a recordarles, y si alguien lo hace, se limitar¨¢ a consignar en primer t¨¦rmino la incompatibilidad de sus ideolog¨ªas con la modernizaci¨®n y, a continuaci¨®n, los p¨¦simos resultados que dichas doctrinas dieron, si alguna vez lograron ser puestas en pr¨¢ctica. Como mucho, ser¨¢n recreados en forma de Disneylandia, al modo de Tierra y libertad, de Ken Loach, y sin olvidar el objetivo principal de mostrar que la culpa del fracaso recae exclusivamente en la traici¨®n comunista. Porque el contenido de su acci¨®n, el sistema de valores y las metas que se propon¨ªan anarquistas, socialistas o comunistas del primer tercio de siglo quedan muy lejos de lo que hoy cuenta, incluso para las gentes de izquierda. Adem¨¢s, a toro pasado resulta muy f¨¢cil constatar que el gran sue?o comunista encerraba una horrible pesadilla o que el funcionamiento del poder libertario consist¨ªa muchas veces en un jacobinismo local. El siglo XX ha sido un gran cementerio de utop¨ªas, y, por lo dem¨¢s, es bueno mantenerse en guardia contra el regreso de unas expectativas ingenuas que desembocaron en cat¨¢strofes como el gulag o los campos de la muerte de Pol Pot. Pero otra cosa es borrar el contexto de explotaci¨®n y miseria en que surgieron tales ideas, as¨ª como la grandeza de los prop¨®sitos y de los medios que muchos miles de hombres y mujeres emplearon para servirlas. En tantas ocasiones, pensemos en las resistencias antifascistas, consiguiendo no el triunfo de su pol¨ªtica, sino la restauraci¨®n de la democracia y una vida mejor para todos los ciudadanos. Raras veces, pensemos en la suerte corrida por los veteranos de las Brigadas Internacionales en la Europa "socialista", siendo las v¨ªctimas preferentes de la represi¨®n ejercida por sus correligionarios en el poder.
Es, pues, una realidad hist¨®rica que no admite una interpretaci¨®n unidimensional, especialmente por lo que toca al mundo comunista. Aqu¨ª la l¨®gica de un poder totalitario, definida por Lenin y asociada a una concepci¨®n militar de la pol¨ªtica, se convertir¨¢ por obra y gracia de Stalin en una acci¨®n de exterminio del otro, del adversario y del diferente, legitimada por el determinismo hist¨®rico que asignaba al Partido la funci¨®n de construir la nueva humanidad. Con decisiones siempre infalibles y ejerciendo la represi¨®n hasta el terror. Se configur¨® una estructura piramidal, basada en la ley de Orwell, donde el homo sovi¨¦ticus que alcanzaba los estratos superiores de la jerarqu¨ªa no s¨®lo era m¨¢s igual que los dem¨¢s, sino que a su privilegio asociaba la capacidad de aplastarles, siempre que ¨¦l mismo cumpliera a su vez con las expectativas de un v¨¦rtice capaz de mantenerle, pero tambi¨¦n de provocar su ca¨ªda. En tiempos de Stalin, de Mao o de Pol Pot, ¨¦sta pod¨ªa alcanzar dimensiones catastr¨®ficas. El resultado fue un tipo humano de bur¨®crata prepotente, centro de opresi¨®n en s¨ª mismo que, incluso en la era de remanso brezneviano, adquir¨ªa seguridad s¨®lo en funci¨®n del servilismo hacia sus superiores y del seguimiento de la doctrina oficial, el marxismo-leninismo. En los tiempos de grandes procesos, este hombre sovi¨¦tico, perteneciera al PCUS, al PCF o al PCE, llevaba ese servilismo a secundar, y en su caso ejecutar, el crimen dictado desde arriba. Luego se conform¨® al objetivo de estabilizaci¨®n del "socialismo realmente existente", como correa de transmisi¨®n de un poder dictatorial, siempre deshumanizado; en una palabra, hasta el desplome de 1989 fue la ant¨ªtesis viviente de la revoluci¨®n.
Pero ¨¦sta hab¨ªa existido, y si el comunismo inspirado por la Revoluci¨®n de Octubre lleg¨® a ser uno de los protagonistas del siglo, no fue persiguiendo el objetivo del "socialismo realmente existente", de hecho realmente aberrante, sino porque miles y miles de hombres y mujeres creyeron durante d¨¦cadas que la URSS era un foco del que hab¨ªa de irradiar un proceso de emancipaci¨®n para toda la humanidad. Su espejo era el Octubre de Eisenstein, no la s¨®rdida f¨¢brica de cr¨ªmenes establecida por Stalin en el Kremlin. Tampoco buscaban el establecimiento de una tiran¨ªa, aun cuando tal fuera el balance pol¨ªtico cada vez que lograron imponerse, sino un nuevo orden social en el que desaparecieran la desigualdad, la pobreza y la sumisi¨®n de los m¨¢s d¨¦biles. La conciencia de formar parte de esta cruzada de redenci¨®n social, avalada por la existencia de la "patria del socialismo", es lo que explica la otra cara del Jano comunista: su papel hist¨®rico en la defensa de la democracia frente a los fascismos, aunque bien sabemos que Stalin ni siquiera fue antifascista, y sobre todo un sentimiento del deber revolucionario que les llev¨® a una entrega sumamente generosa, a veces ilimitada, a una causa que a su modo de ver se confund¨ªa con la de toda la humanidad.
Tal dualidad hizo que con frecuencia en la personalidad del comunista coexistieran el h¨¦roe (o la v¨ªctima) y el verdugo. Un militante ejemplar de la resistencia, represaliado brutalmente por Stalin, pudo ser luego un agente implacable de represi¨®n pol¨ªtica. Claro que cab¨ªa otra alternativa, y no es casual que est¨¦ presente sobre todo en aquellos movimientos comunistas que tuvieron que afrontar luchas antidictatoriales y no ejercieron el poder. En este caso, la sinceridad de la entrega a la causa revolucionaria da lugar a un evidente desgarramiento interior ante el fen¨®meno estalinista, muchas veces a un abandono de la militancia, sin que por ello sea asumida la actitud del renegado. No s¨®lo porque el mundo en este fin de siglo ofrece escasos alicientes para el conformismo. La cr¨ªtica del comunismo real se asocia entonces al mantenimiento de unos planteamientos de disconformidad radical ante unas situaciones de explotaci¨®n y miseria que se han desplazado, pero no desaparecido. A pesar de su escepticismo final, ¨¦ste me parece haber sido el caso de Manuel Azc¨¢rate, que nos dej¨® hace un a?o, como lo es de Irene Falc¨®n, que acaba de hacerlo en agosto, y de tantos comunistas y ex comunistas ejemplares que siguen ah¨ª, unos escribiendo, como Sim¨®n S¨¢nchez Montero, otros en silencio, como Jos¨¦ Sandoval. Ant¨ªtesis del bur¨®crata estaliniano, el denominador com¨²n es una enorme carga de modestia, que a veces en sus memorias les impide describir el propio papel hist¨®rico de modo suficiente. "Mi vida junto a Pasionaria", subtitulaba su Asalto a los cielos Irene Falc¨®n t¨ªmidamente, como si su personalidad no tuviera suficiente peso. Y como si, llegado el momento de la represi¨®n estaliniana en los a?os cincuenta, para ella, por la relaci¨®n sentimental a?os atr¨¢s con un dirigente checo procesado, Pasionaria hubiera estado en condiciones siquiera de protegerla.
Detr¨¢s de la pintoresca fotograf¨ªa que en 1933 muestra a los revolucionarios de la CNT formando un castellet de hombres desnudos en el patio de la c¨¢rcel Modelo de Barcelona estaba una ideolog¨ªa que pretend¨ªa forjar un hombre nuevo, reconciliado con el trabajo, el sexo libre y la naturaleza. Tambi¨¦n estaban, no lo olvidemos, la pistola obrera de que fueran reyes Durruti y Garc¨ªa Oliver. Detr¨¢s de la estampa de Irene Falc¨®n, convertida en una apestada para sus camaradas, a la que s¨®lo la joven hija de Pasionaria se acerca a saludar durante una ceremonia en el cementerio de Mosc¨², la tragedia del sue?o convertido en gulag, aunque tambi¨¦n la determinaci¨®n de no olvidar que las razones que hicieron surgir el pensamiento revolucionario segu¨ªan y siguen existiendo. Una vez m¨¢s hay que evocar a Gramsci: el pesimismo de la raz¨®n no debe apagar el optimismo, la firmeza, de la voluntad.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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