Los honores del pecado
Mientras Michael Portillo manifiesta, antes de ser cuestionado, su pasado homosexual, George Bush, candidato a presidente de Estados Unidos, confiesa que prob¨® la coca¨ªna de joven. De la misma manera que en el momento de jurar su cargo los pol¨ªticos efect¨²an una declaraci¨®n de sus bienes, como un vertido de su intimidad material, la moda hoy es deponer ante el p¨²blico los males, como un vertido de la intimidad espiritual.Los a?os ochenta fueron a?os est¨¦ticos, pero los a?os noventa han sido de una moda ¨¦tica en la que han florecido las categor¨ªas de probidad, de solidaridad y de trasparencia. Un tr¨ªo incesante frente al incremento de la corrupci¨®n, el ego¨ªsmo y la conspiraci¨®n porque, de hecho, no sobresale m¨¢s un valor que cuando escasea o no se cotiza m¨¢s una virtud que cuando cuesta mucho dar con ella.
En especial, la confesi¨®n de pecados ante la multitud, empleada como nueva estrategia electoral, encierra un fen¨®meno de la ¨¦tica moderna donde se re¨²nen los otros dos. El candidato demanda al ciudadano no s¨®lo ser entendido en su falta, ser asumido con ella y, al cabo, exculpado de su supuesto error, sino que, adem¨¢s, reclama ser preferido cuando llegue el momento de la votaci¨®n. El ciudadano se encuentra as¨ª citado a un esfuerzo doble o suplementario que rebasa a la experiencia hist¨®rica acumulada por los electores. En el pasado se eleg¨ªa a quien, gracias a sus mayores capacidades y virtudes aparentes, mejoraba a sus postulantes. El candidato era, en principio, un ser encimado que podr¨ªa roc¨ªar con su carisma a sus partidarios y los ennoblec¨ªa, quiz¨¢, con su excelencia. Ahora, por el contrario, el candidato comienza rasg¨¢ndose las vestiduras manchadas y con su strip-tease salpica a la muchedumbre de flaquezas.
Se dir¨¢ que hace esto para evitar que lo hagan sus adversarios, pero ?qu¨¦ pensar de esta cobarde prevenci¨®n? Sin recibir todav¨ªa ning¨²n castigo, s¨®lo ante la eventualidad de ser acosado, el candidato se expone como un ser temeroso que cede por anticipado. Que se humilla y se rinde ante el riesgo de la transparencia y, por a?adidura, suplica al coraz¨®n de los votantes requiriendo solidaridad. Nunca antes se hab¨ªa sometido la sociedad democr¨¢tica a una t¨¢ctica de chantajes tan trabada y en la esperanza, encima, de obtener una plaza de gobernante. S¨®lo en el supuesto de que los individuos fueran pecadores muy contritos, sujetos cargados de culpabilidad y hombres o mujeres muy conscientes de sus faltas, podr¨ªa explicarse que dieran su apoyo a quien pretende ser de esta manera su ductor. O bien: s¨®lo podr¨¢ recibir respaldo un candidato "pecaminoso" dentro de un medio donde el pecado no desmerezca o incluso haya sufrido el pecado tal desprestigio que en lugar de perjudicar procure cierta ventaja cr¨ªtica en la elecci¨®n.
No se perdonan aqu¨ª los robos o cualquiera de los historiales asesinos o que da?en a los dem¨¢s, pero casi cualquier otra acci¨®n de la identidad puede cotizar en el mercado de la personalidad porque, gracias a estos distintivos concupiscentes, el candidato se encarna. Se encarna mediante la confesi¨®n del pecado carnal, gana cuerpo con la notificaci¨®n del uso de una droga, gana peso y espesura exponiendo su debilidad. S¨®lo de una sociedad que ha empezado a borrar sus referencias fuertes y la nitidez de sus creencias es posible esperar esta tolerencia, entre la relatividad y la abulia. Una sociedad que, al cabo, no es sino el resultado biol¨®gico de su ancianidad. Al comp¨¢s del envejecimiento de la poblaci¨®n occidental, sus reg¨ªmenes democr¨¢ticos se sazonan de una laxa senilidad que todo lo relativiza y pasa de todo.
En pleno periodo ¨¦tico, la ¨¦tica que rebrota en el occidente finisecular no es la de los fundamentos firmes y en¨¦rgicos, sino aqu¨¦lla de aroma civil donde el bien y el mal se cruzan en una danza de blandos trueques y enfrentamientos. En ese mundo, cada vez m¨¢s h¨ªbrido y diverso, se puede ser hoy -con excepciones- esto o lo otro sin consternar a los dem¨¢s: pecadores todos, n¨®madas, guasones, c¨ªnicos, descre¨ªdos, displicentes.
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