Iron¨ªa budista y cine pol¨ªtico abren el programa de Zabaltegi
Con el festival a todo ritmo, los ciclos de homenaje -a Bertrand Tavernier, el que revisa la comedia italiana desde los setenta, el de John Stahl- y sus m¨²ltiples sesiones diarias, le ha llegado tambi¨¦n el turno de despegue a Zabaltegi, esa "zona abierta" que es el espacio donde se dan a conocer las propuestas est¨¦tica o tem¨¢ticamente m¨¢s arriesgadas. La sesi¨®n inaugural del jueves, dedicada a Locos en Alabama, de Antonio Banderas, dio paso ayer a la proyecci¨®n de algunas pel¨ªculas de curiosa factura u origen entre las que destacaron dos: La copa, de Khytentse Noribu, primer filme de But¨¢n que haya visto jam¨¢s este cronista, y Marana simhasanam (El trono de la muerte), del indio Murali Nair, reciente ganador de la prestigiosa C¨¢mara de Oro con que el Festival de Cannes premia a la mejor ¨®pera prima del certamen. La copa, que el espectador espa?ol podr¨¢ ver puesto que tiene distribuci¨®n comercial, es un filme entre entra?able y minimalista, ¨ªntegramente ambientado en un monasterio budista de la India, aunque regido por tibetanos en el exilio. El filme tiene dos claras vertientes: una, la puramente anecd¨®tica, proporciona al espectador los mejores momentos de solaz, al hacer que la rutina del monasterio se vea interrumpida por los deseos de algunos j¨®venes novicios de ver por televisi¨®n nada menos que el Mundial de f¨²tbol de Francia 98 y las portentosas piruetas de Zidane.
Moda
La otra incluye algunas ense?anzas morales, al tiempo que se permite abundantes recordatorios sobre la situaci¨®n pol¨ªtica en el T¨ªbet ocupado por China. Jeremy Thomas, habitual compinche de Bernardo Bertolucci y responsable de aquel engendro llamado El peque?o Buda, aparece como productor del filme, cuya raz¨®n de ser tiene m¨¢s que ver con la moda del budismo entre ciertos prohombres del Hollywood que con los (escasos) valores art¨ªsticos que el filme muestra.
Muy diferentes son los valores de El trono de la muerte, magn¨ªfico ejemplo de pel¨ªcula pol¨ªtica hecha con cuatro cuartos, un amplio dominio de la narraci¨®n y una claridad de discurso encomiable. La absurda peripecia de un campesino pobre de solemnidad, falsamente acusado de un asesinato; la manipulaci¨®n a que someten a su mujer, y las intrigas pol¨ªticas que se tejen alrededor de su ejecuci¨®n, revestida de excepcionalidad por el m¨¦todo elegido, la silla el¨¦ctrica del ir¨®nico t¨ªtulo que se presenta como sin¨®nimo de modernidad, dan pie para que el debutante Nair borde un brillante ejercicio cr¨ªtico. En apenas una hora y con un lenguaje seco, un tono corrosivo y un tempo narrativo siempre controlado, el director propone el primer t¨ªtulo estrictamente pol¨ªtico de una programaci¨®n, la de este a?o, que abundar¨¢ en propuestas similares.
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