Olor a podrido
He aqu¨ª un buen director, fuerte, duro. No tendr¨ªa por qu¨¦ demostrarlo tan excesivamente. Esta corta pieza de Augusto Strindberg, una de sus v¨ªsperas de San Juan utilizadas como s¨ªmbolo de lujuria, amor y enga?os, es de una gran sutileza de lenguaje.Se trenza -y la traducci¨®n es aceptable- el juego de las seducciones, del miedo, de las pasiones inciertas, de las v¨ªctimas, que, finalmente, son todos. Sus continuas variaciones sobre el matrimonio. La culpable de este drama es una mujer, la que hace que todo "huela a podrido" -la dice uno de los que la aman-: traiciona al marido, va a devorar un amante.
Hay otra peque?a mujer lujuriosa, que en el original es incitante: casi una ni?a. En esta escena es mayor, y la incitaci¨®n se convierte en hechos: m¨¢s se?alados por el director -las coronas de flores, los chafarrinones de rojo en los labios, los pantalones desabrochados...- que por lo que se dice.
Jugar con fuego
De Augusto Strindberg. Int¨¦rpretes: Marcelo Alonso, Juan Francisco Melo, Alejandra Guerzoni, Sonia Mena, Jessica Vera, Eduardo Barril. Iluminador y jfe t¨¦cnico: Guillermo Ganga. Escenograf¨ªa y vestuario: Bente Lykke Moller. Direcci¨®n: Staffan Valdemar Holm. Compa?¨ªa del Teatro Nacional Chileno. Teatro de La Abad¨ªa.
La tercera mujer es madre de la protagonista casada, que intuye todos los dramas en torno, que ve a su marido traicionar, que posiblemente interviene m¨¢s en el desarrollo de lo que parece.
La culpable
Siempre est¨¢ claro en Strindberg: la culpable es la mujer. Hay quien supone que contra Ibsen, que con Nora incit¨® a su liberaci¨®n. Esta buena direcci¨®n deja la duda aun respetando gran parte del texto. Incluso parece que ella es la v¨ªctima de su propio amor: de un marido que enga?a, de un enamorado timorato y dudoso, quiz¨¢ de un amor homosexual entre el marido y el que no llega nunca a ser amante.
Su soledad, su crucifixi¨®n, da fin a la obra: ca¨ªda en el suelo tras su ¨²ltimo desenga?o, coronada, va avanzando entre ca¨ªdas, sostenidas por el marido indeseable, hacia su inmovilidad definitiva. No veo ah¨ª el esp¨ªritu de la obra.
Ni en su dureza de movimientos. Gritos, ca¨ªdas, desmelenamientos, toques sexuales, ojos de espanto. El drama se hace melodrama. Moderno, pero melodrama. Tiene muy buenos actores: tan buenos que pueden hacer todos estos movimientos bruscos y antinaturales, despegados del texto, con soltura y capacidad; y, adem¨¢s, hacer inteligible el original, recordar todo el tiempo a Strindberg.
El p¨²blico del estreno premi¨® el trabajo realizado, la labor extenuante que en hora y cuarto agota a sus int¨¦rpretes. Y a veces a los espectadores. No importa: extenuarse viendo y oyendo teatro es siempre interesante.
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