Sombras electorales
A PESAR de que el vicepresidente econ¨®mico, Rodrigo Rato, insisti¨® en que los Presupuestos del Estado para el a?o 2000 son restrictivos -quiz¨¢ porque exponen el objetivo de bajar el d¨¦ficit p¨²blico del 1,4% del PIB este a?o hasta el 0,8%-, lo cierto es que las cuentas p¨²blicas para el ejercicio que viene son expansivas; y lo son con pocos disimulos. Hay indicios s¨®lidos que lo demuestran. Baste como ejemplo el que los gastos del Estado aumentan el 4,7%, por encima de la inflaci¨®n prevista (2%) y de la optimista previsi¨®n de crecimiento econ¨®mico (3,7%). La coherencia interna de este presupuesto sale da?ada por el deseo de hacer compatible la reducci¨®n del d¨¦ficit con el aumento del gasto, tentaci¨®n casi insuperable en a?os electorales. S¨®lo un crecimiento sostenido de los ingresos (6,2%), propio de una coyuntura con gran expansi¨®n de la demanda, puede, tal vez, hacer cuadrar este c¨ªrculo de imposible cumplimiento en tiempos de menor bonanza.La pol¨ªtica presupuestaria del a?o 2000 aparece lastrada por unas previsiones dif¨ªciles de mantener durante todo el ejercicio en el crecimiento de la econom¨ªa. La prudencia aconsejaba no apostar por una tasa tan elevada de crecimiento del PIB, porque si bien es cierto que hay factores que permiten esperar una recuperaci¨®n en Europa, otros, como las previsiones de endurecimiento de la pol¨ªtica monetaria o la disminuci¨®n del dinero que obtendr¨¢n los consumidores por la v¨ªa del descenso de impuestos -cerca de 200.000 millones, frente a los 700.000 millones derivados del recorte de las retenciones este a?o-, provocan interrogantes sobre la potencia real del consumo y la inversi¨®n.
La asignaci¨®n de recursos revela que el Ministerio de Econom¨ªa ha cedido a las presiones del entorno pol¨ªtico -el tradicional sindicato del gasto- para construir un presupuesto electoral, pensado para desbordar sin verg¨¹enza cualquier propuesta de la oposici¨®n. Las prioridades presupuestarias as¨ª lo indican: el gasto en pensiones sube el 5,5%; el sanitario, el 8%; el gasto para educaci¨®n, el 9,8%; las pol¨ªticas activas de empleo, el 16,6%. Todo ello aderezado con un desorbitado aumento del 19% de los gastos fiscales (deducciones, subvenciones) y con reducciones en las cotizaciones. Las cuentas del 2000 olvidan la pol¨ªtica de rigor en favor de una pol¨ªtica circunstancial de gasto electoral. Quiz¨¢ el ¨²nico beneficio real que se obtenga de estas cuentas mal hilvanadas sea un aumento de la inversi¨®n en infraestructuras (7,7% el a?o pr¨®ximo), aunque en porcentaje sobre el PIB sigue muy lejos del 5% en el que se situ¨® en el pasado. Como dice Rato, "el Presupuesto vuelve a ser un instrumento de pol¨ªtica econ¨®mica", aunque no es la del Plan de Estabilidad ni la que defend¨ªa el equipo econ¨®mico de Aznar el a?o pasado. Si alg¨²n efecto probable va a tener este Presupuesto es recalentar la econom¨ªa y echar le?a al fuego de la inflaci¨®n.
Suele ser poco recomendable jugar al mismo tiempo con las barajas de la estabilidad y del aumento del gasto p¨²blico mientras se apuesta en la partida con la hipot¨¦tica generaci¨®n de riqueza que producir¨¢ una tasa de crecimiento dudosa. Es factible que esta incoherencia acabe por romper las costuras del d¨¦ficit. Para evitar estas incongruencias, la sociedad deber¨ªa debatir en profundidad cu¨¢l debe ser el destino de los excedentes generados por el crecimiento econ¨®mico, si los hay, en lugar de fiar su atribuci¨®n a impulsos electorales. Quiz¨¢ hubiera razones poderosas para destinarlos a reducir el endeudamiento, por ejemplo. ?ste debe ser el debate que marque la vertebraci¨®n de la pol¨ªtica del gasto, que hoy no existe; y el Parlamento, el lugar adecuado para plantearlo. Aunque en ¨¦l los papeles aparezcan cambiados.
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