La amenaza
Cuando una cuesti¨®n es grave, las palabras cuentan. Y m¨¢s a¨²n si existe un pasado con cientos de muertos -de cr¨ªmenes pol¨ªticos- por medio. ?se es en realidad el "contencioso vasco". Una minor¨ªa activa opt¨® hace d¨¦cadas por el terrorismo, en el marco de una dictadura, y no est¨¢ dispuesta a que el libre juego de las instituciones en democracia sea lo que refrende o niegue sus aspiraciones. La llamada "tregua", es decir, la suspensi¨®n al estilo Damocles del terror, ha servido para que su "ilusi¨®n" sea compartida hasta cierto punto por los partidos nacionalistas democr¨¢ticos. Nada que ver con lo que piensa la mayor¨ªa de la sociedad vasca, pero ¨¦sta quiere sin duda, casi con desesperaci¨®n, que el terror no vuelva, que la llamada "paz", siempre en el campo de juego dise?ado por los violentos, resulte definitiva. Y para conseguir una inversi¨®n en las opciones pol¨ªticas tanto nacionalistas violentos como moderados juegan con esa amenaza invirtiendo las responsabilidades. Aplacar a ETA es paz; oponerse, sabotaje.En el callej¨®n sin salida en que se encuentran las iniciativas procedentes del pacto de Lizarra, con la impresentable Asamblea de Electos como ¨²nico logro positivo, el clavo ardiendo para lograr lo que el propio Arzalluz califica de sacar la situaci¨®n "del atolladero" consiste en crear de cara a la opini¨®n un mar de anfibolog¨ªas. El art¨ªculo del lehendakari Ibarretxe dio el primer paso, pronto seguido por los voceros del PNV -EH tuvo al menos la virtud de sostener sus posiciones- y de los amigos que les acompa?an desde los d¨ªas de Ermua. A juicio de ¨¦stos, no hay que tomar en serio las palabras que sobre el proyecto pol¨ªtico vasco emiten los de Lizarra, menos preocuparse por que ETA no vaya a pronunciar las palabras decisivas de fin del terror -"los hechos en pro de la paz", escriben Herrero y Lluch, "son cien veces m¨¢s elocuentes que las palabras"-; ahora bien, mirando a la vertiente opuesta s¨ª es preciso atreverse "a escribir palabras nuevas". Hacia un lado, Lizarra, nada debe ser tomado en cuenta y los mayores dislates, por ejemplo en relaci¨®n al Pa¨ªs Vasco franc¨¦s, se resuelven trivializando lo que los abertzales dicen y piensan. En direcci¨®n de los constitucionalistas, el tono es admonitorio, recomendando salir del inmovilismo y recuperar ahora la soluci¨®n del supuesto conflicto entre Espa?a y Euskal Herria. La piedra filosofal consiste en reproducir la famosa ley paccionada de Navarra, modelo para Lluch y Herrero. Ley que, por cierto, nunca existi¨®.
No es extra?o que en la l¨ªnea del art¨ªculo conmemorativo firmado por Ibarretxe la aparente imparcialidad quiebre: lo de hoy, dicen, la democracia dentro del estatuto, no puede seguir, y tampoco "tiene que abocar a la independencia de Euskal Herria". Es preciso abrir las puertas a la indeterminaci¨®n exigida por los nacionalistas. El "pueblo vasco" -?cu¨¢l: el de la CAV, el vasco-navarro, el vasco-franc¨¦s incluido?- debe tener "la ¨²ltima decisi¨®n pol¨ªtica". No se aceptar¨¢, advierte Ibarretxe, tutela de nadie. En suma, el discurso del lehendakari, l¨®gico si pensamos en que ve en EH "una aportaci¨®n" y un ¨¢ngel de paz, enlaza con el sujeto difuso de Lizarra, cuyo ¨²nico rasgo definido consiste en situarse al margen del orden constitucional espa?ol. Herrero y Lluch suscriben a ciegas la ambig¨¹edad, pero curiosamente para proponer que todo tiene encaje desde y en la Constituci¨®n. La conclusi¨®n es que ambos se han equivocado de destinatario, pues de nada sirve enumerar reformas si el problema real planteado por Lizarra es que ese "pueblo vasco" decida al margen de la Constituci¨®n. No son los inmovilistas los que tienen que cambiar, sino el frente de Lizarra, para el cual toda estrategia de "construcci¨®n nacional" y de "paz" consiste en rechazar 1978 y buscar la situaci¨®n m¨ªtica de 1839.
Por eso el aparente lenitivo pactista, apoyado en los famosos "derechos hist¨®ricos" de ra¨ªz sabiniana, arranca de dar por bueno que existe una colectividad vasca, de perfiles definidos a voluntad por el nacionalismo, que pacta con Espa?a. Suponer que desde semejante artilugio, con ETA manteniendo las espadas en alto, pueda resolverse el "contencioso" -la coacci¨®n pol¨ªtica asociada con el terror- resulta poco convincente.
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