De Bariloche a Jalisco, Espa?a y Am¨¦rica
La identidad es un laberinto apasionante. Por identidad se mata -como dice Amin Maalouf-, se rechaza la otredad, se afirma lo propio, sin saber muy bien qu¨¦ es lo que lo diferencia ni lo que lo hace pr¨®ximo. La identidad puede encerrarnos en lo local ceg¨¢ndonos a la diferencia o proyectarnos a lo universal. (Nada m¨¢s universal que nuestro Don Quijote, sin haber salido de La Mancha). La afirmaci¨®n de la identidad puede ser excluyente o incluyente, conducir a la intolerancia o al di¨¢logo con el diferente.Mi descubrimiento de Am¨¦rica ha sido mi identidad, al menos una parte decisiva de ella que me permite aprehender a Espa?a. Me siento espa?ol en este continente, cargado, hasta Canad¨¢, de toponimias espa?olas, de apellidos de todos los rincones de nuestra geograf¨ªa.
En la celebraci¨®n del centenario de la Sociedad General de Autores de Espa?a trat¨¦ de explicar c¨®mo hab¨ªa llegado a ese laberinto identitario. Si hablo, les dije, con un amigo alem¨¢n, siento la diferencia entre el espa?ol que soy y el alem¨¢n. Si ambos hablamos con un japon¨¦s, me siento como europeo, conversando con alguien diferente. Pero si el interlocutor de ambos es latinoamericano, mi identidad m¨¢s pr¨®xima est¨¢ con ¨¦l. No siento que dos europeos hablan con un latinoamericano, sino que dos hispanos hablan con un alem¨¢n. No lo pienso, como lo estoy haciendo ahora, lo siento. Es algo prerreflexivo, como casi todo lo que se refiere a la identidad.
Es la lengua, me dicen algunos. Es verdad y es mentira, pienso en mi fuero interno. La lengua aproxima y distancia, porque es m¨¢s instrumento que identidad. Puede hacernos sensibles a la identidad del otro, pero tambi¨¦n distanciarnos si la confundimos con la nuestra. Aproxima si se es sensible a las diferencias. Distancia si no se tienen en cuenta. No hablo s¨®lo de espa?oles y latinoamericanos, porque tambi¨¦n ocurre con los chilenos en relaci¨®n con los peruanos, con los mexicanos y los argentinos, y as¨ª sucesivamente.
Desde Bariloche a Jalisco he tocado muchos rincones de la geograf¨ªa humana de las Am¨¦ricas. Al presidente Sanguinetti, cuando propon¨ªa en el C¨ªrculo de Montevideo que discuti¨¦ramos de los Caminos de Am¨¦rica Latina, le suger¨ªa que pusi¨¦ramos en plural no s¨®lo caminos, sino Am¨¦rica Latina, porque las diferencias entre distintos pueblos del continente pueden ser grandes, cuando de identidad se trata.
La patria no es la lengua, aunque a nuestros trasterrados les resultara vital para integrarse en este continente, o aunque los nacionalismos de v¨ªa estrecha nos lo quieran hacer creer. Por cierto, que en tierras mexicanas he encontrado a viejos exiliados que se van agotando en estos pagos que los acogieron, pero que plantaron hijos y nietos que se me acercan para hablarme de sus ra¨ªces con orgullo y con afecto. Ninguno cree que hablar de ellos sea como hablar de los vikingos, como afirman despectivamente los dirigentes del PP, a prop¨®sito del debate sobre el exilio, el golpe de Estado y la guerra incivil que padecimos. ?Est¨¢ tan pr¨®xima la tragedia que los trajo aqu¨ª...! ?Por qu¨¦ los ofenden, sin comprender siquiera la otredad de los que perdieron la contienda, tan espa?oles y tan actuales como ellos, como sus padres y sus abuelos?
Este largo exordio sobre los problemas de la identidad es el fundamento de lo que me preocupa en nuestra relaci¨®n con Iberoam¨¦rica.
Acabo de o¨ªr, en San Francisco, la resoluci¨®n sobre la extradici¨®n a Espa?a de Pinochet, cuyo golpe de Estado es tan condenable como el de Franco. En el a?o 73, cuando se produjo; en el 77, cuando visit¨¦ Chile para sacar de la c¨¢rcel a algunos presos pol¨ªticos, que fueron despu¨¦s amigos; en el 99, cuando se juzga a Pinochet, mi posici¨®n ha sido la misma: estoy con las v¨ªctimas, sin justificar a los victimarios; con los que creen en la democracia, frente a los violentos redentores. Nada que ver con los que justifican o explican el comportamiento de los golpistas. A pesar de eso, he mantenido que Pinochet debe ser juzgado por los tribunales de su propio pa¨ªs, hoy democr¨¢tico, o por un Tribunal Penal Internacional, con las garant¨ªas que los dictadores no dan a sus v¨ªctimas, pero que nosotros no tenemos "derecho" a ser los juzgadores. Hoy, ante la resoluci¨®n de la justicia brit¨¢nica, desear¨ªa no tener raz¨®n, que los acontecimientos por venir se la den completa a jueces y responsables pol¨ªticos de mi pa¨ªs.
Mi respeto sigue siendo, sin embargo, para los que creo que ten¨ªan y tienen toda la raz¨®n al reclamar justicia: las v¨ªctimas. A ellos, espec¨ªficamente a ellos, quiero pedirles excusas por si alguna vez no han entendido mis palabras. En otra dimensi¨®n del problema, me atengo a la solidaridad de siempre con los dem¨®cratas chilenos, que me parecen los ¨²nicos int¨¦rpretes leg¨ªtimos para definir lo que sea el destino de su democracia. Si me equivoco, prefiero hacerlo con ellos, para no perder la sensibilidad a la identidad del otro. ?Alguien est¨¢ midiendo las consecuencias de lo que digo? De nuevo el problema de la identidad emerge para confundirnos. Hacemos con Chile lo que no osamos hacer con nosotros mismos. ?Por qu¨¦?
En los ¨²ltimos tres a?os he viajado m¨¢s de 40 veces al continente americano. La salida del Gobierno me ha permitido intensificar las visitas a Iberoam¨¦rica, que ven¨ªa manteniendo, con inter¨¦s creciente, durante m¨¢s de un cuarto de siglo. Me empe?o en un di¨¢logo hispanoamericano que incluya a lo que va del R¨ªo Grande a la Patagonia, pasando por el Caribe y por los hispanos de EEUU. No me resigno a lo que se presenta como inevitable: el di¨¢logo euro-d¨®lar. En ese tri¨¢ngulo hay algo m¨¢s, mucho m¨¢s que lo monetario, y nosotros tenemos la obligaci¨®n de ponerlo en valor.
Durante la gesti¨®n de mi Gobierno, quer¨ªa que nuestra relaci¨®n con el continente pasara de la ret¨®rica de tantas d¨¦cadas, casi siempre vac¨ªa de contenido, a los compromisos reales con esa otra dimensi¨®n de nuestra identidad que es Am¨¦rica. Ahora que nuestros compromisos son fuertes, que nuestra presencia afecta a las terminales sensibles de la vida cotidiana de millones de ciudadanos latinoamericanos, echo de menos la capacidad de entender y asumir las diferencias. Un poco de ret¨®rica machadiana.
Me gustar¨ªa que nuestra relaci¨®n de intereses fuera acompa?ada no s¨®lo del mutuo beneficio material, sino de una interacci¨®n cultural, en el sentido m¨¢s profundo de la palabra. Un di¨¢logo con el "logos" imprescindible para comprender la otredad de este mundo tan pr¨®ximo y tan lejano a nosotros. Si no lo hacemos, los intereses, en esta "civilizaci¨®n del mercado", pueden separarnos en lugar de acercarnos, y la lengua, como territorio virtual de lo co-
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m¨²n, puede convertirse en instrumento que hiere, que distancia.
La Espa?a democr¨¢tica y moderna, que pas¨® en 20 a?os de ser un pa¨ªs "emergente" a ser considerado como "central", del autoritarismo a la democracia, ha sido acogida con gran esperanza por los dem¨®cratas de Am¨¦rica Latina. Nuestras empresas no deben olvidar que ¨¦sa ha sido la imagen de marca que facilit¨® nuestra presencia real de intereses.
"Si ha sido posible en Espa?a, que s¨®lo sab¨ªa mandarnos trasterrados pol¨ªticos o econ¨®micos, tiene que ser posible aqu¨ª", he o¨ªdo en todas partes. Pero les debemos tanto hist¨®ricamente que tienen derecho a esperar que lleguemos como lo que somos, no como aguerridos ejecutivos de Wall Street, porque para ese viaje tienen alforjas mucho m¨¢s pr¨®ximas y apropiadas.
Pero, adem¨¢s, ante los desaf¨ªos de la globalizaci¨®n, ?hay tanta distancia entre nuestros pesares y los suyos, vale decir entre nuestras carencias y las suyas? Creo que estamos m¨¢s cerca de lo que imaginamos en Espa?a, en cuanto a riesgos y a oportunidades. Y si en el fondo no fuera as¨ª, estar¨ªamos perdiendo el tiempo con inversiones de tanto fuste y tan vigiladas desde el Norte.
Nuestro futuro como espa?oles en Europa pasa, sin que sea un capricho de la geograf¨ªa, por Iberoam¨¦rica, por nuestra capacidad de interacci¨®n con esta parte de nuestra identidad que no debemos confundir con nosotros. Cualquier fracaso de Am¨¦rica Latina para enfrentar los retos de la revoluci¨®n tecnol¨®gica, de la econom¨ªa y de las finanzas globales ser¨¢ tambi¨¦n nuestro fracaso.
En Am¨¦rica Latina hay d¨¦ficit educativos, cuando es frecuente o¨ªr hablar de la sociedad del conocimiento. Hoy son mayores que en Espa?a, sin duda. Hay carencias de infraestructuras (capital f¨ªsico), claves en los sistemas comunicacionales de la globalizaci¨®n, tambi¨¦n mayores que en nuestro pa¨ªs. A ello podemos a?adir diferencias de rentas, de sistemas sanitarios, etc¨¦tera. Sin embargo, cuando se recorren las tierras de Am¨¦rica, es f¨¢cil comprender que sus ¨¦lites son semejantes a las nuestras, cuando no superiores, en letras, artes, ciencia, pol¨ªtica, econom¨ªa.
Me preocupa m¨¢s el grado de evoluci¨®n en la configuraci¨®n institucional de un Estado moderno. En particular, en un momento hist¨®rico de crisis del Estado-naci¨®n como consecuencia del fen¨®meno de la globalizaci¨®n. Se tratar¨ªa de resolver una crisis de adaptaci¨®n antes de haber llegado a la plenitud de la conformaci¨®n del propio Estado. Pero a los espa?oles no nos resulta ajeno este problema. Nuestras ventajas relativas se convierten en desventajas inapelables cuando nos perdemos en tensiones nacionalistas que incuban miniproyectos de Estados-naci¨®n, con los vicios del viejo Estado-naci¨®n, homogeneizador y excluyente.
Pero, sobre todo, compartimos una carencia que puede resultar decisiva ante los desaf¨ªos de la nueva era. Esta s¨ª, de la parte com¨²n de la identidad. Ni aceptamos el ¨¦xito ajeno, ni perdonamos el fracaso. En el fondo nos falta esp¨ªritu emprendedor. Por eso no tenemos ni capital riesgo, ni emprendedores de riesgo. Mientras sigamos prefiriendo para nuestros hijos e hijas el sueldo seguro del funcionario p¨²blico, o del empleado de una gran empresa establecida, no estaremos en el estado de ¨¢nimo que est¨¢ exigiendo la nueva era que emerge del fen¨®meno de la globalizaci¨®n. Y si esto es as¨ª, ser¨ªa rid¨ªculo esperar algo distinto de nuestros sistemas educativos, que transmiten conocimiento pero no cambian las actitudes de fondo.
S¨®lo salvamos de la quema a los creadores culturales exitosos, porque a los que tienen dificultades tambi¨¦n los metemos en la sima de los fracasados.
Y no estoy hablando de fomentar el individualismo mercenario competitivo, sino de premiar el esp¨ªritu emprendedor (capaz de crear, innovar, producir), a?adiendo valor y, esencialmente, solidaridad en todos los campos: social, pol¨ªtico, cultural, empresarial.
Es nuestro espacio de acci¨®n com¨²n con Am¨¦rica Latina, que podemos desarrollar con el instrumento de la lengua, pero que exige di¨¢logo para comprender al otro, que nos es pr¨®ximo pero diferente.
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