El ¨²ltimo duelo entre pol¨ªticos de la transici¨®n
Han rivalizado como gestores p¨²blicos, pero sus trayectorias apenas se hab¨ªan cruzado hasta ahora, ni siquiera en las urnas
La an¨¦cdota tiene ya algunos a?os. Fue en la inauguraci¨®n de una exposici¨®n de dise?o en la Lonja. Pujol estaba departiendo con un grupo de invitados. Una se?ora emocionada se acerc¨®: "Perdone president que les interrumpa, pero no pod¨ªa irme sin saludarle, sin decirle lo mucho que nos gusta". Pujol no le dej¨® acabar: "Se?ora, que no soy Robert Redford". Hizo una pausa y se puso pedagogo: "Se lo voy a explicar. La mayor¨ªa de los catalanes son feos, bajos, gorditos y antip¨¢ticos como yo. Mi ¨²nico m¨¦rito ha sido demostrarles que se puede ser feo, bajo, gordito y antip¨¢tico y llegar a ser presidente de la Generalitat. Y esto hace que se reconozcan en mi persona y que se sientan estimulados y agradecidos". A mi lado, una mujer dijo: "Es verdad". Pujol ni se inmut¨®.Pujol, como arquetipo f¨ªsico y psicol¨®gico del catal¨¢n medio: su modo de proyectarse sobre Catalu?a va m¨¢s all¨¢ de lo tel¨²rico -la patria como tierra propia- para alcanzar lo antropol¨®gico. Un tipo con el que los catalanes se identifican. Nacido en Barcelona, sus ra¨ªces est¨¢n en el campo. Su abuelo paterno se hab¨ªa arruinado, a?os antes del nacimiento de Jordi, al quebrar la f¨¢brica de tapones de corcho que ten¨ªa en Darnius. Durante sus dos a?os y medio de c¨¢rcel, la resistencia rotur¨® el pa¨ªs con pintadas con su nombre. Una met¨¢fora de la vinculaci¨®n de Pujol con la tierra catalana. Veinte a?os m¨¢s tarde, las pintadas borradas por las brigadas franquistas y por el paso del tiempo ser¨ªan sustituidas por una omnipresencia del president de la Generalitat por todo el territorio, a costa de muchos fines de semana.
La identificaci¨®n con el catal¨¢n medio y con la tierra: m¨¢s que como una patria, Pujol ha visto siempre el pa¨ªs como una gran familia. Demasiadas veces ha cre¨ªdo que m¨¢s que un gobernante era un padre o un pastor. Pujol se ha sentido siempre ajeno a las grandes sagas barcelonesas, las que han cre¨ªdo tener un poder hegem¨®nico sobre el pa¨ªs sin darse cuenta de que cada vez tienen menos. Pujol siempre se ha considerado un forastero, un extra?o, en la mundanidad barcelonesa. De no ser uno de ellos ha hecho casi una m¨ªstica.
Pasqual Maragall es un producto genuino de la urbanidad barcelonesa de la que acabar¨ªa siendo su imagen pol¨ªtica. Vinculado a la burgues¨ªa de los barrios altos, por familia, por colegio, por amistades pertenece a la fracci¨®n ilustrada, que no es precisamente la m¨¢s abundante. Joan Maragall, el abuelo, poeta nacional catal¨¢n en unos tiempos en que la relaci¨®n entre Catalu?a y Espa?a era menos pragm¨¢tica y mucho m¨¢s dolida, operar¨¢ siempre como un superego sobre la conciencia familiar. Sobre Pasqual Maragall convergieron la sabidur¨ªa de Jordi, su padre, un hombre de una generaci¨®n atrapada por la guerra que durante el franquismo supo salvar las palabras y evitar que se rompieran todos los puentes, y el estilo impregnado de regeneracionismo espa?ol, del Instituto Libre de Ense?anza, a trav¨¦s de su madre, Basi. De la burgues¨ªa ilustrada salieron muchos de los j¨®venes radicales de los sesenta, que amplificaron la resistencia antifranquista. Pasqual Maragall fue uno de ellos. No se dej¨® seducir por la hegemon¨ªa de los comunistas del PSUC en la resistencia catalana. Milit¨® en el Frente Obrero de Catalu?a (FOC), un grupo que algunos dicen que imprim¨ªa car¨¢cter y que trababa fuertes complicidades. Y debe ser verdad porque dos ex FOC, Pasqual Maragall y Miquel Roca, se enfrentaron en una campa?a electoral por la alcald¨ªa de Barcelona sin que aparentemente su amistad saliera da?ada.
En el FOC estaban los Urenda, Rubert de Vent¨®s, Molas, Gonz¨¢lez Casanova, Serra, compa?eros y amigos que han influido decisivamente en Maragall y que al inicio de la transici¨®n crear¨ªan el PSC, por las mismas fechas en que Pujol creaba Converg¨¨ncia Democr¨¤tica y se llevaba a uno de los suyos, a Miquel Roca, con ¨¦l. En vigilias de las elecciones del 77, el PSC se fusionar¨ªa con la federaci¨®n catalana del PSOE. Una encuesta les abri¨® la luz. Si cada cual iba por su cuenta el PSC sacaba en torno al 5% y el PSOE por encima del 20%. Y obraron en consecuencia.
La resistencia y la tradici¨®n ilustrada: Maragall se fue a Estados Unidos. Regres¨® con algunas ideas que todav¨ªa perviven: la necesidad imperativa de que Catalu?a no se pierda en su ensimismamiento y la importancia de dotar a los partidos pol¨ªticos de mayor flexibilidad ideol¨®gica y organizativa. Dos temas de su campa?a.
Las trayectorias juveniles del cat¨®lico Pujol y del progre Maragall son muy distintas. "Por aquellos tiempos", dec¨ªa Maragall, "el antifranquismo se te?¨ªa de rojo y nosotros ¨¦ramos m¨¢s rebeldes que revolucionarios". Por aquellos tiempos Pujol ya sent¨ªa la llamada de Catalu?a -su mujer le convenci¨® de que no se escondiera la noche de mayo de 1960 en que la Brigada Pol¨ªtico Social fue a detenerle, porque si en los momentos dif¨ªciles Catalu?a deb¨ªa pasar por delante de la familia era la hora de demostrarlo- y llevaba muchos a?os en el compromiso militante por la Iglesia cat¨®lica en el grupo Torres y Bages y en Crist Catalunya. Formado en la escuela alemana de Barcelona antes y despu¨¦s de la guerra, Herder y Goethe se encontrar¨ªan con la tradici¨®n cat¨®lica catalana y el personalismo franc¨¦s a la hora de configurar el ideario mental de Pujol. Un ideario propio de un tiempo en que lo personal carec¨ªa de reconocimiento fuera de lo colectivo: la patria en este caso. Jordi Pujol y Marta Ferrusola fueron casados en Montserrat por el abad Escarr¨¦ que, cuatro a?os m¨¢s tarde, envi¨® un telegrama a Franco protestando por "las torturas infligidas a los j¨®venes catalanes" detenidos a ra¨ªz de los hechos del Palau.
La historia quiso que los nombres de Pujol y Maragall se cruzaran por primera vez en un hito fundamental de la biograf¨ªa del president. Era el 20 de mayo de 1960. Franco estaba en Barcelona. En el Palau de la M¨²sica se hab¨ªa organizado un homenaje a Joan Maragall. Un grupo de militantes cant¨® El cant de la senyera, que el gobernador civil hab¨ªa prohibido. Pujol fue condenado en consejo de guerra a siete a?os de c¨¢rcel. Estuvo dos a?os y medio en Torrero, hasta que fue indultado. En este tiempo, la Banca Dorca de la que ¨¦l y su padre hab¨ªan tenido que dimitir se convertir¨ªa en Banca Catalana. A ella volver¨ªa al salir de la c¨¢rcel. A?os m¨¢s tarde, Pujol dir¨ªa: "Si yo hubiese pensado como Pla no habr¨ªa ido a la c¨¢rcel".
Desde el primer momento, la pol¨ªtica para Pujol fue un destino. Su idea de la pol¨ªtica pasa por el liderazgo de los grandes hombres. Son ellos, los predestinados, los que conducen a los pueblos por el camino correcto. S¨®lo ellos saben lo que conviene y lo que no conviene: lo que toca.
El nacionalismo herderiano y el catolicismo a lo P¨¦guy fecundados por Raimon Gal¨ª engendraron su idea de la relaci¨®n de un hombre -Pujol- y un pa¨ªs -Catalu?a-. Cuando en 1975, en Esade present¨® por primera vez su ideario ante un auditorio p¨²blico ya hab¨ªa fundado CDC y ya hab¨ªa iniciado un camino que orillaba la Asamblea de Catalunya, porque Pujol consideraba que, hegemonizada por los comunistas, hac¨ªa una pol¨ªtica condenada a ser marginal, sin perspectivas despu¨¦s de la resistencia.
Para Maragall, sin embargo, la pol¨ªtica fue casi una casualidad, fraguada en las relaciones de amistad en la vieja familia del FOC. Funcionario del Ayuntamiento de Barcelona y autor de una tesis sobre econom¨ªa urbana, era en el PSC uno de los mejores conocedores del municipalismo. Cuando Serra le pidi¨® que le sustituyera al frente de la alcald¨ªa de Barcelona, de aquel hombre con aspecto descuidado y aire despistado que nunca se sab¨ªa en qu¨¦ estar¨ªa pensando, lo que m¨¢s sonaba a la gente era su apellido. En los primeros a?os de gobierno municipal se hab¨ªa dedicado a poner orden a una burocracia heredada del franquismo que ten¨ªa mucho por modernizar.
El camino se hace al andar: no hay en Maragall una vocaci¨®n de partida. Todo pod¨ªa haber sido de otra manera. A medida que iba reconstruyendo Barcelona iba construyendo su propio su estilo.
Pujol ya llevaba dos a?os como presidente de la Generalitat. Hab¨ªa ganado las primeras elecciones -10 de marzo de 1980- ante la perplejidad general, y de los socialistas en particular. Antes del mitin final de campa?a, Felipe Gonz¨¢lez hab¨ªa dicho al periodista Jos¨¦ Mart¨ª G¨®mez que ganaba Pujol. Gonz¨¢lez nunca advirti¨® a Revent¨®s. CDC hab¨ªa quedado cuarta en las elecciones generales de 1977, detr¨¢s del PSC, PSUC y UCD, por este orden. Tres a?os m¨¢s tarde, llegaba en cabeza. La explicaci¨®n que el propio Pujol da de su ¨¦xito revela la idiosincrasia del personaje. En el ambiente superideologizado de la ¨¦poca: con el debate sobre el marxismo en los partidos de izquierda -Gonz¨¢lez tuvo que montar un aut¨¦ntico psicodrama en el PSOE para quitar el marxismo de los estatutos del partido- y una cierta ingenuidad pol¨ªtica generalizada, Pujol cort¨® por la calle de en medio. "San Pancracio, danos salud y trabajo", se titulaba el art¨ªculo que public¨® en La Vanguardia en diciembre del 79. Pujol se colaba por la v¨ªa del pragmatismo anteponiendo los intereses inmediatos de la ciudadan¨ªa a las proclamas ideol¨®gicas, pero al mismo tiempo sentaba las bases de su catalanismo: cat¨®lico en lo moral -la familia ser¨¢ un tema recurrente-, meritocr¨¢tico en lo econ¨®mico -el trabajo redentor- y proteccionista en lo social. Piensa Pujol que la invocaci¨®n a san Pancracio le permiti¨® romper el c¨ªrculo vicioso de la izquierda. La din¨¢mica dura ya veinte a?os.
El alcalde Maragall era un personaje por descubrir. Cuando sucedi¨® a Serra nadie se hubiese imaginado que, cinco a?os m¨¢s tarde, con la nominaci¨®n de los Juegos Ol¨ªmpicos ya conseguida, en vigilias de las elecciones del 87, Maragall podr¨ªa decir: "Hemos ense?ado a la gente a so?ar". Maragall parti¨® de un diagn¨®stico realista de la ciudad de Barcelona: hay que ponerla en el mapa del mundo. Al no ser capital de Estado cuenta con sus estrictas fuerzas para existir. Y hay que hacer muchos aspavientos para que los aviones paren, los empresarios vengan a invertir y los turistas hagan algo m¨¢s que cruzarla camino de la costa.
Atrapar los Juegos Ol¨ªmpicos resolvi¨® muchos de estos problemas de golpe. Si Pujol hurga en las entra?as del pa¨ªs y lanza el memorial de agravios cada vez que quiere dar un paso adelante, Maragall opt¨® por la v¨ªa de la ilusi¨®n y de la profec¨ªa creativa, aunque en algunos momentos corriera altos riesgos. Los Juegos ten¨ªan que conseguirse porque eran necesarios para que Barcelona fuera la ciudad que deb¨ªa ser. Par¨ªs ser¨ªa la misma con Juegos o sin Juegos. Barcelona, no. En la preocupaci¨®n de Maragall por cargar de poder y de razones a Barcelona se produjo el primer gran encontronazo entre Pujol y Maragall: el conflicto por la Corporaci¨®n Metropolitana de Barcelona.
A mediados de los ochenta, Pujol ya hab¨ªa consolidado su prop¨®sito de identificar su persona y su modo de entender el nacionalismo con la Generalitat. Los socialistas le hab¨ªan regalado la oportunidad en bandeja, al negarse a gobernar en coalici¨®n despu¨¦s de las primeras elecciones auton¨®micas. Un error estrat¨¦gico fundamental, s¨®lo explicable por la falta de rodaje de un partido todav¨ªa prisionero de tics de la cultura resistencial. Pujol gan¨® las elecciones de 1984 por mayor¨ªa absoluta e impuso definitivamente su hegemon¨ªa sobre el pa¨ªs. En cuatro a?os, el error de 1980 se hab¨ªa convertido para los socialistas en una pesadilla.
Las elecciones del 84, tuvieron resaca: el caso Banca Catalana. La crisis financiera del banco lleg¨® a los juzgados. Pujol fue imputado, y lo interpret¨® como una maniobra del Gobierno socialista. La exculpaci¨®n lleg¨® despu¨¦s de unos tensos meses en que Pujol moviliz¨® todos los resentimientos nacionales en beneficio propio. Desde entonces tendi¨® a paranoizar cualquier movimiento de los socialistas catalanes. Y en este contexto estall¨® el conflicto de la Corporaci¨®n Metropolitana. Maragall entend¨ªa que por razones de eficacia de gesti¨®n y de poder ante los dem¨¢s era indispensable un sistema de gobierno que coordinara el conjunto de municipios de la aglomeraci¨®n barcelonesa. Pujol, que intu¨ªa ya que Maragall era un peligro para sus intereses, recel¨® siempre de una instituci¨®n que pod¨ªa ser un contrapoder frente a la Generalitat. El 6 de junio de 1984, la Corporaci¨®n present¨® su bandera, en la que figuraba el escudo de Barcelona sobre fondo azul. Pujol consider¨® que era demasiado. Y, seg¨²n relata el periodista Jos¨¦ Antich, aquel d¨ªa decidi¨® suprimirla. Catalu?a s¨®lo tiene una bandera, la senyera. En 1987, Pujol hizo valer su mayor¨ªa absoluta en el Parlament y suprimi¨® la Corporaci¨®n por ley.
Por estas fechas, el proyecto Maragall ya hab¨ªa tomado perfil y empezaba a cundir la idea de las dos Catalu?as. Nacionalismo pujolista contra catalanismo socialista; Catalu?a naci¨®n frente a la Catalu?a ciudad; concepci¨®n religiosa del pa¨ªs frente a concepci¨®n laica y cosmopolita; nacionalismo ling¨¹¨ªstico frente a catalanismo cultural; reivindicaci¨®n permanente de competencias y reconocimientos frente a un federalismo m¨¢s o menos impreciso, los dos principales focos de poder catal¨¢n iban dot¨¢ndose de t¨®picos identificativos que marcaban unas l¨ªneas de separaci¨®n que no siempre se han correspondido ni con la realidad social ni con las complejas personalidades de los dos l¨ªderes destinados a personificar los dos polos de la confrontaci¨®n. Sin embargo, tardar¨ªan 15 a?os en enfrentarse, cara a cara, en unas elecciones. Desde uno y otro lado de la plaza de Sant Jaume se vigilaban con recelo y desconfianza. Su duelo a distancia tuvo su momento m¨¢s tenso en torno a los Juegos Ol¨ªmpicos.
Maragall, con los Juegos, desarbol¨® a todo el mundo. Francisco Fern¨¢ndez Ord¨®?ez me dijo una vez que hab¨ªa estado toda la vida convencido de que si un d¨ªa Espa?a organizaba unos Juegos Ol¨ªmpicos ser¨ªa en Madrid. Esta convicci¨®n era generalizada y permiti¨® a Maragall utilizar el efecto sorpresa y poner a todas las instituciones -de la Generalitat al Gobier-no- ante unos hechos que ya no admit¨ªan marcha atr¨¢s. Pujol vio siempre los Juegos como una amenaza porque, inevitablemente, era un proyecto de Maragall, y se not¨®. Hasta el ¨²ltimo momento, hasta que comprendi¨® que los Juegos ser¨ªan un ¨¦xito y no pod¨ªa dejarlo escapar, Pujol dej¨® sentir su desd¨¦n. Pero sigui¨® alimentando una estrategia de guerrilla en nombre de la catalanidad de los Juegos. Roz¨® el aprendiz de brujo cuando la inauguraci¨®n del estadio. La pitada a los Reyes llevaba las cosas m¨¢s lejos de lo que Pujol quer¨ªa. Pujol siempre ha cultivado las buenas relaciones con el Rey porque entiende que la Corona puede ser el marco de un pacto de Estado entre los pueblos de Espa?a. Para garantizarse una agitaci¨®n controlada, Pujol cre¨® unos grupos de acci¨®n catalanista que llevar¨ªan a cabo la campa?a Freedom for Catalonia. Jordi Pujol Ferrusola y Marc Prenafeta eran los enlaces con presidencia, que aseguraba su financiaci¨®n. La colaboraci¨®n institucional en torno a los Juegos, que no s¨®lo guard¨® las formas sino que lleg¨® a ser muy eficiente en el momento de la verdad, en julio de 1992, tuvo siempre un trasfondo de recelo y desconfianza que lleg¨® hasta la misma ceremonia ol¨ªmpica. Maragall dir¨ªa en 1989: "Pujol pone las cosas muy dif¨ªciles para una relaci¨®n constructiva con el alcalde de Barcelona. Y esto suceder¨ªa as¨ª aunque el alcalde no fuera socialista, sino de cualquier otro partido". El gui¨®n de Pujol, su manera de entender Catalu?a, lo exige. En cierto modo, Barcelona ha sido el l¨ªmite de Pujol.
Despu¨¦s de los Juegos, Pasqual Maragall y Jordi Pujol empezaron a rivalizar en Europa. Pujol ya no reinaba s¨®lo en Catalu?a; la escena pol¨ªtica reconoc¨ªa a otra figura de relieve. Y, sin embargo, sorprende la dificultad de Maragall para transformar pol¨ªticamente su ¨¦xito en la gesti¨®n de Barcelona. Un dirigente nacionalista, Joan Miquel Nadal, alcalde de Tarragona, lo explicaba as¨ª a EL PA?S en 1991: "Lo que a¨²n no entiendo y creo que nunca entender¨¦ es que Maragall no arrasara en las elecciones municipales. Lo que ha hecho Maragall en Barcelona es absolutamente incre¨ªble: ha transformado la ciudad de punta a cabo. Que eso no le diese la mayor¨ªa absoluta no tiene explicaci¨®n pol¨ªtica ni siquiera humana. S¨®lo puede tener una explicaci¨®n divina". Lo mismo pas¨® en las primeras elecciones posol¨ªmpicas, las ¨²ltimas en las que se present¨®. Algunos soci¨®logos lo leen desde otra perspectiva: lo que es un milagro es que Maragall gobernara en la Barcelona burguesa y conservadora.
Desde que Maragall dej¨® el Ayuntamiento de Barcelona, dos a?os despu¨¦s de ganar a su amigo Miquel Roca Junyent, Pujol no dej¨® de vigilarle por el retrovisor. Pujol hab¨ªa completado durante este tiempo la liquidaci¨®n de todas las generaciones intermedias de Converg¨¨ncia. La derrota de Roca preparaba la ¨²ltima jubilaci¨®n. Entre Pujol y la generaci¨®n de Artur M¨¢s ya no quedaba nadie, como si se tratara de conseguir que no hubiera ning¨²n aspirante con prisas.
La hegemon¨ªa del pujolismo sobre Catalu?a se hab¨ªa ido desideologizando. El nacionalismo tampoco resiste a los signos de los tiempos. Converg¨¨ncia i Uni¨® se hab¨ªa consolidado como una Catalu?a dentro de Catalu?a: una s¨®lida trama de intereses reforzada por un hecho ins¨®lito: haber creado desde 1980 una Administraci¨®n pr¨¢cticamente de nueva planta. La Generalitat estaba por hacer. Uno de los regalos que llevaba incorporada la renuncia de los socialistas a gobernar con Pujol era ¨¦ste: la posibilidad de construir una Administraci¨®n catalana a su imagen y semejanza. Y as¨ª lo hizo. Un factor inestimable para la consolidaci¨®n de las sumisiones y las lealtades. Frente al universo convergente, Maragall aparec¨ªa como el favorito del mundo de la intelectualidad y la cultura. Una imagen elitista de la que no siempre ha sabido desprenderse.
Maragall dej¨® la alcald¨ªa a medio mandato en una discutida decisi¨®n. Unos valoraron la capacidad de renunciar al poder, cosa absolutamente ins¨®lita en la pol¨ªtica actual, en que el objetivo principal es mantenerse. Otros le acusaron de no cumplir sus compromisos, de enga?ar a los ciudadanos que le dieron su confianza. Maragall tom¨® distancia. En pol¨ªtica, un l¨ªder da paso a otro l¨ªder y la gente olvida r¨¢pidamente. Maragall, desde Roma, soslay¨® este riesgo con un juego de se?ales intermitentes: breves apariciones que le manten¨ªan presente. En este tiempo, el debate de la ley del catal¨¢n demostr¨® que los tab¨²es de Catalu?a pod¨ªan pasar por el cedazo de la cr¨ªtica sin riesgo alguno. Se hab¨ªa dicho que propiciar un debate sobre el catal¨¢n y el castellano era prender una mecha explosiva. Hubo debate y no hubo explosi¨®n alguna. M¨¢s bien lo contrario.
Maragall decide presentarse porque entiende que hay s¨ªntomas de que Catalu?a quiere el cambio. Pujol se ve ante lo que m¨¢s aterroriza a un pol¨ªtico: el riesgo de no irse por decisi¨®n propia sino porque le echen. Y, sin embargo, Pujol opta por tentar a la suerte. Veinte a?os en pol¨ªtica son una eternidad. Pero Pujol se apresta al desaf¨ªo. Es muy dif¨ªcil retirarse a tiempo, y m¨¢s cuando hay todo un sistema de intereses pendiente de la suerte de uno.
En la inauguraci¨®n del Liceo cogi¨® del brazo a un intelectual catal¨¢n y le dijo: "Lo de la pasi¨®n por Catalu?a, es cierto". Gane o pierda, esta confidencia tiene car¨¢cter testamentario. La pasi¨®n por Catalu?a ha sido el argumento de una comedia del poder protagonizada por un personaje que ha juntado durante dos d¨¦cadas un discurso superideologizado con el pragmatismo m¨¢s radical y el clientelismo m¨¢s efectivo. Un personaje que puso todo su empe?o en identificarse con Catalu?a y que encontr¨® para ello la ingenua colaboraci¨®n de casi todos sus adversarios.
Pujol y Maragall, desde una misma actitud de partida frente a la dictadura, han evolucionado paralelamente, con pocos pero casi siempre conflictivos encuentros, para terminar frente a frente en uno de los ¨²ltimos episodios protagonizados todav¨ªa por la generaci¨®n de la transici¨®n. El l¨ªder predestinado frente al economista progre que lider¨® la gran transformaci¨®n de Barcelona. Probablemente, en voluntad de poder Pujol lleva ventaja. Pero Catalu?a, por fin, tiene una oportunidad real de escoger.
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