Bella sinfon¨ªa londinense de Winterbottom
Un homenaje a Jaime Ch¨¢varri permite ver la gran estatura art¨ªstica del cineasta espa?ol
El libro Vivir rodando, de Rosa ?lvarez y Antol¨ªn Romero, el rescate de sus 12 largometrajes y un encuentro celebrado ayer cara al p¨²blico permiten ver por primera vez la obra de Jaime Ch¨¢varri como conjunto y como escalada de uno de nuestros m¨¢s solventes, libres y refinados cineastas a la estancia de los indiscutibles, de los grandes de nuestro cine. Cerr¨® el concurso una obra maestra, Wonderland, bell¨ªsima sinfon¨ªa visual sobre el paisaje urbano de Londres dirigida por Michael Winterbottom. Esta maravilla lleg¨® precedida por el excelente filme turco Viaje hacia el sol.
Wonderland -como otro filme magistral proyectado hace unos d¨ªas, The straight story, dirigida por David Lynch- tiene algo de llamada al orden. Winterbottom es un cineasta joven, pero no un novato. Es f¨¦rtil y, como profesional formado en la televisi¨®n, rueda r¨¢pidamente una pel¨ªcula tras otra. Pero su forma de filmar, directa y eficaz, suele estar desequilibrada por una sobrecarga de tentaci¨®n de autor¨ªa, que con frecuencia inclina sus pel¨ªculas hacia amaneramientos propios de una obsesi¨®n por la distinci¨®n. Es ¨¦ste un mal de proporciones epid¨¦micas en el cine actual, que lo da?a gravemente: la petulancia del mito del director-autor, que brota de detr¨¢s de las im¨¢genes de directores comunes y corrientes, buenos profesionales, pero que carecen de una visi¨®n propia del mundo y, para dar la impresi¨®n contraria, la fingen.Y ah¨ª es donde Wonderland, como The straight story, se convierten en saludables, incluso imprescindibles, llamadas al orden, porque tanto Winterbottom en la primera como Lynch en la segunda logran dar lo mejor de s¨ª mismos y hacer sus pel¨ªculas m¨¢s elegantes, ricas y avanzadas, rodando guiones ajenos. Nunca Winterbottom ha sido m¨¢s autor, ni ha hecho una pel¨ªcula m¨¢s suya que Wonderland, que est¨¢ primorosamente escrita no por ¨¦l, sino por Laurence Coriat, como la de Lynch es obra de su montadora Mary Sweeney y del guionista John Roach.
Wonderland es un prodigio de equilibrio entre documento y ficci¨®n. Est¨¢ rodada con asombrosa soltura y proporciona al espectador un punto de vista, o un observatorio, tan ancho de miras y tan profundo que le pone en los ojos algunas esencias de la vida en Londres, un Londres asombrosamente ver¨ªdico, del que uno se empapa recorriendo barrios a trav¨¦s de la peripecia de una familia obrera y sus alrededores cotidianos, interpretados con genio por una docena de incomparables actores. No recuerdo haber percibido nunca en la pantalla una sensaci¨®n tan viva de pisar f¨ªsicamente las aceras, los asfaltos y los cobijos de algunas zonas de la enorme ciudad, como la que crea el prodigio de Wonderland, joya del cine moderno, nueva sinfon¨ªa del universo urbano, hecha de espaldas a cualquier tentaci¨®n de originalidad o modernez.
Genocidio
Viaje hacia el sol cuenta la amarga historia de la amistad entre un muchacho turco de Estambul y un emigrante kurdo a la ciudad. Lo dirige una mujer, Yesim Ustaoglu, que en la primera parte del filme, la m¨¢s convencional, describe con valent¨ªa y claridad algunas inquietantes trastiendas de la vida en Turqu¨ªa, donde se oyen en sordina ecos remotos del genocidio que est¨¢ diezmando a la zona de dominio turco del Kurdist¨¢n. La segunda parte, el viaje expiatorio del muchacho turco a la tierra kurda, rompe el ritmo de tensi¨®n ascendente del arranque de la pel¨ªcula para hacerlo descender bruscamente al centro del infierno del genocidio que asola a los pueblos kurdos. Contiene esta zona de desenlace alrededor de una hora de cine imposible de olvidar, emocionante y perturbador hasta casi lo insostenible. Nuevamente, pero aqu¨ª no l¨ªrica sino tr¨¢gica y explosiva, la misma f¨¦rtil identidad entre documento y ficci¨®n que antes observamos en Wonderland, rasgo que comienza a convertirse en un signo distintivo del cine hambriento de realidad y hastiado de burdas simulaciones.
Cerr¨® por todo lo alto esta nueva gran edici¨®n del Festival de Valladolid el homenaje a Jaime Ch¨¢varri, cuyo cine crece y, a medida que se aleja en el tiempo, multiplica su vigencia. A los 56 a?os, Ch¨¢varri ha alcanzado con creces la estancia de los pocos nombres identificadores de nuestro cine en su conquista de una identidad que ofrecer al mundo. Desde El desencanto a Sus ojos se cerraron, pasando por Las bicicletas son para el verano y Las cosas del querer, la obra de Jaime Ch¨¢varri se muestra, pel¨ªcula por pel¨ªcula y como conjunto, completamente viva y, m¨¢s importante, abierta a todo lo que venga a enriquecerla en los pr¨®ximos a?os, gracias a su estilo poroso, libre y evolucionado, elegante hasta los bordes del refinamiento.
Babelia
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