HORAS GANADAS El esp¨ªritu del volc¨¢n RAFAEL ARGULLOL
En el libro de Malcolm Lowry Esc¨²chanos, Se?or, desde el cielo, tu morada (Tusquets, 1999) hay un relato particularmente atractivo, Por el canal de Panam¨¢, en el que se describe el itinerario de un barco por la l¨ªnea costera del oc¨¦ano Pac¨ªfico desde California hasta el pa¨ªs centroamericano. En muchos momentos Lowry recurre a la convergencia de planos narrativos -autobiogr¨¢ficos, hist¨®ricos, on¨ªricos- que caracteriza su literatura y, en especial, su principal obra, Bajo el volc¨¢n. Como en esta novela, el paisaje mexicano, particularmente desolado en aquel litoral, se convierte, con gran fluidez, en geograf¨ªa interior de la mente, con sus alucinaciones, con sus im¨¢genes desbocadas, con una memoria torrencial pero discontinua.Hay, sin embargo, una vertiente singularmente destacada en este relato que pone de relieve el poder inquietante y magn¨¦tico de la quietud. Con este prop¨®sito, Malcolm Lowry incorpora en los m¨¢rgenes de su texto varias columnas de anotaciones, casi al modo de un cuaderno de bit¨¢cora, en las que establece una suerte de di¨¢logo con la Rima del viejo marinero de Coleridge. Compartidos con ¨¦ste diversos simbolismos, con un albatros como extra?o y m¨¢gico protagonista, se expande por la narraci¨®n, al igual que en el poema, una atm¨®sfera opresiva que parece tener su origen en la extrema calma del mar. En ambos casos el poder de lo latente, de lo apenas manifiesto, es m¨¢s amenazador que el que puedan tener las fuerzas ya desencadenadas.
Del mismo modo en que Samuel Beckett ha sido un maestro de la "espera ilimitada" (no s¨®lo en el caso de Godot), Malcolm Lowry se nos muestra como un maestro de la "amenaza", y en sus narraciones lo que podr¨ªa suceder, o lo que est¨¢ a punto de suceder, es todav¨ªa m¨¢s determinante que lo que acaece, por contundente que esto sea. La calma radical del mar -como en Coleridge o como en la L¨ªnea de sombra de Conrad- incuba la m¨¢s violenta de las tormentas. Como el hervidero de Cuernavaca que vive a la sombra del volc¨¢n.
De forma parecida a lo que ocurre en las tragedias cl¨¢sicas, en las que una pausa de silencio antecede a las acciones decisivas, en Lowry -y asimismo en Beckett- el engranaje del mundo aparece con frecuencia detenido, sin que sepamos si esto forma parte de la "naturaleza de las cosas" o, por el contrario, presupone dr¨¢sticas modificaciones del curso de la historia: cuando nada pasa a nuestro alrededor es probable que sea simplemente porque hemos perdido la capacidad de detectar los acontecimientos.
Por eso, quiz¨¢ el gran descubrimiento de Lowry fue advertir el car¨¢cter educador de la amenaza. Frente al pavor ante lo inesperado de los que creen habitar en un espacio totalmente domesticado, el volc¨¢n educa, en cierto modo, a los que viven en su ladera. Las erupciones morales, m¨¢s violentas todav¨ªa que las de la naturaleza, destruyen f¨¢cilmente a los que conf¨ªan d¨®cil y perezosamente en lo que les dicta la apariencia.
Es sorprendente observar el v¨ªnculo poderoso y diferente que une a las poblaciones con los volcanes si ¨¦stos permanecen en actividad. En N¨¢poles nada ocurre realmente a espaldas del Vesubio y en Sicilia las c¨ªclicas advertencias del Etna dominan el destino de la isla. Cuando hace unos diez a?os hubo la propuesta, efectivamente llevada a cabo, de bombardear el Etna a fin de abrir un nuevo corredor de salida de la lava y, as¨ª, contrarrestar los efectos de la erupci¨®n, en las tabernas de los pueblos sicilianos se apostaba sobre qui¨¦n resultar¨ªa vencedor. Y casi siempre se hac¨ªa a favor del volc¨¢n.
A medio camino entre Ciudad de M¨¦xico y Puebla, en uno de los peajes de la autopista, hay un enorme sem¨¢foro que indica la actividad de los volcanes pr¨®ximos: el verde es para la bonanza, mientras que el ¨¢mbar advierte de la situaci¨®n de alerta y el rojo, de la de alarma. Unos metros m¨¢s adelante, tras un recodo, aparece, como un cono perfecto coronado por la nieve, el volc¨¢n preferido de Malcolm Lowry, el Popocat¨¦petl. Entre el ¨¢mbar y el rojo desde hace m¨¢s de tres a?os, lanza de vez en cuando densas nubes de ceniza que se descargan, luego, como una lluvia negruzca.
En ocasiones alcanzan la ciudad de Puebla, cuyos habitantes reivindican, en detrimento de Cuernavaca, la condici¨®n de vivir bajo el volc¨¢n. Tambi¨¦n afirman que un d¨ªa les tocar¨¢ ser una nueva Pompeya. Pero educados por el Popocat¨¦petl, siempre presente desde todos los rincones, lo dicen entre la risa y el respeto, sabiendo que all¨ª est¨¢, acechante, aquel dios de fuego, aunque esperando gozar todav¨ªa, y por largo tiempo, de su benevolencia.
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