Una p¨¢lida nostalgia PON? PUIGDEVALL
Leer poes¨ªa significa ir construyendo a lo largo de la vida un museo privado de palabras ce?idas y eficaces que ayudan a forjar el car¨¢cter, es ir creando una tradici¨®n particular con verdades memorables que resisten al olvido: estos d¨ªas he visto como mi colecci¨®n se enriquec¨ªa notablemente, he visto como mi antolog¨ªa po¨¦tica adquir¨ªa otro lustre y otras profundidades gracias a los poemas de H?lderlin que Jordi Llovet ha traducido al catal¨¢n para Quaderns Crema, con un rigor admirable, adaptando con ¨¦xito evidente los esfuerzos realizados a su vez por el poeta alem¨¢n en el intento de adaptar a su lengua materna las formas cl¨¢sicas del hex¨¢metro y el d¨ªstico eleg¨ªaco: Jordi Llovet lleva el camino, muy avanzado, de convertirse en un punto de referencia ineludible para el lector catal¨¢n. Sin miedo a los grados de dificultad, disfrutando con los trabajos arduos y sin sucumbir a la irritaci¨®n, gracias a su sacrificio impagable de ofrecer muestras de aquella literatura excelsa que la cultura catalana no tuvo en el tiempo que correspond¨ªa, el lector dispone de versiones ejemplares de Lord Byron y Flaubert, de Rilke y Kafka, y de La mort d"Emp¨¨docles, del mismo H?lderlin, aquella tragedia sobre el conflicto entre el hombre libre y las resistencias sociales que se le oponen y que public¨® Quaderns Crema en el a?o 1993.El volumen que ahora acaba de llegar a las librer¨ªas contiene el poema extenso L"arxip¨¨lag y una selecci¨®n de sus grandes eleg¨ªas y, como suele suceder con las revelaciones repentinas, uno se pregunta c¨®mo ha sido posible permanecer tanto tiempo ignorando la contenida a?oranza de L"arxip¨¨lag o la estremecedora visi¨®n nocturna de una eleg¨ªa como Pa i vi. Poco y mal hab¨ªa le¨ªdo hasta ese momento a H?lderlin, amedrentado por la exigente atenci¨®n que reclamaba cada uno de sus poemas, capaces de transfigurarse en cada lectura como si dispusieran de m¨²ltiples m¨¢scaras, cohibido por el peso de referencias culturales de primer orden que trae consigo el nombre del poeta, paradigma del esp¨ªritu de la Poes¨ªa, y sin saber reconocer en ning¨²n momento los dones que, generosamente, me iban ofreciendo sus versos. Quiz¨¢ tambi¨¦n fuera err¨®nea mi perspectiva, quiz¨¢ dej¨¦ que las circunstancias dram¨¢ticas de la biograf¨ªa de H?lderlin empa?aran los asedios a su obra, y concediese m¨¢s relevancia a los a?os oscuros de su locura que a otro de los v¨¦rtices de su poes¨ªa, el mito de la Grecia ideal, por ejemplo: no era un simple refugio est¨¦tico, no era un prestigioso adorno erudito ni se reduc¨ªa a una h¨¢bil estrategia t¨¦cnica que ejerciera las funciones de modelo, ejemplo o inspiraci¨®n. La idealizaci¨®n de aquel mundo abolido era much¨ªsimo m¨¢s, y adquir¨ªa unas dimensiones que trascend¨ªan la realidad para convertirse en el eje de su existencia y sobre el cual edific¨® una forma de vivir y de estar en un mundo donde la belleza de los h¨¦roes y los dioses antiguos aun parec¨ªa ser posible.
Nacido en 1770 y muerto en 1843, la cronolog¨ªa de Friedrich H?lderlin s¨®lo resulta amplia hasta que se sabe que otra especie de muerte, la demencia, le acometi¨® tempranamente, en 1803, y le conden¨® a una vida de reclusi¨®n pac¨ªfica en la que ¨¦l mismo cambi¨® de nombre: ya no era H?lderlin sino Scardanelli, un hombre humilde que escrib¨ªa para sus visitantes versos sobrecogedores motivados por el inicio y el retorno de las estaciones. Cegado por la locura, como si recibiera un castigo por el vislumbre de lo absoluto en la palabra po¨¦tica, la perturbadora transparencia de aquellos versos no manifestaba la sordidez de un extrav¨ªo tenebroso sino que se revelaba como la cima de una luz desgarrada, culminaci¨®n de la ca¨ªda al infinito iniciada muchos a?os atr¨¢s, cuando se comprometi¨® inquebrantablemente con el destino marcado por su vocaci¨®n po¨¦tica y acept¨® ser un mortal semidivino perdido entre la masa confusa de los humanos.
Y mientras le¨ªa y rele¨ªa L"Arxip¨¨lag y las cinco eleg¨ªas, a veces creyendo que ninguna oscuridad obstaculizaba la plena aprehensi¨®n de su sentido, a veces con la inapelable certeza de que de la lectura de cada verso s¨®lo obten¨ªa una merecida derrota, como si no me fuera dado el privilegio de acceder a sus misterios, intentaba formular una definici¨®n aceptable del enigma po¨¦tico que habita con exasperante naturalidad en los versos de H?lderlin. Y me descubr¨ªa sin poseer las palabras adecuadas, como si el germen de cualquier idea quedara sin desarrollo por el influjo de tanta belleza verbal. No fue hasta que le¨ª el ensayo que Stefan Zweig le dedic¨® con minuciosa precisi¨®n po¨¦tica en La lucha contra el demonio, un libro que pr¨®ximamente editar¨¢ El Acantilado, cuando encontr¨¦ las palabras que me hubiera gustado imaginar para referirme a las razones del entusiasmo que suscita la p¨¢lida nostalgia de sus versos: "Sus versos son inquietos, errantes como nubes que suben hacia el cielo y que ora se arrebolan, ora se oscurecen de pesimismo y, a veces, dejan escapar de pronto los violentos rayos y truenos de la profec¨ªa. Pero siempre se ciernen all¨¢ arriba, en las regiones et¨¦reas, siempre alejadas de la tierra, inaccesibles a los sentidos y sensibles solamente al sentimiento".
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