Quevedo, a remojo
La estatua del impart poeta, libelista y espadach¨ªn ser¨¢ encaramada sobre una fuente
Don Francisco de Quevedo y Villegas, madrile?o de la calle del Ni?o, caballero de Santiago, poeta y hombre de espada, estrena esta semana peana nueva y fontana en la plaza que lleva puesto por nombre el suyo. Hasta ayer, desde el verano, su estatua permanec¨ªa varada y a trasmano sobre un predio solitario en la calle de San Mario, cercana al murmullo de la carretera de Andaluc¨ªa.Los lentes sobre el caballete de la nariz, la mano sobre un libro y el orgullo de su noble roja cruz al pecho, Francisco de Quevedo parec¨ªa, en tan destartalado paraje, farfullar algunas de sus mejor peores maldiciones mientras desesperaba de ser repuesto pronto en su pedestal. Mas, quien fuera gran denostador de m¨¦dicos, reumas y humedades, no parec¨ªa informado a¨²n de que su efigie va a ser encaramada, por decisi¨®n del Ayuntamiento, dentro de una fuente. Y antes del pr¨®ximo 14 de noviembre.
Tallada por Agust¨ªn Querol en m¨¢rmol de Carrara con vetas grises no visibles, la estatua de Quevedo presidi¨® la glorieta dedicada al jurista y pol¨ªtico del XIX Alonso Mart¨ªnez, entre 1902 y mediados los a?os 60. Cosas de Madrid. Tras la erosi¨®n de su pedestal de caliza de Novelda y la confecci¨®n de una r¨¦plica en piedra de Atarce, por el catedr¨¢tico Fernando Cruz Sol¨ªs, la estatua de Querol y su pedestal fueron llevados cerca de Arg¨¹elles, a un barrio de pensiones de estudiantes, gentes a las que nadie conoci¨® mejor que el autor de La vida del Busc¨®n. Asentada ya sobre su glorieta, en la intersecci¨®n de las calles de Fuencarral y San Bernardo, la estatua permaneci¨® esquinada en un v¨¦rtice durante seis lustros. Su hito fue paraje de encuentro de parejas, lugar de intercambio de apuntes y enclave de citas de seguridad de universitarios perseguidos. Y as¨ª prosigui¨®. Tras las elecciones municipales del pasado junio, la Concejal¨ªa de Obras e Infraestructuras decidi¨® destinar 56 millones de pesetas a fontanar la talla y a volverla a llevar al cogollo mismo de la plazoleta.
Desde all¨ª, a unos seis metros de altura sobre el asfalto, el atormentado autor de fantas¨ªas morales, admoniciones a monarcas, poemas enamorados y acres libelos vigilar¨¢ ahora la rotonda. Sus ojos mirar¨¢n hacia el centro de Madrid, donde tantas vivencias y pendencias tantas protagonizara por su orgullo y valent¨ªa frente a los poderosos, que lo desterraron a l¨®bregas casonas como las de su Torre de Juan Abad o calabozos h¨²medos como el de San Marcos de Le¨®n. Pese a sus padecimientos, Quevedo va a ser repuesto a remojo, ahora dentro de una fontana de granito de Badajoz. Un tronco de cono, un metro ochenta de altura y con pliegues a modo de escalones, albergar¨¢ la estatua. Abajo, en un foso circular de ocho metros de di¨¢metro, un motor bombear¨¢ el agua, que caer¨¢ por los pliegues dulcemente, de manera similar a la de la fuente que ornamenta el estacionamiento de la calle de Sacramento precisamente, junto al Ayuntamiento. La plaza recuperar¨¢ su circunvalaci¨®n, hoy perdida. Quien quiz¨¢ nunca se recupere del perenne remoj¨®n que le espera ser¨¢ Quevedo, muerto tras a un invierno riguroso, en un agosto ardiente, de pulmon¨ªa presumiblemente, en el a?o de 1645.
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