Cristianismo sin...
Un observador atento del cristianismo contempor¨¢neo, ?tiene motivos para el entusiasmo o para la perplejidad? Surgen el desencanto de quienes creen quedarse sin suelo bajo los pies y la ira de quienes creen estar asistiendo a una inmensa traici¨®n de los cl¨¦rigos, que incapaces de pensar, vivir y transmitir la carga de verdad y de esperanza, que les han sido confiadas, las arrojan por la borda y cantan en el coro com¨²n el himno de la levedad del ser, de la temporalidad del hombre y de la futilidad de todo.Pero, ?no hay raz¨®n para ello ante la predicaci¨®n de un Papa que "desmitifica" el infierno, purgatorio y diablo, hablando un lenguaje que hasta ahora parec¨ªa exclusivo de pensadores personalistas y existencialistas? Seg¨²n esto, el infierno no ser¨ªa un lugar sino un estado; el purgatorio no un sitio, sino un proceso y el demonio s¨®lo el nombre que designar¨ªa el mal radical, la libertad empecatada y despersonalizada. (La mejor teolog¨ªa hab¨ªa hecho ya una interpretaci¨®n personal y m¨¢s sutilmente todav¨ªa, porque si el hombre es siempre cuerpo, ?no tendr¨¢ siempre una cierta referencia a mundo y lugar?)
Por otro lado, en cambio, est¨¢n las voces radicales que reclaman un cristianismo sin Dios, sin Iglesia, sin vida eterna, sin pecado original; un cristianismo sin¨¦cdoque de cultura, de mucha est¨¦tica y de ret¨®rica adormecedora, con un poco, muy poco, de ¨¦tica. Un tercer grupo se entusiasma con el libro de Luc Ferry, quien recoge la expresi¨®n cristiana "encarnaci¨®n de Dios", para decir que la f¨®rmula Dios-hombre no dice otra cosa que el sentido de la vida. ?Queda entonces s¨®lo la trascendencia, lo sagrado, el rumor que no se sabe de d¨®nde ni de qui¨¦n viene?... Queda la soledad del hombre, soportable mientras a¨²n perdura el recuerdo de Dios, en invocaci¨®n o en blasfemia, pero insoportable el d¨ªa que ni siquiera se perciba su sombra en el mundo. Quien lo dude, lea a Jean Paul Richter, en su Discurso del Cristo muerto desde la c¨²pula del mundo diciendo que Dios no existe.
?Significa todo esto que el cristianismo ha decidido aligerar bagaje, para que sus naves lleguen m¨¢s ¨¢giles a puerto? Pero alguien con raz¨®n pensar¨¢ que lo que pesa afonda, y lo que afonda asegura frente a vientos y tempestades. ?Se ha hecho definitivamente imposible la fe? ?Se han desencantado por fin quienes han vivido de ella y se hab¨ªan comprometido a morir por ella? El cristianismo como religi¨®n de la libertad y del amor ?concluye negando todo v¨ªnculo y todo dogma? Una religi¨®n del Dios encarnado en hombre, ?termina erigiendo al hombre de carne o la carne del hombre en el ¨²nico Dios?
Ante tales hechos, estamos remitidos a pensar desde el origen y desde la ra¨ªz. Cada hombre tiene que enfrentarse con la verdad y con Dios por s¨ª y ante s¨ª mismo. ?C¨®mo hacerle creer que la informaci¨®n que muchas veces recibe es fragmentaria y ocasional, est¨¢ cortada a la medida de sus deseos, construida por poderes econ¨®mica y pol¨ªticamente interesados? ?C¨®mo transferirlo a una situaci¨®n en la que ¨¦l, en soledad ante s¨ª y sosiego ante todo, logre informaci¨®n completa y rigurosa, se enfrente consigo mismo y con todo lo que le rodea, dejando resonar en su interior palabras como: existir, creer, hombre, Dios, esperanza, culpa, amor, pecado, vocaci¨®n, responsabilidad, pr¨®jimo, gracia, muerte? El hombre ha de ser sustra¨ªdo primero al magma del anonimato y al poder de la trivialidad, a las instancias que lo venden o lo compran. La m¨¢xima alienaci¨®n y esclavitud se dan cuando no es consciente de que est¨¢ en prisi¨®n y se r¨ªe de quien le dice que adem¨¢s de las sombras de la caverna existe la luz del sol.
El cristianismo, en libertad interna y en respeto absoluto para los dem¨¢s, vuelve hoy la mirada a su historia, la relee a la luz de su origen y de sus mejores testigos, la repiensa con la ayuda de sus pensadores m¨¢ximos. Ninguna palabra o concepto son adecuados a Dios, a su revelaci¨®n, a Cristo; ni siquiera al hombre. Al proferirlos hay que ir m¨¢s all¨¢ de lo que decimos, poniendo los ojos en lo que queremos decir. La Iglesia se va expresando a s¨ª misma mediante teolog¨ªas e instituciones, pero a la vez tiene que relativizarlas para no identificar las humanas maneras de decir con las divinas maneras de ser. Pero, ?hay infierno y purgatorio o no? La Iglesia, al proclamar la libertad del hombre dada por Dios y la oferta que le hace, con la responsabilidad consiguiente, est¨¢ diciendo que la vida humana se puede lograr o malograr, consumar en la verdad y la justicia, o en la falsificaci¨®n de s¨ª misma y en la injusticia para con el pr¨®jimo. Est¨¢ diciendo que no es lo mismo el bien que el mal, amar al pr¨®jimo que odiarlo, y que el ejercicio de la libertad tiene consecuencias definitivas. Dios respeta y acepta la l¨®gica interna de esa libertad, consumada por s¨ª misma en el bien o en el mal. Eso es el infierno, que no inflige Dios al hombre sino el hombre a s¨ª mismo.
Pero justamente porque esa definitividad admite formas y fases, se habla de purgatorio. En el encuentro con la verdad y Dios, el hombre llega al final sin haberse acompasado del todo a ellos; sin que la verdad, justicia y transparencia de su existencia sean totales. El fuego amoroso de los ojos de Dios quemando la paja y limpiando el lodo del hombre, purificando y consumando su destino, ?qu¨¦ otra cosa es sino lo que decimos al nombrar el purgatorio? El historiador J. Le Goff, concluye as¨ª su libro cl¨¢sico: "Yo espero que haya siempre en los sue?os de los hombres un lugar para el matiz, la justicia/justeza, la medida en todos los sentidos de la palabra, la raz¨®n (?oh, razonable purgatorio!) y la esperanza. Yo anhelo que no se pueda decir pronto que el purgatorio fue s¨®lo cosa de un tiempo".
La imaginaci¨®n ha creado macabras im¨¢genes del demonio y violentas interpretaciones del pecado original. Nunca la teolog¨ªa dijo que ¨¦ste fuera un pecado personal de cada uno de nosotros, fruto de nuestra libertad, pero, m¨¢s l¨²cida que otras ciencias, afirm¨® que el hombre lleva el lastre y arrastre de una situaci¨®n previa, que no nace en vac¨ªo ni comienza el mundo, que es conformado o deformado por todo lo anterior. Y esto en todos los ¨®rdenes, ya que cuerpo, alma y esp¨ªritu son inseparables. Habl¨® de la solidaridad del hombre con el pr¨®jimo: en el bien y en el mal; reconoci¨® que hay situaciones y estructuras de pecado, un mal que nos antecede y nos desborda.
Ante ese inmenso e insondable mal, ese poder y libertad suprapersonales que destruyen al hombre, se pregunt¨® por el mal m¨¢s radical y por el maligno. Descartes, Pascal, Kant, Hegel, Kierkegaard, Kolakovsky, entre otros muchos fil¨®sofos, no han dejado de pensar tambi¨¦n en ellos. ?C¨®mo entender si no al hombre? La soluciones de los te¨®logos no han sido siempre acertadas, pero los problemas que ellos plantean son reales y no pueden quedar ignorados. Una sociedad y cultura que los reprimen convierten a los hombres en pobres esclavos, porque s¨®lo es libre quien tiene ideas claras, palabra libre y potencia personal frente a todo lo que le ata?e, para limitarlo en su pobreza o ensancharlo hasta el Infinito.
El cristianismo actual intenta ser honesto en su voluntad de justicia y en su propuesta de verdad. Reconoce sus pecados y sus l¨ªmites, invitando a los dem¨¢s a hacer lo mismo. Quiere adecuar sus expresiones a lo que de verdad cree. No se equivoquen quienes lo miran desde fuera: esa relectura de sus dogmas nace de una voluntad de verdad intelectual, de mayor fidelidad al propio origen, de mejor servicio al pr¨®jimo. Entre un paganismo sentimental y un escepticismo perplejo, la fe cristiana reafirma su identidad y su responsabilidad. No degradar¨¢ la religi¨®n positiva a mera religiosidad, la fe dogm¨¢tica a sola memoria hist¨®rica, el evangelio a ¨¦tica o est¨¦tica, la pertenencia eclesial a vaga forma de integraci¨®n afectiva, la fe en Cristo a la admiraci¨®n por un profeta, la adoraci¨®n del Dios vivo y verdadero a simple silencio ante el absoluto innombrable.
Cuando una generaci¨®n pierde las palabras para nombrar las cosas, cree que ha perdido las cosas. Cuando unos enamorados se quedan sin gestos para expresar su amor, temen que se haya agotado el cari?o. Cuando a los creyentes les desaparecen sus acostumbrados conceptos para invocar a Dios, creen que han perdido la fe. Tal desamparo de una generaci¨®n puede conducirla al vac¨ªo, pero puede tambi¨¦n ser la oportunidad providencial para una gracia nueva, redescubriendo nuevas palabras, conceptos m¨¢s transparentes y actitudes m¨¢s amorosas para Dios, junto con una confesi¨®n m¨¢s gozosa de su gloria. El final de una metaf¨ªsica no es el final de nuestro requerimiento por el ser; el final de una antropolog¨ªa no es el final de nuestro saber de la gloria de ser hombre; el final de una conceptualidad teol¨®gica no es el fin de la fe y de la vida cristiana.
Estamos ante un cristianismo con... Su forma futura ser¨¢ quiz¨¢ m¨¢s sencilla, pero m¨¢s adecuada para pensar a Dios como Dios, para invocar a Cristo como Salvador de la vida humana, para forjar una Iglesia m¨¢s fraternal y relacionarse con el mundo m¨¢s solidariamente. Pero este posible futuro no es un destino ciego, sino una posibilidad y un desaf¨ªo a la libertad. De ¨¦sta depende que se d¨¦ un vaciamiento de humanidad humana y de fe cristiana, o surjan expresiones m¨¢s fieles de ambas. Nunca est¨¢n logrados definitivamente en la historia ni el ser, ni el hombre, ni Dios, ni Cristo. Si todo le ha sido dado al hombre, nada es, sin embargo, sin el hombre. Para ¨¦l es todo, pero todo depende de ¨¦l.
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