El peso del nacionalismo JOSEP RAMONEDA
Al entrar en la ¨²ltima etapa de esta inacabable Volta a Catalunya que es el pujolismo, el nacionalismo catal¨¢n no goza en lo ideol¨®gico de la mejor salud. En la ¨²ltima campa?a electoral se not¨® una sensible baja de los decibelios nacionalistas. Converg¨¨ncia i Uni¨® se acord¨® de las personas y Esquerra Republicana releg¨® el independentismo a un plano muy secundario. Carod lleg¨® incluso a decir que se sent¨ªa m¨¢s c¨®modo como catalanista que como nacionalista. ?Quiere decir esto que el nacionalismo ya no vende como en otros tiempos?Los veinte a?os de pujolismo han hecho del nacionalismo la doctrina de gobierno. Cuando una ideolog¨ªa se convierte en pensamiento oficial inevitablemente se burocratiza y se rutiniza. Se convierte en la jaculatoria que se pronuncia al entrar en la iglesia. Pierde magia. Para las generaciones j¨®venes que no conocieron el per¨ªodo resistencial del nacionalismo y su lugar en la panoplia de las libertades a reivindicar, el nacionalismo es el discurso del poder catal¨¢n. Con todo lo que ello significa: v¨ªa de paso obligatorio para los m¨¢s calculadores, objeto de rechazo o absoluto desinter¨¦s por parte de los que viven estas formas de rebeld¨ªa privada -en el sentido de que dif¨ªcilmente llegan a hacer comunidad activa- propias del malestar finisecular. Convertido en doctrina oficial, el nacionalismo se ha hecho gris y mec¨¢nico. Algo que fue muy patente en el reciente debate en torno a la ley del catal¨¢n. Se rompi¨® uno de los tab¨²es constitutivos del per¨ªodo pujolista sin apenas reacci¨®n del nacionalismo ideol¨®gico. Si a ello a?adimos que la ciudadan¨ªa catalana no es ajena al clima de indiferencia propio de estos tiempos posideol¨®gicos, no es de extra?ar que el nacionalismo se desdibuje. En realidad, puede que Xavier Rubert de Vent¨®s tenga raz¨®n cuando dice que el lenguaje que se entiende hoy es el del poder -Estado contra Estado- y no el de la reivindicaci¨®n y el di¨¢logo m¨¢s o menos candoroso.
De lo prohibido a lo oficial, el proceso que el nacionalismo ha seguido desde Pujol es una conquista. Pero este factor de normalizaci¨®n le ha ido debilitando como ideolog¨ªa. Pujol ha conseguido dos cosas importantes para ¨¦l: que el catal¨¢n asumiera rango de lengua de status (todo el que quiere ser alguien en Catalu?a lo ha entendido as¨ª) y que, durante veinte a?os, la pol¨ªtica catalana se jugara en el terreno del nacionalismo. Aunque ambas cosas hayan tenido costes altos: el ¨¦nfasis ling¨¹¨ªstico del nacionalismo ha ido en detrimento de un verdadero desarrollo cultural del pa¨ªs y la restricci¨®n del campo de juego ha sido a costa de cierta neutralizaci¨®n de una parte de la ciudadan¨ªa. Aunque de esto ¨²ltimo no es Pujol el principal responsable. Toda ideolog¨ªa se corresponde con un sistema de poder. Pujol ha sabido articular ideolog¨ªa nacionalista y poder pol¨ªtico catal¨¢n.
Todo tiene un precio, aunque el precio tenga la ventaja de acercarnos a la verdad. Al acercarse al final del pujolismo, el nacionalismo ya no es una ilusi¨®n sino una doctrina para apuntalar un sistema de intereses. Y parad¨®jicamente la fuerza del nacionalismo pujolista ha acabado dependiendo de Madrid. Todo poder es conservador. El pujolista tambi¨¦n. El mantenimiento de la reivindicaci¨®n permanente frente a Madrid pod¨ªa generar cierto equ¨ªvoco sobre el nacionalismo pujolista. Y de hecho, en el entorno de Pujol, se ha mantenido encendida, aunque con luz cada vez m¨¢s tenue, la llama de un discurso resistencialista que chocaba con la evidencia del pragmatismo cotidiano. Pero toda representaci¨®n tiene un l¨ªmite: cuando flaquean los entusiasmos ideol¨®gicos s¨®lo queda la trama de intereses.
El nacionalismo siempre construye su imaginario contra el otro. Pujol ha querido mantener la imagen del otro como enemigo y, al mismo tiempo, pactar siempre con ¨¦l, ll¨¢mese PP o PSOE. Este doble juego ha acabado debilitando el nacionalismo como ideolog¨ªa. Primero, porque no ser¨¢ tan enemigo el enemigo cuando se est¨¢ siempre dispuesto a pactar con ¨¦l (alg¨²n gusto se debe encontrar en el pacto cuando a menudo se mantienen en auxilio del enemigo posiciones distintas de las que se defienden en Catalu?a o se soportan reiterados desaires, como el reciente de las selecciones deportivas), y segundo, porque al menguar las fuerzas propias -el nacionalismo empieza a expresar su desilusi¨®n optando por la abstenci¨®n- resulta que casi todo depende de lo que pase en Madrid. Al final del pujolismo, el poder real del nacionalismo ser¨¢ en funci¨®n de sus esca?os en el Parlamento de Madrid. Si dejaran de tener un peso decisivo, el nacionalismo pujolista se quedar¨ªa sin su argumento m¨¢s efectivo: la capacidad de influir en Madrid, la mejor baza del pujolismo
El uso del nacionalismo como doctrina del poder pujolista ha centrado la din¨¢mica pol¨ªtica catalana en la cuesti¨®n espa?ola. Es el eterno tema del encaje pol¨ªtico de Catalu?a en Espa?a, que, por otra parte, est¨¢ completamente encajada por mercado, tierra, mar y aire. Mirando siempre a Madrid, el pujolismo ha esquivado muchas responsabilidades directas y ha dejado pendientes cuestiones fundamentales para que Catalu?a avance. La cuesti¨®n de la educaci¨®n. Con un fracaso escolar clamoroso, por encima del 30%. Con un sistema de ense?anza p¨²blica d¨¦bil y una conselleria sometida a la presi¨®n eclesi¨¢stica. Sin afrontar los cambios necesarios para adecuar la ense?anza al inter¨¦s de los alumnos -la falta de motivaci¨®n es causa de fracaso- y para dar a los profesores la preparaci¨®n y est¨ªmulo necesarios. La cuesti¨®n de la innovaci¨®n industrial. Con un sistema productivo con escaso valor a?adido en tiempos muy exigentes. La cuesti¨®n de la ordenaci¨®n territorial, que permita recobrar toda la energ¨ªa potencial del sistema catal¨¢n de ciudades. La cuesti¨®n de la cultura reducida a la pol¨ªtica ling¨¹¨ªstica, con consecuencias irrecuperables en las industrias de la cultura. La cuesti¨®n social: ?nos dejamos arrastrar por la din¨¢mica de la competitividad y el s¨¢lvese quien pueda o pensamos en t¨¦rminos de oportunidades y de solidaridad? Y tantas otras cuestiones.
Si en esta legislatura que comienza en el Parlament se empieza a hablar de estas cosas, sin apelar a Madrid antes de concluir la primera oraci¨®n, algo habr¨¢ cambiado. Y quiz¨¢s se gane fuerza y argumentos para ir a Madrid a reclamar lo que sea necesario. No s¨®lo de nacionalismo vive el catal¨¢n. Es un modo de entender el nacionalismo lo que se acaba.
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