Dinero y obscenidad
El gobernante debe ser prudente con las amistades, porque con suma facilidad se convierten en peligrosas. Aznar confi¨® demasiado en Juan Villalonga. No s¨®lo porque al ponerle al frente de Telef¨®nica le dio mucho poder, sino por la dependencia que estableci¨®. Aznar ten¨ªa la paranoia del cerco medi¨¢tico. El poder de Telef¨®nica ten¨ªa que servir para romperlo. Villalonga era el hombre. Hasta que ha llegado el momento en que el sirviente se ha descarado. Situado en la cumbre, ha perdido el sentido del tacto y de la est¨¦tica. Sus abusos y exhibiciones empiezan a salpicar al presidente. La ¨²ltima obscenidad de Villalonga ha sido el paquete de "opciones sobre acciones" que ha regalado a sus ejecutivos. Enrique Fuentes Quintana, que no es precisamente un rojo, lo ha dicho con la contundencia del que, desde su autoridad, quiere que sus palabras no caigan en saco roto: "No es posible que algo como esto se pueda admitir de forma pac¨ªfica por los ciudadanos honestos".Al apelar a la reacci¨®n de los ciudadanos honestos, Fuentes Quintana est¨¢ diciendo que la cuesti¨®n no concierne estrictamente a la interioridad de una empresa -como argumenta fr¨ªvolamente Javier Arenas-, sino que tiene que ver con la idea que cada uno tiene sobre las reglas no escritas de la vida en sociedad, aunque sea la capitalista. Se trata, por tanto, de una cuesti¨®n pol¨ªtica, porque concierne a lo socialmente aceptable, y de sentido de la responsabilidad de los dirigentes de Telef¨®nica. Porque los empresarios tambi¨¦n tienen responsabilidad social. Incluso cuando se les ha hecho creer que eran todopoderosos, como al se?or Villalonga.
Durante estos a?os de apoteosis del dinero, en que el desconcierto ideol¨®gico provocado por la desestructuraci¨®n del ordenado mundo de la guerra fr¨ªa ha sido aprovechado para llevar a cabo cierta contrarreforma del capitalismo, hemos o¨ªdo cantar las excelencias del sentido del riesgo y la capacidad imaginativa de los empresarios y de los altos dirigentes de las empresas. La misma izquierda, estas terceras v¨ªas dedicadas a poner notas a pie de p¨¢gina de la ideolog¨ªa de la derecha, nos ha cantado las excelencias del emprendedor -pudoroso eufemismo- que se lanza a la aventura y es capaz de convertir el viento en oro. Tanta ret¨®rica y ahora resulta que el riesgo consiste en blindarse incluso de los vaivenes de la propia empresa, como estos ejemplares ejecutivos de Telef¨®nica. ?C¨®mo pueden los accionistas de la empresa -que ya fueron castigados sin dividendo en el ¨²ltimo ejercicio- confiar en unos ejecutivos que tienen tan poca confianza en sus propias fuerzas que se protegen por lo que pudiera pasar? De riesgo, poco. M¨¢s bien, al contrario. Los que arriesgan son los millones de accionistas con cuyos dineros se garantiza el futuro de sus directivos. Hay que fidelizarlos, dicen. ?No era de la falta de movilidad laboral de lo que se quejaban? ?No eran excesivas garant¨ªas sociales a los trabajadores la causa de las dificultades de las empresas? ?Por qu¨¦ no empiezan los se?ores ejecutivos predicando con el ejemplo?
Desde que el comunismo dej¨® de dar miedo, algunos creyeron que los trabajadores estaban vencidos y desarmados y que era la hora de acorralarles. Si despu¨¦s de la guerra el temor al comunismo forz¨® un pacto por el Estado del bienestar, hab¨ªa llegado el momento de romperlo y arrinconar a los sindicatos, aprovechando el impulso del fin de la historia, de la sociedad sin horizonte alternativo. Europa ya pas¨® este sarampi¨®n, la izquierda busca su rearme ideol¨®gico a trav¨¦s de la recuperaci¨®n de la pol¨ªtica y la derecha va perdiendo los acentos chulescos del periodo tatcheriano. Pero Espa?a casi siempre llega con retraso. Algunos, como el presidente de Telef¨®nica, siguen pensando que todav¨ªa estamos en el periodo de la obscenidad y del exhibicionismo. La pol¨ªtica de privatizaciones del Gobierno ha contribuido a que se creyeran que ten¨ªan impunidad ¨¦tica y est¨¦tica.
El episodio de las opciones sobre acciones marca quiz¨¢s el punto de inflexi¨®n. El Gobierno o es sordo o deber¨¢ enterarse de que puede dejar algunos jirones de su piel en la desfachatez del amigo del presidente. Porque no se puede dar la piedra a Villalonga y despu¨¦s esconder la mano, como hizo Aznar. Al final, se acaba sabiendo de qui¨¦n era la mano que hizo a este hombre sirviente todopoderoso de un presidente al que coloca ahora en incomod¨ªsima situaci¨®n.
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