Delirio sobre delirio
Dal¨ª era un delirante, un surrealista que hizo obra consigo mismo, f¨ªsica y mentalmente; sobre ese delirio se superpuso el de su agon¨ªa, y en ese extraordinario espacio esc¨¦nico se desarrolla la obra creada por uno de nuestros mejores hombres de teatro, Albert Boadella, con su hist¨®rica compa?¨ªa de Els Joglars. Cito despu¨¦s de Boadella al actor Ram¨®n Fontser¨¦, que tiene la extraordinaria habilidad de revivir sus personajes sin apenas ayuda externa: su voz, su tono, su gesto le han hecho ser Jordi Pujol o Josep Pla. Y menciono especialmente esas dos personas-personajes porque, con Dal¨ª, forman una trilog¨ªa catalana en la que hay siempre los elementos de Boadella: una cierta admiraci¨®n ante lo grande, una burla ante lo paleto, peque?o, con lo que algunos asumen su personalidad.En Dal¨ª es probablemente m¨¢s f¨¢cil la recreaci¨®n, porque ¨¦l mismo estaba caracterizado, interpretaba un papel desde el decorado de su cara hasta el tono de su voz. Siempre he pensado que esta forma de impostura estaba hecha para ocultar su acento catal¨¢n, su castellano catalanizado, que le deb¨ªa parecer mal para su universalidad. Cre¨ª lo mismo de Eugenio d"Ors. Sin desdoro, en ninguno de los casos, de sus talentos.
Daaal¨ª
Dramaturgia y direcci¨®n: Albert Boadella. Int¨¦rpretes: Ram¨®n Fontser¨¦, Jes¨²s Agelet, Xavier Boada, Silvia Brossa, Minnie Marx, Montse Puig, Dolors Tuneu, Jordi Rico y Pep Vila. Escenograf¨ªa: A. Boadella y Lluc Castefis. Vestuario: Mariel Soria. Iluminaci¨®n: Bernat Jans¨¢. Sonido: Francesc Busquets. Teatro Mar¨ªa Guerrero. Centro Dram¨¢tico Nacional. Madrid.
Esa teatralizaci¨®n de Dal¨ª sobre s¨ª mismo se utiliza con mesura: apenas se caricaturiza, sino que se representa. Generalmente son sus propias palabras las que se escuchan: y Dal¨ª, que era un maestro de la pintura, lo fue tambi¨¦n del idioma, y el par de libros que escribi¨®, y su correspondencia, lo atestiguan. Boadella le trata con un cari?o que no siempre tuvo en su vida: su monarquismo, su franquismo, su catolicismo parecieron a muchos una especie de traici¨®n a la generaci¨®n del 27, y sobre todo a su amigo Lorca; la impostura, la codicia, se a?adieron a esas se?as desagradables. En esta representaci¨®n es un ser humano que hubiera querido ser Vel¨¢zquez y pintar, como ¨¦l, el aire: un cl¨¢sico que se burla de la pintura cosmopolita, de Mondrian o Pollock o Kandinski, y de T¨¤pies, que entre todos los payasos del arte contempor¨¢neo aparece vestido con la camiseta larga y roja y la nariz abultada del gran payaso catal¨¢n Charlie Rivel, y Mir¨®, como una ni?a que juega a la comba. Los juicios de Dal¨ª-Boadella son cr¨ªticos y duros, y lo son tambi¨¦n, aunque con m¨¢s respeto, sobre Picasso. No s¨¦ si considerar como tesis esta idea de Vel¨¢zquez sobre todo y los dem¨¢s como in¨²tiles: en todo caso, esa escena me parece que es la fundamental de la obra. La que m¨¢s entusiasmo despert¨® en el p¨²blico.
Lorca
Hay otras que pueden tener m¨¢s valor, breves y claras: las tres mujeres de mantilla negra que disparan contra Lorca con unos crucifijos que se convierten en pistolas. Lorca, que aparece a veces dentro de una figura m¨²ltiple que es al mismo tiempo Gala y un guardia civil. Otra escena, que se despega un poco de la intenci¨®n o de la unidad de la obra, es la evocaci¨®n en un teatro de gui?ol de la Primera Guerra Mundial, y la Segunda es un di¨¢logo entre dos personajes grotescos caracterizados como Mussolini y Hitler. No s¨¦ por qu¨¦ no aparece, con ellos, Franco, por el que Dal¨ª tuvo m¨¢s fijaci¨®n. S¨ª lo supongo: un cierto temor, un cierto malestar que produce todav¨ªa la evocaci¨®n del viejo asesino, al que muchos espa?oles guardan todav¨ªa en su memoria como un salvador de la patria. Otras figuras son m¨¢s f¨¢cilmente sometidas a la burla: la prensa de idiotas, cuyos perfiles se confunden con los de los jesuitas, o el Papado, que prudentemente se representa con Inocencio, el pintado por Vel¨¢zquez. Dentro de todo ello, se apunta la biograf¨ªa del genial farsante: desde su decisiva infancia de ni?o cocinero hasta la rapi?a y la falsificaci¨®n de su obra mientras muere. Y, claro, la presencia continua de Gala, disfrazada o desnuda, antip¨¢tica o amante.La obra es r¨¢pida: poco m¨¢s de hora y media. Lo apunto en su elogio: en la capacidad de meter frases, personajes, situaciones, biograf¨ªa, retratos y sensaciones -la de la muerte, la de la infancia, la del amor- con una escenograf¨ªa sucinta e inm¨®vil, y con unas proyecciones de cuadros en una pantalla, con una luz muy especial que al mismo tiempo que los repite los fantasea. Uno de los hallazgos es el de Las meninas, de Vel¨¢zquez, en el que se introduce el propio Dal¨ª y habla con el autor. Todo est¨¢ bien hecho, bien terminado: los Joglars son excelentes actores, el ritmo est¨¢ conseguido y, en fin, todo se resume en que es una obra m¨¢s en la brillante carrera de Boadella y sus compa?eros. El p¨²blico del Mar¨ªa Guerrero se lo premi¨® sin regateos, y las salidas a escena de todos hubieran sido m¨¢s si no hubieran tenido, tambi¨¦n en eso, la mesura necesaria.
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