HORAS GANADAS Antes del principio RAFAEL ARGULLOL
Llamamos dantescas a aquellas escenas que nos sugieren algo terrible y ca¨®tico; y encontramos con frecuencia este calificativo en las informaciones de los peri¨®dicos y al pie de fotograf¨ªas que nos muestran con especial barroquismo la muerte y la destrucci¨®n. Sin embargo, aunque el infierno descrito por Dante -y sobre todo la traducci¨®n pl¨¢stica que de ¨¦l han hecho pintores y grabadores- explica el uso coloquial que aquella denominaci¨®n, hay algo radicalmente injusto en esa continua recurrencia al poeta toscano.Es m¨¢s, si por dantesco entendemos, junto a lo terrible, lo ca¨®tico, el t¨¦rmino es todav¨ªa arbitrario en mayor medida puesto que el mundo vertebrado por Dante es un cosmos -un orden- de una perfecci¨®n sin precedentes y, lo que es m¨¢s importante para nosotros, sin parang¨®n posible en las visiones posteriores del universo. Ning¨²n hombre hab¨ªa pensado para Dios una obra de arquitectura tan cristalina. En los c¨ªrculos de La Divina Comedia el hombre puede condenarse o salvarse, pero no puede dudar con respecto a su lugar, tanto en la tierra como en los ¨¢mbitos ultraterrenos.
Contemplado a escala c¨®smica, el mundo de Dante, que tenemos habitualmente por inquietante, es mucho m¨¢s tranquilizador, por accesible, que cualquiera de los mundos que le suceder¨¢n. Quiz¨¢ por esto Cop¨¦rnico quiso compensar el dr¨¢stico descentramiento del hombre, causado por la sustituci¨®n del modelo geoc¨¦ntrico, insinuando un culto solar que, sin renegar del cristianismo, incorporara las convicciones del humanismo neoplat¨®nico.
Pero, en gran medida, la suerte estaba echada y la fugacidad del modelo helioc¨¦ntrico abr¨ªa la puerta a un universo desbocado, t¨¢citamente presente ya en la obra de Giordano Bruno y s¨®lo contrarrestado, en parte, por las poderosas concepciones de Galileo y Newton. La fuerza creadora liberada por la nueva ciencia renacentista quedaba, en adelante, oscuramente compensada por una reacci¨®n psicol¨®gica -la del que hemos denominado hombre moderno- en la que siempre parec¨ªa estar presente la expulsi¨®n de nuestro planeta desde el centro hacia una periferia cada vez m¨¢s remota.
Parece que la met¨¢fora del ser humano como grano de arena en una playa quiz¨¢ deshabitada se instala en la poes¨ªa europea a partir de finales del siglo XVI, justo en el momento en el que Shakespeare expresa sus furiosas respuestas y Montaigne, sus ricos interrogantes. Para un hombre de los siglos XVII y XVIII el mundo de Dante, superados y ridiculizados los terrores del infierno por la raz¨®n ilustrada, aparece como un pasaje tan arcaico como grotescamente simple. Pero tambi¨¦n la cosmolog¨ªa del siglo XX ha dejado atr¨¢s por completo las concepciones que parec¨ªan haber enunciado -"para siempre"- los astr¨®nomos que se hab¨ªan enfrentado al gran desaf¨ªo suscitado por la revoluci¨®n renacentista.
El v¨¦rtigo, ya no ¨²nicamente f¨ªsico, sino mental y moral, de habitar un universo de fronteras progresivamente inciertas ha sido uno de los hilos rojos, secretos y subterr¨¢neos, de la poes¨ªa y del arte modernos. All¨ª donde la ciencia ensanchaba los l¨ªmites del conocimiento, ensanchaba asimismo los l¨ªmites del enigma. El mejor arte de nuestra ¨¦poca ha registrado esta tensi¨®n, que en cierto modo colocaba al hombre ante una idea, maravillosa y abismal, de infinito.
Como complemento tambi¨¦n ha tratado de evocar la idea, en igual medida maravillosa y abismal, de eternidad, pese a que, tal vez parad¨®jicamente, la ciencia contempor¨¢nea ha exigido acotar nuestra noci¨®n de tiempo de acuerdo con el tiempo del universo. Antes del principio del universo el tiempo no existe y es in¨²til preguntarnos por ¨¦l.
Martin Rees, el gran astr¨®nomo brit¨¢nico, lo indica, una vez m¨¢s, en su libro Antes del principio. El cosmos y otros universos, editado recientemente en castellano (Metatemas-Fundaci¨®n La Caixa-Tusquets). Se trata de un texto extremadamente sugestivo para todos aquellos que, desoyendo el consejo de los cient¨ªficos, caemos en la tentaci¨®n de preguntar por lo que "hab¨ªa antes del principio". La respuesta de Rees parece complicar todav¨ªa m¨¢s el paisaje, inclin¨¢ndose por la posibilidad de un archipi¨¦lago de universos, en el cual el maestro -con su Big Bang y sus leyes- no ser¨ªa sino uno m¨¢s.
Los mundos de Dante, Cop¨¦rnico e incluso el de Newton son admirables miniaturas ante una visi¨®n de este tipo. Pero Martin Rees apunta asimismo, consoladoramente, en otra direcci¨®n que afecta por igual al arte y a la ciencia. M¨¢s all¨¢ de la frontera s¨®lo nos queda el misterio. Y algo todav¨ªa m¨¢s importante: la belleza del misterio.
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