La pol¨ªtica, contra las ventanas
El Gobierno de EE UU le ha ganado en los tribunales una primera batalla a Microsoft. No es seguro que triunfe al final, pero, en todo caso, es un primer intento de morder en un cuasi monopolio, el de Windows (ventanas o iconos) para los sistemas operativos de los PC. Puede que el dominio del producto de Gates sea temporal, pero no hay nada seguro. La vieja soluci¨®n, en casos similares, hubiera consistido en nacionalizar Microsoft, o al menos el sistema Windows. Pero tal soluci¨®n, en la era de la globalizaci¨®n, no tiene sentido. ?Globalizar, pues, Windows? Tampoco, pues no significa nada. Hacerlo gratuito, s¨ª, como ha ocurrido con el sistema Linux, aunque esto hubiera ido contra la nueva econom¨ªa, el "capitalismo del conocimiento", que, seg¨²n Charles Leadbeater (Living on thin air, Penguin, 1999), est¨¢ "impulsado por la generaci¨®n de ideas y su transformaci¨®n en productos comerciales y servicios que los consumidores deseen". De hecho, EE UU, de otro modo, lo ha hecho al regalar al mundo dos cosas importantes: Internet y el GPS (Global Positioning System), que utilizan ahora desde los barcos hasta los autom¨®viles.?Estamos ante una batalla ilusoria de la pol¨ªtica contra el mercado? No. La Comisi¨®n Europea, en lo que se ha convertido en una de sus ¨¢reas de mayor poder, la pol¨ªtica de la competencia, consigue condicionar las fusiones de grandes empresas o las ayudas p¨²blicas, incluso las de compa?¨ªas de alcance mundial, estadounidenses o de otras zonas, que acaban teniendo que acatar las leyes europeas. Es una forma esencial de ver c¨®mo colectivamente, a trav¨¦s de instituciones supranacionales, se puede retomar un control pol¨ªtico perdido de forma horizontal, un fen¨®meno que se va a agravar, por ejemplo, en un caso paralelo al de Windows, pero m¨¢s grave, cuando se empiecen a patentar genes de importancia.
Individualmente, los Gobiernos est¨¢n perdiendo control a marchas frozadas frente a las consecuencias de las nuevas tecnolog¨ªas y unas empresas, unas multinacionales, cada vez m¨¢s numerosas y, en ocasiones, cada vez m¨¢s grandes, que escapan a todo control, incluso, a menudo, al de sus propios accionistas. Esas multinacionales que fueron la bicha del izquierdismo de anta?o, cuando en 1970 eran s¨®lo unas 7.000. Hoy suman 60.000 o m¨¢s, con medio mill¨®n de filiales. Su comercio interno (entre filiales y casas centrales) representa ya una tercera parte, y sus ventas globales, un 70% del comercio mundial.
Para muchos pa¨ªses del Tercer Mundo, la globalizaci¨®n representa un peligro, pero tambi¨¦n una oportunidad de sumarse a la econom¨ªa mundial. Ahora bien, en tal situaci¨®n en que el mercado tira de lo dem¨¢s, es saludable el diagn¨®stico que ha hecho la Internacional Socialista en su XXI Congreso en Par¨ªs sobre la necesidad de que la pol¨ªtica tome las riendas de la globalizaci¨®n, para aprovecharla mejor, encauzarla y corregir sus efectos, en vez de dejarla como un caballo desbocado. Traducirlo a la pr¨¢ctica ser¨¢ otra cosa. La IS se aleja de ciertos dogmas, en aras de una mayor intervenci¨®n no s¨®lo de la pol¨ªtica nacional, sino tambi¨¦n de la internacional o global, a trav¨¦s de instituciones renovadas. Es decir, pasar a la esfera supernacional mucho de lo que antes quedaba en el ¨¢mbito de decisi¨®n estatal. Pues, como indica David Held, que ha publicado, junto a otros autores, uno de los an¨¢lisis m¨¢s completos sobre la globalizaci¨®n (Global transformations, Polity Press 1999), "el espacio pol¨ªtico, en lo que ata?e al gobierno efectivo y al control del poder pol¨ªtico, ya no coincide en sus l¨ªmites con un territorio nacional definido". Held, actualizando antiguas expresiones, prefiere hablar ahora de la aparici¨®n de "comunidades de destino solapadas". Por eso, el intento de recuperar la "primac¨ªa" de la pol¨ªtica ha de tener, necesariamente, una dimensi¨®n global. Pero el problema es que, en esa dimensi¨®n, no rigen los criterios democr¨¢ticos, sino esencialmente los del poder y la eficacia.
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