Genial Michaux VICTORIA COMBAL?A
Par¨ªs bien vale una misa, pero estos d¨ªas, y hasta el 31 de diciembre de este a?o, Par¨ªs bien vale un viaje para visitar la gran retrospectiva que la Biblioth¨¨que Nationale ofrece del poeta Henri Michaux en ocasi¨®n del centenario de su nacimiento. Se trata de la segunda gran retrospectiva en Francia desde que el Pompidou le consagrara otra en 1978; con la publicaci¨®n de sus Obras Completas en la Pl¨¦iade, con la exposici¨®n en la Whitechapel Gallery de Londres el pasado abril y la compra de varios Michaux por el Museo de Arte Moderno (MOMA) neoyorquino puede hablarse, definitivamente, de un redescubrimiento del poeta, incluso de una moda Michaux.
No sabemos lo que hubiera dicho de todo esto el escritor, siempre remiso a los ruidos medi¨¢ticos y a todas luces irreductible a la industria cultural. Era callado, sal¨ªa poco, todo le parec¨ªa una agresi¨®n y no se dejaba fotografiar, salvo por amigos: ¨¦stos resultaron ser de la talla de Brassa?, Claude Cahun y Gis¨¨le Freund.
Michaux es el poeta que, al decir de Gide, subraya "la extra?eza de las cosas naturales y la naturalidad de las cosas extra?as". Es el poeta de los m¨ªnimos acontecimientos de la vida interior y de los relatos de viajes, reales o imaginados. En realidad, Michaux no ten¨ªa ninguna predilecci¨®n por lo ex¨®tico ni por lo pintoresco, y en sus largos periplos, al Ecuador, a Turqu¨ªa, al norte de ?frica, a la India, a la China, al Jap¨®n o a Malasia, lo que hizo fue ahondar, descubrir mejor la naturaleza humana.
"Siempre so?aba con lugares otros en donde aprender¨ªa secretos esenciales, pero nunca se liber¨® del instinto de distanciamiento que lo caracterizaba", dijeron de ¨¦l.
Fascinado por la caligraf¨ªa china y por los jerogl¨ªficos egipcios, una buena parte de su obra pict¨®rica aspira, como dijera Michel Butor, a crear un lenguaje universal de signos no verbales. En su maravillosa serie Mouvements, de 1950, estos signos realizados a la tinta china siempre acaban por ser personajes: alzan los brazos, parecen saltar de gozo o tensar un arco, se arrodillan, se echan hacia atr¨¢s. Es por este gran poder de sugesti¨®n por lo que Francis Bacon lleg¨® a afirmar que Michaux era superior a Jackson Pollock.
En sus acuarelas, una t¨¦cnica que privilegi¨® por su cualidad casi autom¨¢tica y por su capacidad de evocar la fragilidad y la maleabilidad de los seres, recordamos tambi¨¦n el h¨¢lito m¨¢gico y misterioso de aquellos mamuts pintados en las cuevas de la Dordo?a, o el maravilloso sintetismo de las figuras de Cogul.
En 1948, cuando su mujer fue hospitalizada, v¨ªctima de quemaduras de las cuales finalmente morir¨ªa, Michaux pint¨® fren¨¦ticamente cientos de acuarelas cuyos rostros, fantasmag¨®ricos, expresan tanto la angustia ante el horror del mundo como una suerte de delicada parsimonia del ser.
Sus seres pueden ser fr¨¢giles, emergiendo de brumas rosadas y grises, atravesando el espacio calladamente, pero pueden estar impregnados de un sentido del humor cercano al de Kafka y al de Beckett. "No es raro que un hijo de director del zool¨®gico nazca palm¨ªpedo", escribe en Face aux verrous, y en sus dibujos vemos aparecer numerosos h¨ªbridos, tan monstruosos como tiernos.
Una atenci¨®n especial merecen los dibujos que realiz¨® bajo el efecto de la mescalina, una droga que tom¨® bajo control m¨¦dico y desde una actitud completamente intelectual, en todo caso nada proclive a la adicci¨®n.
En estos extraordinarios dibujos, que mostramos por primera vez reunidos en el Centro Cultural Tecla Sala en 1998 y que ahora reaparecer¨¢n en la retrospectiva que la Fundaci¨®n Carlos de Amberes inaugura el 14 de diciembre en Madrid, unas l¨ªneas centelleantes, zigzagueantes, ardientes y temblorosas, surgen de cada lado de un surco ascensional. O bien
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