La poes¨ªa recupera la hondura y la calidad de Emilio Prados, el hombre oscuro del 27
Cartas y estudios, una gran exposici¨®n y las obras completas rescatan a un personaje huidizo
Poeta herm¨¦tico y hombre introvertido pero transparente, ciudadano ocupado en mil caridades antes que en las suyas, Emilio Prados (M¨¢laga, 1899-M¨¦xico, 1962) fue uno de esos personajes irrepetibles que de vez en cuando surgen del p¨¢ramo espa?ol. Poeta extraordinario, generoso y crucial editor, viajero perpetuo, exiliado comprometido y sufridor jondo, su figura esbelta, que parece mezcla de fil¨®sofo suizo, piloto de avioneta y Harold Lloyd, emerge ahora, a los 100 a?os de su nacimiento, con la fuerza que merece su memoria: sus obras completas, muchos estudios nuevos, una exposici¨®n...
No es un centenario m¨¢s. Cernuda, Lorca, Alberti o Diego son lo que son, tienen lo que tienen. Emilio Prados lo tiene todo y no tiene nada. El gran p¨²blico desconoce a¨²n su libertad infranqueable, su desapego material, su amor a borbotones, su huida de s¨ª mismo. Fue un matador de reglas, un outsider ¨ªntimo, un ut¨®pico sentimental, un palabradicto silencioso y un erot¨®mano ambiguo. So?ador, m¨²ltiple y ¨²nico, surrealista y trist¨ªsimo, Prados fue siempre un poeta y un hombre envuelto en la niebla. Huidizo, de salud parca y depresiva, su muerte en el exilio meti¨® su borroso recuerdo de hombre caritativo en el silencio.La exposici¨®n Emilio Prados, 1899-1962, que ha sido vista desde septiembre en M¨¢laga, que fue inaugurada ayer en la Residencia de Estudiantes por el presidente andaluz, Manuel Chaves, y el secretario de Estado de Cultura, Miguel ?ngel Cort¨¦s, y que en el 2000 viajar¨¢ a Barcelona, Valencia y m¨¦xico, dibuja la biograf¨ªa de la poeta de una forma exhaustiva y clara.
Hay cartas y fotos in¨¦ditas, primeras ediciones, la colecci¨®n de Litoral completa... El riguroso y cuidado cat¨¢logo de 350 p¨¢ginas, al que hay que sumar dos textos del ¨²ltimo n¨²mero de Revista de Occidente, completan el rescate del alma poli¨¦drica de un hombre al que Juan Ram¨®n llam¨® "poeta de medios versos" y "caprichoso proscrito de arpa escondida".
Su poes¨ªa, como escribiera Gerardo Diego el 12 de julio de 1958 en una de esas cartas que hasta ahora permanec¨ªan cerradas, se agigant¨® con el tiempo. Lo pensaba tambi¨¦n su amiga, y paisana, Mar¨ªa Zambrano, con quien Prados se carte¨® mucho. La fil¨®sofa cre¨ªa ("tus poemas adquieren cada vez m¨¢s densidad de pensamiento") y aconsejaba: "Lo importante es no perder el amor".
"Tu poes¨ªa cada d¨ªa me gusta m¨¢s", le dec¨ªa Diego en aquella carta: "Hablo, sobre todo, de la ¨²ltima", aclaraba. "Tanto Circuncisi¨®n del sue?o como, m¨¢s a¨²n, R¨ªo natural son libros conmovedores de verdad, de atm¨®sfera, de pureza y vibraci¨®n l¨ªrica. Para amarlos y releerlos siempre, junto al maravilloso Jard¨ªn cerrado".
Justicia po¨¦tica
Amar y releer: la justicia po¨¦tica es que fueron otros poetas los que mejor guardaron su nombre. Lorca, que lo presentaba as¨ª: "Emilio Prados, un hombre que ha sufrido mucho", entre bromas que alud¨ªan a su sana econom¨ªa y las veras referidas a sus terribles dilemas sexuales, sociales y metaf¨ªsicos. Y Vicente Aleixandre, compa?ero suyo desde los p¨¢rvulos en M¨¢laga, que lo recordaba, ya entonces, tocado por "la vislumbre del rayo dulce y largo de la misericordia". O Cernuda, que lo vio "con ternura, de veras solitario".El renacimiento de Prados se debe en gran parte a la dif¨ªcil reuni¨®n del archivo que han realizado sus descendientes, al trabajo de orden que han hecho disc¨ªpulos como Francisco Chica (comisario de la exposici¨®n) y Carlos Blanco Aguinaga, y al trabajo del Archivo de la Residencia, a cuya sede de Fortuny lleg¨® Prados a los 15 a?os para quedarse hasta los 25.
El material ense?a todas las pasiones vitales (incluida una serie de 12 dibujos) de este ni?o de pulmones d¨¦biles que vivi¨® en muchas ciudades y en ninguna fue feliz. Salvo cuando le¨ªa, seg¨²n se ve en su primera carta conocida: "Ayer recib¨ª tus libros, que tanto te agradezco, y ya me tienes hoy todo interesado con La busca. Qu¨¦ bien escribe este Sr. Baroja la vida de la gente baja de Madrid; tan bien lo describe, que despu¨¦s de leerlo le queda a uno una impresi¨®n de tristeza tremenda, pues ?es tan verdad todo lo que dice, desgraciadamente! A m¨ª, por lo que hasta ahora he le¨ªdo, me gusta m¨¢s a¨²n La busca que la Aurora roja, al menos me impresiona m¨¢s".
Esas frases, escritas a un amigo an¨®nimo en una caligraf¨ªa redonda, apenas incipiente, pertenecen al primer escrito que se conserva del poeta. Era a¨²n un ni?o, y estaba descansando en Lagar de Morales, un pueblo de M¨¢laga: "Ya puedes figurarte c¨®mo lo pasaremos, lo m¨¢s aburridos posible", remata. Asoma el sufridor, el andaluz que canta su herida al viento y la convierte en fiesta.
"?Inolvidable Emilio!", le escribe, desde Nueva York, "suyo de siempre, viejo amigo y amigo ya viejo", Fernando de los R¨ªos. "Gracias, gracias de todo coraz¨®n, y perd¨®n, perd¨®n por este silencio inexplicable ante el libro m¨¢s conmovedor que ha puesto en mis manos el destino desde que abandonamos aquella tierra bendita y castigada por la conjura de todos nuestros pecados". Y contin¨²a: : "Todo est¨¢ impregnado de melancol¨ªa andaluza, de esa melancol¨ªa fina, olorosa, fragante como el albahaca que nuestra tierra supo darnos para gozo y dolor nuestro".
"Lo que sea preciso"
Desde Velintonia, en enero del 54, le escribe Aleixandre, entregado y amoroso, otra carta in¨¦dita sin desperdicio: "Emilio querido: me ha llegado tu carta y estaba yo malo, pero en pocos d¨ªas me he puesto bueno y aqu¨ª me tienes. (...) "Yo estoy en este jardincillo de Velintonia, como siempre, con much¨ªsimos m¨¢s a?os, dispuesto a vivir lo que sea preciso para verte. Tengo las ventanas abiertas (es un decir, porque hace un fr¨ªo feroz), y te puedes meter en platillo volador o como vengas. Nosotros dos, el uno para el otro, tenemos el tiempo parado y al mismo tiempo su velocidad. Es asombroso"."Pero estamos abrazados y vamos juntos, llevados, y parece que no nos movemos", prosigue. "No nos movemos, Emilito, porque nos llevan juntos, hasta que desemboquemos. "Agua que no desemboca". ?Te acuerdas? ?sta s¨ª que desemboca. Vamos, tendidos, dormidos en la yerba". Y se despide: "Adi¨®s, Emilio, adi¨®s. Hasta que nos desemboquen, y sin sentir. As¨ª es bueno. Tuyo, Vicente".
Tocado por el deseo de no ser, por el gusto del anonimato, Prados se ocup¨® de quitar su figura, raspando el negativo, de una foto de 1919 que muestra a unos 40 residentes en la puerta del Transatl¨¢ntico de Pinar. Tach¨® su cara, pero vivi¨® la vida para los dem¨¢s sin saber esconderse. El cari?o que le guardaron sus amigos, el respeto al hombre y al artista que se respira en los textos que aparecen, lo devuelven entero: escribi¨® mucho, no quiso publicar casi nada, no se pareci¨® a nadie. Queda su pureza, su oscuridad, su heterodoxia fulgurante y su dulzura. Su "voz cautiva".
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