Un brindis por Pinochet
Nunca pens¨¦ que llegar¨ªa un d¨ªa en que le deseara al general Augusto Pinochet una larga y saludable vida. Pero me ha nacido esa parad¨®jica preocupaci¨®n por el bienestar del tirano al llegarme, durante las ¨²ltimas semanas, rumores insistentes de que el ministro del Interior brit¨¢nico, Jack Straw, estar¨ªa seriamente considerando la posibilidad de liberar al exdictador chileno, detenido en Londres desde octubre de 1998 y a punto de ser extraditado a Espa?a para que se lo juzgue por genocidio y tortura.Tengo la esperanza de que los m¨¦dicos que est¨¢n examinando a Pinochet lo encuentren sano de cuerpo y de mente, y que descubran tambi¨¦n que su coraz¨®n ha de batir todav¨ªa durante largos a?os. Para que pueda vivir hasta aquel cercano momento que el destino le depara y prepara, cuando tenga que subirse a un avi¨®n rumbo a Madrid y despu¨¦s tenga que escuchar los cargos en su contra ante un tribunal espa?ol, ese momento cuando deba refutar, si lo puede, el sufrimiento que le infligi¨® a una multitud de sus conciudadanos. Larga vida y sanidad para que pueda mirar en una corte de justicia, aunque sea extranjera, las caras de las esposas y madres e hijas de los desaparecidos, tenga que bajar la vista el general al recordar c¨®mo esos hombres fueron arrebatados de sus hogares sin que hasta ahora se sepa a ciencia cierta qu¨¦ pas¨® con sus cuerpos. Para que pueda atender la sentencia dictada en nombre de la humanidad contra la cual ¨¦l cometi¨® esos cr¨ªmenes. Para que otros l¨ªderes contemplen y reconozcan en el castigo de Pinochet un espejo y una advertencia. S¨ª, en efecto: lo quiero san¨ªsimo y robusto, que sus ri?ones funcionen y su cerebro est¨¦ despejado, para que pueda discernir plenamente qu¨¦ le est¨¢ sucediendo y por qu¨¦ y en qu¨¦ lugar del orbe. Para que el mundo se limpie de su imagen e influencia y mi pa¨ªs pueda regenerarse y verdaderamente llegar a una reconciliaci¨®n.
?Pero qu¨¦ pasa si mis esperanzas y expectativas se ven defraudadas y los doctores encuentran que el general Pinochet s¨ª est¨¢ enfermo? Entonces ?qu¨¦? ?Qu¨¦ pasa si declaran que est¨¢ demasiado abatido como para que se lo someta a juicio? ?Qu¨¦ pasa si deciden que se est¨¢ muriendo?
Enfermo y abatido, doliente y aquejado de achaques, no es suficiente raz¨®n para salvarlo. Marcapasos y dolores de cabeza y problemas con la pr¨®stata, no lo deber¨ªan eximir de ser juzgado. Tiene que estar, tendr¨ªa que estar, verdaderamente ag¨®nico y moribundo, a punto de despedirse de este planeta en los pr¨®ximos d¨ªas, para que se justifique que Jack Straw devuelva a Pinochet a Chile.
S¨¦ que muchos activistas de derechos humanos, as¨ª como la mayor¨ªa de los familiares de las v¨ªctimas de Pinochet durante sus 17 a?os de malgobierno, no estar¨¢n de acuerdo con mi posici¨®n. Ellos creen que razones "humanitarias" no pueden ni deber¨ªan invocarse en el caso de alguien que, durante su vida, viol¨® persistentemente esa "humanitas" y que, adem¨¢s, no ha mostrado se?al alguna de arrepentimiento por su crueldad. Las intervenciones humanitarias se inventaron, seg¨²n ellos, para las v¨ªctimas y no para los verdugos. Entiendo y respeto su opini¨®n profundamente.
Y, sin embargo, hay ciertas normas humanas, ciertas reglas de la especie, que deber¨ªamos observar, aun en el caso de que nuestros enemigos no lo hagan. O tal vez precisamente por eso mismo: para diferenciarnos de esos enemigos.
Por mi parte, yo creo que toda mujer, todo hombre, todo ni?o, todo anciano, debido al mero hecho de nacer en este mundo, tiene el derecho, si ¨¦se es su deseo, de morir en su propia patria.
El hecho de que el general Pinochet me neg¨® a m¨ª y a centenares de miles de otros chilenos esa posibilidad y que nos mand¨® a morir en tierras extra?as, bajo una luna que no era la nuestra, el hecho de que ¨¦l orden¨® mi detenci¨®n y deportaci¨®n por una segunda vez junto a mi hijo de ocho a?os, todos los exilios que ¨¦l permiti¨® y promulg¨® y goz¨®, y tantos que nunca volvieron y tantos sepultados en comarca ajena, todo eso me convence a¨²n m¨¢s de que es un derecho fundamental de todos y cada uno de nosotros, hasta de los genocidas y los torturadores y los criminales de guerra, pasar las ¨²ltimas horas en su terru?o.
Dije: las ¨²ltimas horas. No dije: los ¨²ltimos meses o a?os. Si se le permite al general Pinochet eludir su proceso, no puede deberse a que est¨¦ enfrentando el vago peligro de una vaga muerte, alguna expiraci¨®n remota que lo espera qui¨¦n sabe cu¨¢ndo. Tendr¨ªa que ser una extinci¨®n perentoria, inmediata, irrefutable. La extremaunci¨®n de Pinochet tendr¨ªa que estar aproxim¨¢ndose con tanta celeridad que incluso le costar¨ªa llegar a Chile a tiempo. Se requerir¨ªan garant¨ªas m¨¦dicas y hasta cient¨ªficas de que este hombre repudiado por la especie humana no habr¨¢ de resucitar milagrosa y astutamente apenas su pie -o las ruedas de su camilla de hospital- toquen suelo chileno, es decir, que tendr¨ªa que haber certeza de que el general no va a levantarse instant¨¢neamente de su lecho mortecino y dedicarse a interferir en nuestra transici¨®n democr¨¢tica mientras se pasea inmune y burl¨®n por las salas del Senado donde ¨¦l se design¨® a s¨ª mismo como senador vitalicio. Que quede claro: si vuelve al hogar, es para que est¨¦ presente en sus propios funerales y no para celebrar m¨ªtines de bienvenida fascistas ni homenajes p¨²blicos de las Fuerzas Armadas. Se trata de que su agon¨ªa comience en Londres y termine un par de d¨ªas m¨¢s tarde en Santiago.
Jack Straw debe, por tanto, tener mucho cuidado. Retornar a Pinochet a su pa¨ªs mientras haya todav¨ªa la posibilidad efectiva de enjuiciarlo afuera, terminar¨ªa por mandar el mensaje equivocado a la humanidad en nombre de la cual el Home Secretary supuestamente act¨²a. La gente en Chile y en el resto del mundo confirmar¨ªa que si alguien es poderoso puede hacer lo que le d¨¦ la gana sin tener nunca que asumir la responsabilidad de sus actos. La humanidad entera sospechar¨ªa, con raz¨®n, que la presi¨®n pol¨ªtica y las conveniencias del momento importan m¨¢s que la ley.
Yo creo que el pen¨²ltimo, el ¨²ltimo, el definitivo estertor del general deber¨ªa darse en aquella tierra de Chile que para nuestra mala fortuna y verg¨¹enza le dio nacimiento dejando a quienes lo sobreviven con la ardua tarea de lidiar con su fantasma y confrontar su memoria, tratando de deshacernos de los residuos que ha depositado en nuestra historia. Pero hasta que ese final no le llegue, cada momento en que ¨¦l respire, inhalando y exhalando el aire de esta tierra que ha contaminado con su presencia, cada pulsaci¨®n y cada respiro, cada golpe de su coraz¨®n traidor, debe acercarlo cada vez m¨¢s al d¨ªa de un juicio que debe llevarse a cabo en este mundo irrevocable y no en el otro.
Que tenga que mirar durante el resto de su existencia lo que hizo, las terrible consecuencias de lo que hizo.
?se es mi deseo m¨¢s ¨ªntimo y feroz.
Que el general Pinochet viva muchos a?os.
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